sábado, 16 de junio de 2012

El bucle de la Historia (1)




Preámbulo

...Que la Historia tiene una terca tendencia a repetirse eso es algo comprobado ad nauseam por su mismo devenir. Tendría que remitirme a mi temprana adolescencia --no más allá, quizá, de mis 16 años-- para hacer constatación de este incuestionable hecho. Andaba yo entonces ayudando a mis padres en el negocio de hostelería, en los ratos en que mis deberes estudiantiles me lo permitían, es decir, los día de asueto (fines de semana), fiestas de guardar (o de derrochar), periodos vacacionales y fiestas mayores de la villa. En este caso, era un domingo vacacional de julio -creo-, en uno de esos interregnos en que los clientes se ponen de acuerdo para no acudir a tu santa casa, y tú estás de brazos cruzados: mirando pasar la vida a través de las cristaleras, pensando en pasado o futuro, meditando irrealidades, imaginando realidades o... escuchando la radio, que era lo que en esta ocasión hacía (siempre, en aquel tiempo, había una radio puesta en cualquier sitio: nuestra unión con el mundo, hilo musical y entretien pour tout). Era uno de esos programas de variedades en el que se habla de todo con ligereza, y de nada con profundidad: en el que lo mismo sonaba música de radiofórmula, retro o culta (mais pas beaucoup), que se daban noticias curiosas, se mantenían entrevistas intrascendentes o que se desarrollaban temáticas culturales anecdóticas de muy diversa índole. Éste era el caso. Sin previo aviso, el locutor comenzó a realizar varias citas; uno podría creer que se trataban de cuestiones de eso tan chic que se ha dado en llamar la más rabiosa actualidad: frases de discursos políticos, religiosos, sociales o pedagógicos, citas de filósofos o prohombres, personajes significativos y/o populares, en una palabra... Pero no; el locutor, con cierta intriga ventajista y autocomplaciente, terminaba por revelar que tal o cual cita (dicterio, epigrama, aforismo o cualquier otra de esas modalidades formales en que se suelen recoger los pensamientos destilados, cuya característica es la concisión y la lucidez, muchas veces salpimentada con ingenio, y que lo mismo sirven para un epitafio que para una alusión erudita en un marco trivial), había sido formulada hace veinticinco, diez o tres siglos, en tal o cual circunstancia muy semejante a la que en la actualidad se pudiera dar. Así, citas de Cicerón sobre la urbanidad o buenas costumbres cívicas, o de Aristóteles aleccionando sobre la moral en las escuelas, o de Séneca y la resignación ante la desgracia, o de tal o cual rey lamentándose por la traición de algún consejero o noble desdeñado. Cosas todas que ilustraban cómo el ser humano tiende a repetir los mismos comportamientos en circunstancias análogas aunque sea en intervalos de tiempo muy amplios; lo que querría indicar que toda lo dinámica y cambiante que se quiera, la vida a su paso por el hombre, no puede sino repetir actitudes, porque quizá, al fin y al cabo, el hombre no cambie con la profundidad y radicalismo con que lo hace la vida en la naturaleza en general. Las combinaciones pueden ser infinitas, los seres ser esencialmente distintos unos de otros, pero al final, sus reacciones ante las circunstancias no permiten tal grado de variabilidad, y las pautas acaban por repetirse. Sino fuera así, el éxito de la especie es probable que estuviera comprometido.

...La previa, amplia y necesaria aclaración del párrafo anterior viene a cuento de lo que ha de seguir, y en ella nos apoyaremos para dar sentido al título que encabeza éste y los siguientes posts. Bucle viene a significar algo curvo y cerrado sobre sí mismo, algo dotado de la cualidad cíclica; por extensión, en informática se considera como tal "la secuencia de instrucciones que se repite mientras se cumpla una condición prescrita". La condición prescrita en nuestro caso es una situación histórica similar, en la que circunstancias semejantes pudieran recrear un hecho, reactivo, ya vivido con anterioridad. El bucle histórico a que hacemos referencia, obviamente, corresponde a la dimensión espacio-temporal (momentos diferentes de la historia), pero también al componente actitudinal, sociológico y, por qué no decirlo, popular que no deja de repetirse aunque cambie el escenario y la época. Es por ello que no dudo en calificar a la moraleja, enseñanza o carácter alegórico, que tales hechos con tendencia a la repetición poseen, como de ejemplares. Y esto es así porque no pocas veces estos comportamientos, a más de su tozudez por la reiteración, lo son --tienen ese carácter propio-- gracias a la terquedad con que persiguen --sin buscarlo interesadamente-- lo ejemplar o lo modélico. Y es aquí donde reside su interés y poder de seducción: Mariana Pineda arriesgando --y perdiendo-- la vida al ser consecuente con sus ideas y tejer la bandera liberal; una adolescente e iletrada Juana de Arco acudiendo a la llamada divina y manejando la espada y el coraje como un Caballero de Fortuna para aupar a un Rey de Francia que acabaría abandonándola a su mala suerte --también rea de martirologio y muerte--; todo el pueblo de Numancia "antes muerto que rendido y esclavo",... y un larguísimo etcétera en que las ocasiones demandan héroes o heroínas, algunas veces anónimos, humildes, de andar por casa, pero siempre imprescindibles. Episodios y seres así suelen tener ese carácter que invita a la imitación moral, que son destellos inmortales de la historia y que, con mayor o menor éxito, cruzarán las épocas y servirán siempre de espejo, precisamente porque... la Historia es terca en su repetirse y gusta de zenits, cumbres y mojones con los que romper el llano y anodino girar indiferente.
...A las narraciones que siguen, que forman un a modo de venturoso trébol de cuatro hojas, un hilo conductor las unirá invisible pero distintivamente: el de la virtud (savia necesaria de lo ejemplar). Pero una virtud en el sentido más clásico del término: el que le da la versión aristotélica del concepto griego de areté, y el de la virtus latino, que esgrimiría un Cicerón o un más tardío Séneca, ambas referidas --aunque no exclusivas-- al sentido moral de la actividad humana, acotando así una más amplia significación original de excelencia (fuerza, valor en el combate, actitudes nobles en los actos). Pero esta perfección moral que persigue y de la que se inviste areté/virtus no se refiere a ninguna moralina, que, como tal, solo puede ser aludida en negativo por falsaria, sino a la Gran Moral, esa que nunca muere, y por nunca morir, es inmortal, y, por lo tanto, investida de lo eterno, susceptible, pues, de repetirse una y otra vez a lo largo del tiempo, por más anodino y ordinario que éste nos parezca. Areté/virtus siempre estará ahí, agazapada, esperando a que un representante de la raza humana --la única en quien se pueda encarnar, aquella que la creó-- decida enarbolarla, y cuando eso suceda, todo el mundo (aunque el mundo se halle en la oscuridad) será capaz de reconocerla, y dirá: "esto ya pasó en otro tiempo en similares circunstancias"; o bien, si tal encarnación no se produce, o se muestra renuente a la realización, o no se reconoce a primera vista (la oscuridad puede ser mucha), se añorará y se dirá: "en otro tiempo el ser humano, en circunstancias similares, era capaz de actuar con virtud" (y aquí se querrá decir: dignidad, honor, honestidad, franqueza, sinceridad, valor, desinterés, altruismo, heroicidad; quizá todo ello a la vez). Serán narraciones que exalten así esa cualidad clásica fácilmente reconocible, aunque no lo hagan desde una elevada peana. Lo virtuoso no necesita fanfarrias para anunciarse, tampoco alfombras de flores para desfilar, ni ricos carros tirados por briosos caballos enjaezados con oropeles. Lo virtuoso, en el sentido que aquí se quiere mostrar no necesita de los focos (en realidad, para serlo, debe huir de ellos), porque ello mismo se constituye en foco. Debe de ser natural, no artificioso; producto de un carácter singular, prístino, aun en la zozobra o la duda.
...Obviamente, cualquier parecido hallado en los relatos con la realidad actual no sólo no será una casual coincidencia, sino que es, otrosí, la intencionalidad que subyace en su génesis.

...Serán cuatro las historias de la Historia (pues reales fueron) las que aquí verteré. En alguna de ellas todos los personajes y los hechos serán escrupulosamente concordantes con los datos históricos que obran en nuestro poder, si bien pudieran estar, en alguna medida, sazonados con esa leyenda con que a los hechos desnudos las gentes venideras gustan de revestir --y que no siempre son ficciones--; en otras, necesariamente conservado y respetado el hecho esencial, y por falta de musculatura narrativa en lo histórico, no tendré más remedio que tejer una trama especulativa de lo que sin duda fue una realidad muy semejante, sino idéntica, a la aquí expuesta; y, por fin, solamente con justificado celo por mantener mi propio estilo y afán por la belleza, en todas trataré de abordar y bordar la narración con el esmero y la dedicación de que soy capaz (que sé modesta) esperando que el resultado satisfaga, mejor que peor, las expectativas.

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La integridad de Cincinnatus
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...Hacia el año 509 a.d.C. la nobleza romana se levantó en armas contra la dinastía etrusca e instauró una república aristocrática calcada del modelo griego. El rey y su corte autoritaria serían reemplazados por magistrados elegidos por los hombres libres; primero, Pretores; después, Cónsules. Este régimen habría de durar, no exento de sobresaltos, hasta el año 27. Coetáneo de Pericles --apenas veinticuatro años mayor-- a Lucius Quinctius Cincinnatus (519 a.d.C. - 439 a.d.C.) le tocó vivir una etapa convulsa de la naciente República, en la que los Tribunos de la plebe pugnaban con la minoría aristocrática patricia por el poder. Cincinnatus, perteneciente a esta minoría fue, además, uno de los hombres más íntegros y honestos de aquella República abundante en hombres honestos e íntegros. Catón el Viejo, otro hombre íntegro y honesto, excelente orador y Censor (alto magistrado) del ya hegemónico Imperio, trescientos años después, calificaría a Cincinnatus de arquetipo, por ser modelo de rectitud, integridad, honradez, frugalidad rústica y falta de ambición personal. Cincinnatus y Catón tuvieron el mejor maestro que se pueda tener: el contacto con la tierra; ambos se dedicaron a cultivarla cuando no desempeñaban cargos públicos. Catón la abandonaría para hacer carrera en el Senado (y ser martillo de Cartago, ya de paso). Cincinnatus, no.
...Autoexiliado a su pequeña heredad extramuros de Roma, al otro lado del Tiber, por haber sido condenado su hijo (falsamente, de sedición, por los tribunos plebeyos que veían en él un peligroso opositor a sus intereses) al destierro y a pagar una fuerte suma en concepto de compensación para conmutar la pena de muerte (lo que arruinaría a la familia, condenando así mismo a Cincinnatus a vivir del producto de su trabajo en la tierra), se dedicó a la más satisfactoria --y menos ingrata-- tarea de hacer germinar los campos. Cincinnatus, paradójicamente, no creía en las leyes aunque las acataba: para él, hombre noble y de honor, si existe una recta conciencia de ciudadano, la ley huelga, es superflua (con esto debería estar dicho todo; pero no, hay más). Un hombre acostumbrado a sintonizar con el ritmo del universo, a entablar una relación de armonía con las potencias de la tierra y del cielo, a sentir cómo pasa a través de su cuerpo la poderosa acción ordenadora de la vida, un hombre así, que posea, además, las cualidades de una sana inteligencia y un corazón limpio, sin rincones oscuros, sin matices condescendientes, con la fortaleza irreductible de la abnegación y la fe en sí mismo, un hombre así es muy probable que esté llamado a detentar el más alto don de la Sabiduría, la absoluta, la del que sabe porque no se lo propone y, por lo mismo, no levanta barreras al saber. 

...A Cincinnatus, los delegados del Senado, lo tuvieron que ir a buscar a su finca e interrumpir su laboreo con el arado para rogarle se enfundara la toga de Cónsul suffectus y dirimir un litigio entre tribunos y plebeyos. Tras lo cual, resuelto el trámite con éxito, regresó a su finca, a sus surcos y a su arado. Dos años después, los senadores alarmados por una doble amenaza contra Roma y su ejército (comandado por un inepto), llevada a cabo por dos pueblos vecinos (los volscos y los ecuos), tuvieron que volver a cruzar el Tíber y buscar a Cincinnatus entre los bancales (escena inmortalizada repetidamente en la pintura: Tiepolo, Ribera, Romanelli, Cabanel), esta vez fue para nombrarlo Dictador, entregándolo poderes absolutos sobre el ejército y la República. Cincinnatus, cuya sabiduría incluía la genialidad del estratega (¿cómo no tenerla alguien acostumbrado a batallar con cielo y tierra para obtener buenas cosechas?) en dieciséis días, y por partida doble, salvó a Roma, conservando y dando moral tanto a su pueblo como a su ejército. Rechazó los honores con los que se le quería premiar, y seis días después de la victoria se despojó de la toga purpurada y se volvió a sus tierras: el arado lo esperaba, era época de siembra. A pesar de que aún podría haber disfrutado de su cargo y prebendas durante seis meses más (legalmente establecido en la orden con que fue nombrado), de que podría haber aprovechado la ocasión para medrar y crear una red clientelar y disfrutar así de una vida regalada y envanecida, aupado en el Poder, Cincinnatus prefirió las bondades de una vida plena y honesta, frugal, auténtica y rústica, lejos de las asechanzas del gobierno.
...Aún cuando contaba ochenta años (muy posiblemente, en la ajetreada Roma no hubiese alcanzado edad tan provecta) el cónsul Tito Quincio Capitolino Barbato le haría llamar. Fue investido Dictador de nuevo. Debía enfrentarse a una conjura de un tal Espurio Melio, que pretendía un golpe de estado comprando el favor de los plebeyos para que lo nombraran cónsul, primero, y destruir la República, después. Cincinnatus, ya en el poder, envió al jefe de la caballería, Cayo Servilio, con la embajada de citar al conjurado Espurio Melio a Roma por petición del Dictador. Éste, celando una celada, intentó huir. Cayo Servilio lo dio caza y lo ajustició. Según se cuenta, cuando Cayo Servilio le estaba relatando los hechos, Cincinnatus, atajándolo, lo elogiaría, y le diría que él, con ese valeroso acto, había salvado a Roma.
Tras esta nueva exitosa gestión de una crítica situación para su país, volvió, ya para morir, a su finca de noble patricio, aquel hombre, más noble que patricio, honesto e íntegro. Catón el Viejo, a quien, probablemente, debamos la desgracia de la destrucción de la rica y avanzada civilización cartaginesa, no se equivocó un ápice, trescientos años después (con perspectiva histórica y conocimiento de causa, pues), cuando señaló a Cincinnatus como arquetipo de ciudadano al servicio de su país, hombre de proverbial integridad y rectitud, hombre sabio, de gustos y vida sencilla, que nunca declinó el servicio a su comunidad sin cobrarse precio ninguno por ello, salvo la satisfacción del deber cumplido.

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GALERÍA

Imaginería sobre Lucius Quinctius Cincinnatus
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Alexandre Cabanel (1823-1889)
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Giovanni Battista Tiepolo (1696-1770)
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Giovanni Francesco Romanelli (1612-1660)
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Leon Benouville (1821-1859)
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Père Pierre Lacour (4th, siglo XVIII)
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Charles Francis Poerson (1653-1725)
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Jacob Grimmer (1526-1589)
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Anónimo  (Capitolio, WashingtonEEUU)
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Estatua de Cincinnatus erigida en Cincinnati, Ohio, EEUU
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