jueves, 18 de agosto de 2011

De Dragones: y (7)



En el anterior post dejamos a Lord Dunsany en una pausa de su relato; pausa que aprovechó para beber un sorbo del agua más pura y etérea que imaginarse pueda: agua procedente de manantiales de las Montañas Azules, producida por la condensación de los sueños del dios de la lluvia que allí tiene su morada (precioso líquido que es trasunto, pues, del mítico licor de la fuente Castalia con el que las musas residentes en las estribaciones del Helicón regalan el gaznate y las mentes de los poetas por ellas amados).
Una vez hidratada su garganta, refrescadas sus cuerdas vocales y estimulada su imaginación, Edward John Moreton Drax Plunkett, decimoctavo Baron de Dunsany, conocido popularmente por Lord Dunsany, ajustándose los quevedos al puente de su fina y aristocrática nariz, prosiguió el relato...


ORIENTE Y OCCIDENTE
(Lord Dunsany)

El hombre del segundo carruaje iba vestido del mismo modo que el primero, aunque aún más empapado que el anterior, pues no había cesado el aguanieve; pero un traje de noche sigue siendo un traje de noche en cualquier lugar del mundo. El conductor también llevaba el mismo sombrero engrasado y la misma capa impermeable que el primero. Cuando el carruaje hubo pasado, la oscuridad engulló las dos lámparas, la nieve cubrió el rastro de las ruedas, y no quedaron más que las especulaciones del pastor acerca de cómo un cabriolé había podido ir a parar hasta aquel lugar de China. No obstante, pronto también éstas se desvanecieron, y el pastor volvió a sus leyendas y a la contemplación de cosas más serenas.
La tormenta, el frío y la oscuridad hicieron un último esfuerzo y lograron hacer que temblaran los huesos del pastor, que castañeaba los dientes de aquella cabeza que divagaba entre fábulas de flores. De repente, había amanecido. Podían ya distinguirse las siluetas de las ovejas, y el pastor las contó. Ningún lobo parecía haberse acercado. No faltaba ninguna. En ese momento apareció el tercer cabriolé con sus lámparas aún encendidas y un aspecto ridículo a la pálida luz de la mañana. Todos venían del Este con el aguanieve; todos se dirigían al Oeste. Y el ocupante del tercer carruaje también vestía traje de noche.
Entonces el pastor manchú, tranquilamente, sin ninguna curiosidad y aún menos asombro, sino como alguien acostumbrado a ver cualquier cosa que la vida tenga que mostrarle, aguardo allí durante cuatro horas para comprobar si pasaba alguno más. El aguanieve y el viento del este persistían. Y al fin, al cabo de las cuatro horas, paso un nuevo carruaje. El cochero iba tan rápido como podía, como si quisiera aprovechar al máximo la luz diurna. Su capa de cochero ondeaba al viento, y en el interior del carruaje un hombre vestido con traje de noche era sacudido de un lado a otro por las irregularidades del camino.
Se trataba, por supuesto, de la célebre carrera de Pittsburg a Piccadilly por el camino más largo. Ésta había comenzado una noche, después de cenar, en casa de Mr. Flagdrop. Y había vencido Mr. Kagg con el honorable Alfred Fortescue; hijo, como todo el mundo podrá recordar, de Hagar Dermstein, quien llegó a convertirse (mediante Carta de Patente) en Sir Edgard Fortescue y, finalmente, en Lord St. George.
El pastor manchú siguió esperando hasta la noche y, cuando comprendió que ya no pasaría ningún otro carruaje, volvió a su casa para cenar. El arroz que le habían preparado estaba caliente y sabía bien, aún mejor, si cabe, después del horrible frío que había traído el aguanieve. Cuando hubo terminado de comer, repasó concienzudamente su experiencia recreando en su interior cada detalle de los carruajes que había visto, pero desde allí su pensamiento se fue deslizando serenamente hacia la gloriosa historia de China, regresando a los tiempos innobles anteriores a la llegada de la calma y, aún más allá, a los días felices del mundo en que dioses y dragones habitaban la tierra y China era joven. Luego, encendiendo su pipa de opio y dejando fluir sus pensamientos, contempló la futura edad en que ha de producirse el regreso de los dragones.
Durante un largo espacio de tiempo su mente descansó en tan profunda serenidad que ningún otro pensamiento logró apartarla de ella, de modo que al levantarse abandonó su letargo como el hombre que emerge de un baño, renovado, limpio y satisfecho. Así, pues, de sus reflexiones concluyó que todo cuanto había visto en la llanura eran elementos maléficos de la misma naturaleza de los sueños o vanas ilusiones producidas por la acción, la gran enemiga de la calma. Entonces su pensamiento se dirigió a la forma de Dios, el Único, el Inefable, el que se sienta junto al loto blanco negando la acción y le dio las gracias por haber eliminado de China todas las malas costumbres y enviarlas a Occidente igual que la mujer que arroja la suciedad de su hogar a los jardines vecinos.
Después de aquella gratitud, el pastor volvió a entregarse a la calma, y tras la calma, al sueño.

Fin
Oriente y Occidente
Cuentos de los tres hemisferios. Lord Dunsany (1878-1957)


...Y os aseguro que en el Dragon Jazz nadie dormía. El silencio, en el que flotaba aún ese postrer sueño articulado con delectación por aquel Creador de Universos irlandés, parecía a punto de reventar por una emoción, si latente, patente. Uno contemplaba todas esas espantosas caras reptilianas, con el gesto demudado, los ojos más acuosos de lo habitual, las bocas más cerradas, la posición más erguida... Ensoñación atenta sería el término apropiado. Sí, una contradictio in terminis (¿Acaso hay algo más contradictorio que un dragón?).
Fafnir fue quien quebró el silencio con un "¡¡¡Vaya!!!", que resonó como uno de esos truenos que anuncian un rayo cercano, y por primera vez se le oyó decir una frase completa en voz alta: "¡Eso ha estado muy bien caballero. Muy bien!". La algarada que se montó seguidamente es hasta tal punto indescriptible que no sabría cómo trasladarla al papel. Al bueno -e imaginativo- de Dunsany le llovían felicitaciones desde todos los puntos del Club, en todos los lenguajes, con todas las formas expresivas posibles, articuladas con inflexiones nunca antes escuchadas en tan polifónica sintonía... era una monumental coral de sonidos guturales cuya amplitud de registros sería harto fútil intentar describir. Se levantaban copas, se brindaba a la salud de aquel hombre de planta elegante que, ostensiblemente azorado, saludaba con leves inclinaciones de cabeza a uno y otro lado correspondiendo a tales muestras de cariño y reconocimiento.


Yamata-no-Orochi (el dragón marino de ocho cabezas y ocho colas que según el Kojiki y el Nihonshoki, libros ancestrales japoneses, habita en la zona del Mar del Japón conocida como Torikami, en la región de Izumo, el custodio de la espada sagrada Kusanagi -símbolo y emblema de la dinastía imperial de aquel país-, y a quien decapitaría el dios desterrado Susanoo, tras dormirlo engañosamente con sake, y librando a la bella Kushinada, octava y última hija de Ashinazuchi, de morir devorada por él) movía sus cabezas entrelazándolas y formando trenzas con sus ocho cuellos y sus ocho colas, que destrenzaba seguidamente, para volverlas a trenzar en sentido inverso, mientras de sus belfos salían pompas de agua salina que flotaban en el aire y se dirigían hasta donde se encontraba Lord Dunsany para, una vez sobre su cabeza, estallar y derramarse en forma de finísima lluvia de plata azulada que acababa nimbando sus rubios cabellos dejándolos como trigo salpicado de rocío. Los long chinos, los ryus japoneses, los yong coreanos, ondulaban sus sinuosos cuerpos sobrevolando las cabezas de todos, sorteando lámparas y focos, poblando el techo del local de un multicolor mosaico dinámico; se entrechocaban jarras, se guiñaban ojos cómplices, se atizaban palmadas en las espaldas en señal de camaradería cuando se comparten ilusiones y sentimientos...
En el aire se mascaba el optimismo, se habían escuchado las palabras mágicas: "contempló la futura edad en que ha de producirse el regreso de los dragones." Y esto había provocado el estallido de optimismo. Él, un Creador de Universos lo pronosticaba, luego no todo estaba perdido.
Era significativo que quienes debieran devolvernos la ilusión fueran los dragones de Oriente, los sabios, los benéficos, los creados por aquellos hombres que más cercanos se encuentran del Espíritu Inefable, del Dios originario, el Único, el de Todos y el de Nadie. El relato que acabábamos de escuchar no era fortuito. Era un relato premonitorio, un augurio, una narración con poder profético. Y habían sido ellos, los orientales, como no podía ser de otra manera, quienes lo habían traído...


Es curioso, después supe, supimos todos, que la reunión fue convocada por ellos, los orientales. Querían transmitirnos el mensaje: los dragones volverán a caminar, volar y nadar, sobre la tierra, en el aire y bajo el mar. Los dragones volverán, sí, los traerán una raza de hombres nuevos, una raza de hombres sin miedo, una raza de hombres emanada directamente del pensamiento original, aquel que nos engendró a todos: humanos, dioses y dragones, y con ellos a todas las demás maravillas que forman parte y hacen posible la vida en los universos que pueblan la Realidad... y los Sueños.
Mientras tanto esperaremos... Aunque mi consistencia sigue desvaneciéndose, inexorable, trágicamente. ¡Quién sabe! Igual mudo mi apariencia y cuando ya solo quede mi conciencia, cuando mi apariencia draconiana haya desaparecido, una nueva envoltura cubra mi realidad, o mi sueño.

Fin
(De Dragones, 2011)


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