lunes, 28 de enero de 2013

La Bacante (I)





Por esto he tomado figura de mortal y he dejado mi forma por la naturaleza humana, Mas, ¡oh vosotras,[...]
mujeres que sois mi comitiva, que de entre los bárbaros he tomado como acompañantes
y viajeras conmigo, tomad los panderos propios de la ciudad de Frigia, inventos míos y de la madre Rea. [...]
Que yo, con las bacantes, a los repliegues del Citerón me voy, donde ellas están, y habré parte en sus danzas.
Las Bacantes. Eurípides


I
Alejandro
.....Una gran cicatriz cruzaba de lado a lado su alma, por lo demás, su aspecto era el de un hombre bien parecido. Físicamente atractivo, poseía esa desconcertante belleza varonil que desprende quien une a una buena planta unos modales exquisitos. Su estatura y complexión no hacían volver la cabeza, pero sí un algo invisible que siempre lo acompañaba y que parecía fluir de él como un efluvio hormonal: poseía un poderoso magnetismo que se dejaba sentir incluso antes de hacer acto de presencia, y que se quedaba flotando en el ambiente incluso después de haberse ausentado. Eso lo podía atestiguar cualquiera que se hubiera relacionado con él, aunque fuese someramente. En cierto modo podría decirse que su naturaleza era como la de esos hierros candentes que se utilizan para marcar en la piel de las reses la divisa de su propietario. Quien lo conociere quedaba marcado con su impronta. Y era una impronta que se llevaba con gusto, tal era su encanto, tal su gancho. Eso también lo sabían -bien por haberlo gozado, las menos; bien por haberlo sufrido, las más- no pocas mujeres.
Se decía, aunque nadie lo pudo nunca corroborar, que esa cicatriz que cruzaba su alma (y que únicamente trascendiera, por azar, poco antes de desaparecer) estaba producida precisamente por un acontecimiento sucedido al final de su adolescencia, y en el que, parece ser, la intervención del bello sexo fue dterminante. Este es un dato -el de la cicatriz- que adelanto al lector para que desde este momento pueda disponer de algo más de luz para poder discernir lo que habría de acontecer. Con él no solamente no se desvela el misterio que siempre acompañó la vida de nuestro hombre, sino que se enfoca hacia él. Antes del descubrimiento de esa marca en su alma nadie podría haberlo imaginado: ¡Parecía un hombre tan seguro de sí mismo, tan irresistiblemente armónico, que parecía imposible concebir en su naturaleza sombra o tacha alguna! No es que no tuviese defectos, no es que no dejase entrever ciertas carencias -pocas de todas formas-, por supuesto que, como cualquiera, tenía tanto unos como otras, es que sus virtudes los difuminaban, cuando no los borraba de un plumazo aquella forma de sonreír, de hablar, de mirar. Era, Alejandro Delvaux, como un enmendado Jean-Baptiste Grenouille que llevara el irresistible perfume incorporado de serie.

.....Su padre había sido uno de aquellos aventureros belgas que bascularon entre el Congo y la inopia, quien, gastado ya el caudal de intrepidez viajera, acabaría por recalar en un remoto y bello rincón del Mediterráneo más oriental. Allí conocería, de forma harto misteriosa, a la que sería su compañera: una ondina apátrida afincada en las Cícladas, una de aquellas ninfas que buscaron su paraíso particular tras el fiasco revolucionario hippie, y de la que nunca se supo la procedencia. Ella, medio en broma, medio en serio, decía que, como Afrodita, un día surgió de la espuma del mar. Decir que no era en absoluto descabellado dar crédito a tal origen es la mejor manera describirla. De ahí le venía el apodo de Ondina que tan justamente se ganó. A ella le debía Alejandro la vida, tanto como ella le debía a él su muerte. Imbuidos de esa vuelta al paraíso que tantos pretendieron seguir en aquel tiempo, su empeño en llevar a cabo el parto de forma natural, fiado no más a lo que los astros y la naturaleza dispusieran, tuvo la culpa -si es que cabe hablar de culpa en las cosas del destino. De nada sirvieron los consejos y admoniciones de uno de los amigos de comuna, un prestigioso médico vuelto a lo pagano de un vivir arcádico. El parto venía mal, avisó una y otra vez. Pero ella, erre que erre: lo que los cielos y la tierra dispusieran lo daba por bueno, nadie sajaría su carne para hacer nacer a su hijo. Coherente con sus convicciones, estaba convencida de la relación causa-efecto que en el cosmos es la base del equilibrio, un equilibrio que el ser humano parecía discutir, pero que ella se negaba a alterar. Y, al final, lo que dispusieron cielos y tierra fue un quid pro quo: al mismo tiempo que se acallaba el primer llanto del recién nacido y su almita se hundía en un sereno sueño, el alma de la madre, dejando atrás un cuerpo exhausto y desangrado, le abandonaba. Quizá allí, en ese interregno donde los sueños de los vivos moran mezclándose con el vivir de los muertos, madre e hijo se encontraran. Quién sabe si allí tuviera su origen la herida que, más adelante, se agrandaría y acabaría por desgarrarlo...

.....Fue enviado el huérfano a la civilización para recibir educación y formación esmerada. El padre, por su parte, volvería al Congo buscando lo que encontró, pues desapareció tragado por la selva y nunca más se supo de él. Alejandro se crió con sus abuelos paternos, a los que tampoco vería demasiado, pues enseguida fue internado en las más prestigiosas instituciones educativas de Europa: París, Zurich y Londres, con ocasionales estancias veraniegas en Roma, Florencia, Venecia, Atenas o, incluso, Alejandría, donde la firma comercial que regentaba el abuelo, dedicada a las más preciadas mercancías Import-Export, tenía sede y oficinas. Quizá fuera esa falta de cariño familiar, que nunca sintió Alejandro, lo que generara en él, por compensación, la predisposición a caer bien a todo el mundo. Su impecable y agraciada apariencia le allanaba el camino, a la vez que su carácter, en el más exacto sentido de la palabra, amable, dotado de una absoluta confianza en sí mismo, sin atisbos de débil servilismo, le abría las puertas de todos los corazones. No es que tuviera sex-appel -se sentían atraídos por él tanto hombres como mujeres-, era más que eso. Hubo quien dijera que en el alma de Alejandro estaba fundida la de su madre desde el momento en que ésta expirara. Incluso algún medium corroboraba esta especulación, afirmando haber hablado con ella directamente. Algo que cualquiera en su sano juicio calificaría de paparruchas, pero... ¿quién puede reclamarse totalmente sano de juicio? Lo cierto es que en lo tocante a aquel hombre, todo parecía posible.
Fue durante una estancia vacacional, precisamente. Acababa de cursar el último año del college, en Cambridge, y sus abuelos, en parte como premio por los excelentes resultados académicos, lo enviaron a una gira por el Egeo, con base en la sugestiva ciudad fundada por aquel su tocayo macedonio que a los 32 años fuera amo del mundo conocido; otro que, como nuestro protagonista, gozó de un extraño poder de atracción sobre las almas.


II
Sofía
.....Los periplos veraniegos de Alejandro, parte informal de su formación, estaban perfectamente programados. Nada o muy poco se dejaba al azar. Durante esos periodos se le asignaba un ayo, o un tutor, que lo acompañaba de continuo instruyéndole acerca de todo cuanto marcaba un guión minuciosamente preparado. Es posible que no se pudiera tildar a sus abuelos de excesivamente amorosos, pero no se podía dudar de que hubieran puesto a disposición de aquel inesperado nieto, llegado de una infausta Arcadia del mar, la mejor formación que unas mentes cultivadas como las suyas pudieran pretender. En lo tocante a su instrucción lingüística, ésta era impecable: menos las lenguas eslavas dominaba Alejandro las más importantes del occidente europeo, incluidos un básico español -más por interés literario que social-, y un griego con cierto aroma a clásico que en los ambientes cultos se estimaba, pero que en los populares causaba perplejidad, cuando no regocijo. El inglés, el francés y el italiano los dominaba con soltura, el alemán, en cambio, le rozaba como una escofina (como a él le gustaba decir: el alemán era una lengua para filosofar, no para ser hablada entre gentes sensibles). Adquirió una buena formación humanística compensada con otra más moderna, enfocada en la economía y la sociología, que lo preparara para una vida en que la competencia sería feroz. El cultivo del cuerpo fue siempre paralelo al de su mente. Sin poseer una fisionomía apabullante la tenía bien conformada: era atlético, de estatura media y peso proporcionado. Especialmente dotado para la danza, su flexibilidad era tan impresionante como su sentido del ritmo. Pudiera haber sido un buen bailarín de ballet si se lo hubiese propuesto. Pero no era ese el horizonte que lo esperaba. No obstante, la cadencia con que su cuerpo se expresaba era parte determinante de su personalidad; se hacía patente ya en su forma de caminar, de moverse, de gesticular, llegando a constituir su primera carta de presentación: un anzuelo que nadie dejaba de morder. ¿Cómo resistirse a lo que se nos presenta como la más incontestable de las idealizaciones de un ser humano, de lo humano en su máxima expresión?

.....Llegó a primeros de julio a Alejandría. Allí le esperaba el tutor asignado para la ocasión. La sorpresa fue relativa, ya que Alejandro no era proclive a sorprenderse por nada. Acostumbrado, como estaba, a la meticulosidad con que su educación había sido diseñada, no le extrañó encontrarse ante una hermosa mujer de ojos enormes y pelo castaño que se presentó como Sofia Amantidis. Efectivamente, era de ascendencia griega. Educada en Inglaterra y Francia, licenciada en Historia del Arte y Relaciones Públicas y, ahora, institutriz ocasional de un joven de dieciocho años durante los próximos dos meses.
En la significativa sonrisa que Alejandro le dedicara al saludarla pudo apreciar la insospechada tutora el atisbo de un explícito reconocimiento a su papel de Campaspe. La verdad era que si Sofía hubiera dispuesto de la facultad para penetrar en la mente del joven habría constatado su error. Alejandro no sonrió con picardía ante una compañía femenina que se augurara, cuanto menos, prometedora. En su sonrisa, franca y luminosa, no había nada de rijoso placer, sino el más anchuroso puente para ganarse su confianza. Con esa sonrisa quería realizar una declaración de intenciones: "Estoy encantado de conocerla. Me gusta usted", nada más. Ninguna segunda intención. Y eso lo descubriría Sofía, de forma inopinada, en el transcurso de aquel verano. Esto también demuestra cómo la realidad se muestra con diferente jaez según la perspectiva desde la cual se viva o contemple.
Rayaba la institutriz la treintena, era hermosa, como ya se ha dicho, de facciones dóricas y mirada tan amplia como intensa -podía uno perfectamente perderse en aquellos ojos, ser engullido por su dimensión oceánica. La encendida cabellera castaña le caía sobre hombros y espalda como una ondulada cascada de caoba o una llamarada orgánica de dinámicos destellos; generosa de pecho, ceñida de talle y anchas caderas que se prolongaban hacia el suelo en dos bien torneadas piernas, podría ser considerada toda una belleza clásica. No era difícil imaginársela danzando, cual bacante, entre coribantes al son de aulos, siringas, cítaras y zampoñas en los cultos orgiásticos en honor de Dionisos y Cibeles. Desde un primer momento, ambos se cayeron bien, a pesar del equívoco prejuicio que a la mujer le obligaba a adoptar una postura de guardia vigilante.

.....El programa era denso. En los dos siguientes meses la mentora y el aprendiz incursionarían -y excursionarían- en la civilización egipcia y todas cuantas se desarrollaron en el ámbito del Egeo, incluyendo las que florecieron en Asia Menor al calor de la influencia helénica. Así, desde las culturas minoicas y micénicas, civilizaciones protogriegas surgidas del mar, hasta los últimos latidos de la Grecia Clásica que se propagaron hasta los confines del imperio aqueménida conquistado por El Magno. Arte, Filosofía, Literatura, Arquitectura, pero también organización social, estructuras económicas, trazados urbanísticos. Eran vacaciones de verano, pero no estaban dedicados a vacacionar, sino a continuar una formación por otros medios. La extensa red de oficinas comerciales de la Compañía Import-Export Delvaux Corporation prestarían su apoyo logístico encargándose de residencias, contactos culturales y académicos, e, incluso, institucionales. Ellos sólo debían dedicar su tiempo estrictamente a profundizar en el conocimiento de aquellas culturas y extraer de él la máxima información que de forma transversal pudiera ser útil tanto para el presente como para el futuro; ya que como es bien sabido, los secretos del devenir se encuentran ocultos, como tesoros, en los cimientos del pasado. No sólo museos, no sólo visitas a los lugares de interés, fuesen ruinas o parajes míticos, sino también la inmersión en los escenarios, recorrerlos de la mano de los textos que los pusieron en el mapa: todo lugar recreado por el hombre guarda una estrecha relación con su destino, una relación que nunca se agota. Son lugares neurálgicos donde confluyen, en un determinado momento, fuerzas desconocidas pero de cuya confabulación no nos cabe duda por la historia que nos dejaron. Quizá sean aspectos demasiado taumatúrgicos para el común, pero no cabe duda que en determinadas instancias -sobre todo del poder- sí se tienen en cuenta y se les da la debida importancia. Prueba de ello es que en la agenda de Alejandro figuraban no pocos de estos lugares, y no me refiero sólo a Delfos, Dodona, Olimpia y Eleusis, en Grecia, o Luxor, Karnak o Siwa, en Egipto; todos ellos centros religiosos y, por tanto, cubiertos por un halo de misterio alimentado, sino también esos otros espacios donde la historia giró gracias a la fuerza de las armas, al fulgor del ingenio o a la confabulación de ambos a la vez.

.....El itinerario se aventuraba denso, pero también dejaba tiempo para el solaz y el disfrute de unos parajes incomparables donde, cuando uno era capaz de escapar al tráfago de un mundo cada vez más ruidoso y ajetreado, aún se podía sentir, si lejano, el latido de los dioses y el poderoso aliento de los hombres que los dieran vida. Nuestros dos protagonistas tendrían ocasión de comprobarlo, pues buscaron -y encontraron- esos momentos de silenciosa escucha, atenta disposición y libre entrega por medio de los cuales uno puede captar lo maravilloso que en la realidad suele entretejerse con hilos invisibles.

(continuará)

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GALERÍA

Bacantes en la Pintura 1
Descanso y Solaz
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Gerard de Lairesse (1640-1711)
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Bacchante endormie - Jean-Baptiste-Marie Pierre (1763)
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Bacchante playing the Cymbals - Jean-Simon Barthelemy (1778)
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Bacante y Fauno - Dióscoro Puebla (1831-1901)
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Adolphe Alexandre Lesrel (1825-89)
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Répos et désirs ou la Bacchante - Felix Trutat (1845)
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Pierre-Honoré Hugrel (1864)
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Víctor Meirelles (1857-58)
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Sleeping Nymph and Satyrs (Sleeping Bacchante) - William Etty (1828)
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Bacchante Lutinant une Chevre - William Adolphe Bouguereau (1862)
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Bacchante endormie - Gustave Courbet (1844-45)
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Sleeping Bacchante - Karoly Lotz (1833-1904)
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Bacchante endormie - Karoly Lotz (1833-1904)
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Reclining Nude (Sleeping Bacchante), Karoly Lotz (circa 1890)
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Bacchante, Karoly Lotz (1833-1904)
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Bacchante endormie - Karoly Lotz (1833-1904)
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Bacchante endormie - Karoly Lotz (1833-1904)
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Bacchante - Karoly Lotz (1833-1904)
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Bacchante - Karoly Lotz (1833-1904)
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Bacchante endormie - Karoly Lotz (1833-1904)
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Sueño (Sleeping Bacchante) - Karoly Lotz (1833-1904)
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Bacchante and Faun - George Dimitrescu Mirea (1852-1934)
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Bacante - Adolphe René Lefèvre (1834-68)
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Bacante en reposo - José Garnelo (1º tercio s XX)
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Bacante - José Garnelo (1936)
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Emile Laporte (1841-1919)
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Jean-Baptiste Camille Corot (1860)
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Jean-Baptiste Camille Corot (1865-70)
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Bacchante by the Sea - Jean-Baptiste Camille Corot (1860s)
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Bacante - Joaquín Sorolla Bastida (1863-1923)
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Joaquín Sorolla Bastida (1887)
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Resting Bacchante (1863-1923)
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La Danse des Bacchantes (Study) - Charles Gleyre (1806-74)
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Bacchante Alajos Gyorgyi (1821-1863)
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Bacchante - Louise-Elisabeth Vigée Le Brun (1785)
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Louise-Elisabeth Vigée Le Brun (1785)
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A Bacchante jouant du triangle - Charles va Loo
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Witold Pruszkowski (1846-1896)
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La Bacchante - George O. W. Apperley (1884-1960)
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Bacchate endormie - Jean Honoré Fragonard
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Bacchante - Gustave Vaniase
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Bachante and Panther -  Léon Riesner
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Bacchante - Gyula Benczur 
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Les Bacchantes - Charles Henri Michel (19ème siècle)
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Gaston Casimir Saint-Pierre (1833-1916)
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Bacchante giving Cupid to drink - Feodor Bruni
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Bacchante - Viktor Karlovich
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Bacchante endormie - Anselme von Feuerbach (1870)
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A Fairy Bacchante - Arthur Wardle
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Viktor Shtemberg (1863-1917)
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Andre Lothe (1910)
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Bacchante - Marie Laurencin 
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Bacchanti - Carlo Alberto Palumbo
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Bacante - Milo Manara
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