martes, 8 de enero de 2013

Reflexiones de un deslumbrado (I)





Y, entonces, ¿qué es el hombre, por sí mismo, sino un insecto fútil 
que zumba mientras se estrella contra el cristal de una ventana?
Y es que está ciego, no puede ver, ni puede darse cuenta 
de que hay algo entre él y la luz. Puede apartarse de la luz,
pero no es capaz de llegar a estar más cerca.
DiariosFernando Pessoa

La poesía de la Tierra nunca está muerta.
Diarios. Fernando Pessoa

UNA
.....No puedo hablar en serio. Me resulta imposible tomarme en serio nada de cuanto acontece en torno a mí. Si lo hiciera, sucumbiría. Tal es el grado de mi descarnada lucidez. Se necesita padecer, en mayor o menor medida, un estado permanente de miopía existencial si se quiere medrar en esta vida. La conciencia nos ha hecho incompatibles con una vivencia plena de la existencia. En la misma conciencia -su capacidad para ver lo trascendente de nuestro hecho vital- se haya el veneno. Conscientes de nuestra desgarradura, de ese sometimiento servil de un alma que se siente eterna a la humillación del dolor y el acabamiento, ya no podemos considerarnos, sea transitoriamente, habitantes de ningún paraíso. Sólo con una distorsión visual suficiente -una encubridora veladura, un compasivo enturbiamiento- nos es posible mirar de frente a lo que no es sino la más irrisoria de las paradojas: un ser consciente de su misma futilidad. De aquí lo necesario, lo imprescindible, lo deseable, del humor, de la ironía, del sarcasmo... No tomarse en serio es el lema, es la actitud más juiciosa, es la postura que nos proporcionará mayor placer: ya que estamos bien jodidos, al menos que sea de la mejor manera, busquemos los puntos más erógenos de nuestra consciencia, aquellos que nos hagan creer poseedores de una potencia ilimitada, por medio de los cuales sentirnos hasta tal punto embriagados de placer que nos olvidemos de nuestra inconsistente vacuidad.

.....Quien se toma en serio -quien puede hacerlo- logra llevar una vida a la medida de su naturaleza animal, pero no a la de su naturaleza divina. ¿La naturaleza humana? La viven quienes abjurando de una no consiguen alcanzar la otra; cojitrancos de su visión a medias la pasan oscilando de la ilusión al desencanto, de la alegría al desasosiego, de la ignorancia a la estulticia, de la risa al llanto. Impotentes para hallar solución al dilema de su propio ser, serán víctimas de la paranoia, o, cuanto menos, de la psicosis, y adoptarán todo tipo de medidas, pretendidamente correctoras, que de nada le servirán (así nació la necesidad de la mascota: un ser en el que volcar nuestras incongruencias y del que no cabe esperar reproche alguno. En la mascota el ser humano encuentra un consolador sedante a su, tantas veces, angustiosa existencia). Ante quienes pretenden detentar naturaleza humana se abre el más horripilante de los vacíos: aquél del que no se conoce el fondo, y del que se concebirán, por tanto, las más infernales especulaciones (aquellas que cada cual forja en su corazón con una particular aleación de privados y exclusivos miedos pánicos).

.....Si uno se fija bien. Si uno se fija con agudeza, con perspicacia, con penetración, en todos aquellos pocos sabios que en el mundo han sido, podrá contemplar cómo sus actitudes nada tienen de grave; es más, incluso mucho comportan de ligero, de aleve, de adolescente, cuando no de infantil. Nos da la sensación de que esos seres, considerados según la norma como privilegiados, viven en un perpetuo estado de ingenuidad y candidez, en un estado de juego constante. Es como si toda esa lúcida inteligencia les hubiera conducido, mediante un rodeo de erudición trascendente, al punto de partida, pero transfigurados (¿qué otro sentido tiene aquel: dejad que los niños se acerquen a mí?). Volverse niño, efectivamente (o adolescente), es una manera de renunciar a la seriedad del adulto, de abdicar de eso que se llama "madurez"; es decir: de caer en una consolidada animalidad o en la contradicción insuperable y angustiosa. Pero volverse niño por empacho de lucidez es una cabriola sólo al alcance de las más refinadas inteligencias (o de la más compasiva de las locuras). Persistir en esa actitud de forma ordinaria, por ende, es algo milagroso, cuando no directamente producto de la más extática y enajenadora iluminación. El lúcido que se vuelve niño es una bacante en perpetuo ditirambo. Soportará la desnuda visión de la existencia porque de su conciencia habrá erradicado toda veleidad moral (especie de reglamentación coercitiva que incide y abunda en la psicosis), contemplando así la rotundidad voluptuosa de la existencia (sus turgentes protuberancias de vida y sus viscosos abismos de muerte) con el alma limpia y entregada al placer de lo eterno.

William Adolphe Bouguereau (William Bouguereau)William Adolphe Bouguereau (William Bouguereau)
The Youth of Bacchus (1884)

DOS
.....La risa producida por el deslumbramiento es el más poderoso y eficaz antídoto... contra el veneno de la angustia producida por el vacío existencial. A Sartre, a Camus, les faltó la risa. Bataille lo intentó y consiguió alguna rijosa y estentórea carcajada, más caricaturesca por lo pornográfica que placentera por lo erótica. Schopenhauer, con ser tachado de pesimista, siéndolo en el fondo al que le hundió su educación luterana, es el triste más alegre de toda la filosofía moderna (una extraña mezcla de aquel cínico morador de toneles y de morigerado epicúreo), digno precursor de quien bailaría sobre mentidos sepulcros blanqueados. Pero Nietzsche es el gran ditirámbico. Aquel miope sifilítico consiguió mucho más que otros más sesudos y metódicos que él: accedió al deslumbramiento, y lo hizo a base de desnudarse, a base de someterse al más terapéutico de los exhibicionismos, sus ridículas vergüenzas convertidas, por mor de su poderoso, sinvergüenza y audaz pensamiento, en formidables atributos que envidiaría el más lascivo de los sátiros. Hay más lucidez en su Also Sprach Zarathustra que en toda la Crítica de la Razón Pura y Práctica juntas. Lo poético tiene la culpa. Nietzsche bailaba con el pensamiento, y no perdía pie. Sus ágiles pasos, sus fintas y saltos, lo convierten en el pensador más bailarín de cuantos diera el germano pensamiento. Si filosofó con el martillo, lo hizo enfundado en zapatillas de ballet. Si se aupó sobre su época fue a base de sumergirse en los fundamentos de su cultura: el clasicismo helénico, la edad de oro del espíritu humano, verdadera Arcadia en la tierra del dolor. Allí buceó para salir a la superficie con el producto de su fantástica pesca: los más extraños y transparentes seres, dotados de luces propias en un mundo condenado, inexplicablemente, a opresiva y ubicua oscuridad. Con aquellas fosforescencias deslumbradoras contribuiría a iluminar el trono, ya vacío, de un dios moribundo. Él no lo mató, Nietzsche no lo mató; sólo anunciaría y dictaminaría su defunción. Y lo hizo sabiendo que el dios que agonizaba no era sino una de tantas manifestaciones. Él, Nietzsche, anunció la venida de una nueva manifestación de aquel dios ya agotado, y lo hizo desplegando su santísima trinidad: La Voluntad de Poder, El Superhombre y El Eterno Retorno; es decir: Espíritu santo, el Hijo y el Padre. En esas estamos, punto por punto. 

....Con todo, pocos le han entendido bien, pocos han podido disfrutar plenamente de la luz de su pensamiento deslumbrador. Dejando de lado los zoquetes que lo utilizaron de la forma más burda, ordinaria y torticera (incluyendo aquí a su queridísisma y antisemita hermanita) como estandarte justificador y coartada intelectual de locuras sórdidas e inhumanas (¡Él, el más humano de los hombres! -quizá demasiado humano), pocos han sabido bailar su swing. Se han acercado a él demasiado gravemente, aún contaminados de la suficiente seriedad como para no poder captar la naturaleza, no sólo insolente, que también, sino festiva y desvergonzada, de su asistemático sistema. Él, el más dionisíaco de los apolíneos y el más apolíneo de los dionisíacos: quien se atreviera a poner los puntos sobre las íes de Dios, Cristo y el Espíritu Santo, creando la soberbia figura del Superhombre, es decir, del hombre que se supera a sí mismo, que prescinde de esas muletas teológicas con las que se ayudaba en su renqueante y vertiginoso caminar; quien reivindicara el valor de la serpiente como imagen contrapuesta al que se le otorgara como culpable y origen de la caída, restituyéndole su significación atávica de ouroboros, a quien, no obstante, deberá el hombre, que quiera zafarse del ciclo perpetuo de su ignorancia, morder y arrancar la cabeza que rompa el círculo que amenaza con ahogarlo (es decir, el Eterno Retorno); quien concibiese el impulso de Lo Posible por llegar a ser, como Voluntad de Poder presente en todas las cosas; él, el más débil y atribulado de los organismos, concebiría una realidad de la existencia capaz de salvar esa zozobra, ese vacío, esa angustia, con la eficaz utilización de la imaginación, que en la conciencia habita en feliz contubernio con una finísima sensibilidad desarrollada a partir de las propias limitaciones. 

.....¿Pensamiento para tullidos?  No, para resistentes; para supervivientes, convertidos así en vividores. La debilidad de un organismo depauperado jugando el papel de catalizador en el íntimo metabolismo de la conciencia. La precariedad de la materia defectuosa, como sustancia reveladora de la luz que más alumbra, positivadora de una realidad en negativo. La sonrisa puede ser el destello de la inteligencia satisfecha, pero la risa, la risa que surge en medio de la tormenta, es el rayo orgásmico que la ilumina, pura carcajada de luz que libera la tensión del alma sometida a la angustia existencial. 
¿Cómo tomarme la vida en serio? ¿Cómo, siquiera, tomarme la muerte con seriedad? Si lo hiciera, sucumbiría; perdería la risa. La sonrisa sería mueca vacía de sentido. Mi ser se volvería mera máscara resonante, humo flotando en la niebla, lápida de una tumba vacía, apenas sueño que no se recuerda.
No quiero tomarme nada en serio, y si alguna vez lo hago, será por compasión con quien, llegado a mí, no tenga otra manera de soportar mi compañía mas que concibiéndome así (y lo haré de forma temporal, no obstante). He llegado a un punto tal que, por más que quisiera, no podría dejar de reír incluso ante mis propias desgracias. Agotado mi escaso caudal de desesperación en la misma medida que lo ha hecho el de esperanza, no me queda más que la sonrisa irónica o la risa terapéutica.
Tomarme en serio... ¡Vamos Hombre! Que se tomen en serio quienes crean tener algo que perder...

File:William-Adolphe Bouguereau (1825-1905) - Dante And Virgil In Hell (1850).jpgFile:William-Adolphe Bouguereau (1825-1905) - Dante And Virgil In Hell (1850).jpgFile:William-Adolphe Bouguereau (1825-1905) - Dante And Virgil In Hell (1850).jpgFile:William-Adolphe Bouguereau (1825-1905) - Dante And Virgil In Hell (1850).jpg
Dante and Virgil at the Hell (1850)

TRES
.....Mi coherencia me conduce inexorablemente hacia la inmolación... si un ataque de hilaridad no lo remedia. Uno de esos incontenibles accesos de risa que a punto de ocasionarme la asfixia sea capaz de trastocar mi bien ordenada escala de valores. Una de esas irreprimibles cascadas de carcajadas que me lleven hasta los límites del paroxismo, allí donde, el diafragma convertido en rígida cúpula de músculo catatónico, se abre el abismo de la nada, y, arrojado a él, de la nada vuelva otro.
Leer lo que sigue y seguir intentando vivir como si nada sólo está al alcance de quien: o esté sobradamente dotado de genialidad, o carezca absolutamente de sensibilidad,

El artista debe ser hermoso y elegante, porque quien admira la belleza no debe carecer de ella. Y, sin duda, causa un dolor terrible al artista no encontrar en sí mismo nada de lo que busca tan trabajosamente.

.....No estaba pensando (sólo) en la belleza física mi heteronímico lisboeta, maestro de entelequias y alquimias de personalidad. En modo alguno podía él sentirse ayuno de belleza, porque la belleza no acepta ni se atiene a un único canon, por más que haya expresiones de lo bello que conciten el acuerdo unánime. Mi admirado Pessoa, como ese otro no menos admirado Wilde, poseía una personalidad que lo nimbaba de la belleza más auténtica: la de lo irrepetible. Gentlemen refinados ambos, pasearon su coherencia por un mundo que, a la postre, los daría de lado (no todo el mundo, por supuesto; pero sí el unánime y convencional). Y si los dio de lado fuere porque se empeñaron en ser coherentes consigo mismos. Les pasa a todos los que lo son a contracorriente. No me quiero refugiar bajo paraguas que me viene grandes. Constato, y me arrogo el derecho a constatar-me.
Quien no se traiciona, quien permanece fiel a sus vicios tanto como a sus virtudes, ese acabará inmolándose en la propia pira, una pira levantada trabajosamente a lo largo de los años con material altamente inflamable: coherencia. Cada paso dado sin renunciar un ápice a lo que uno siente que es, es un tocón de coherencia que se añade a la pira. El mismo Pessoa cita ejemplarmente a Shelley, a Byron, a Keats, a Milton y a Poe, como conspicuos representantes de la belleza creadora, que, imbuida de belleza, la irradia, además de buscarla y rodearse de ella. Todo queda en una especie de vórtice de lo bello que se retroalimenta a sí mismo. No, mi querido Pessoa; te contradices a ti mismo, y lo haces -te contradices- por no ser incoherente con tu pensamiento y tu sentir. Quien dice unas líneas más atrás cosas como ésta,

La poesía está en todo, en la tierra y el mar, en el lago y la ribera del río [...] hay poesía en esta mesa, en este papel, en este tintero, hay poesía en el ruido de los coches, en la calzada, en cada movimiento vulgar y ridículo de un obrero que, al otro lado de la calle, pinta el letrero de una carnicería.*

O más adelante,

Existe, para mí, un significado más profundo que el miedo de las personas en el olor del sándalo, en una caja de cerillas olvidada, en dos papeles sucios que, en un día de viento, dan vueltas y se persiguen calle abajo.*

.....¿Cabe contradicción más flagrante? ¡En sólo unas pocas líneas! ¡Esto es coherencia!
Sí, sí, la coherencia no excluye la contradicción; antes bien, hace gala de ella, es su garantía. Quien haya leído atentamente desde el inicio todo lo que hasta aquí se ha escrito comprenderá por qué llego a esta conclusión. ¿Cabe algo más contradictorio que una conciencia, que por definición se sabe eterna, consciente de su sometimiento a los rigores del tiempo? ¿Algo, acaso, más contradictorio que una conciencia inmarcesible, infinita -mientras es-, que no obstante sepa que toda su infinitud depende de que unos átomos de oxígeno lleguen en tiempo y forma al cerebro? Somos contradicción por naturaleza y esencia, lo único que pide la coherencia es que esta contradicción se mueva en los cauces delimitados por una personalidad honesta y sincera consigo misma, que no tema el íntimo conflicto que todo alma conlleva; es decir: son las propias contradicciones, su asunción, las que apuntalan la coherencia, a modo de arbotantes y contrafuertes. Cada individuo vive sus contradicciones de una manera distinta, puesto que cada individuo es un ensayo diferente de Lo Posible. Es este ser fiel a quien se es, a quien de modo único e irrepetible existe de una vez por todas, lo que define la coherencia. Pero lo que uno es va desarrollándose paulatinamente a medida que se vive, a medida que uno se mide con todo lo demás, como si ese "todo lo demás" fuese el escultor de nuestro ser. A la vez, ese esculpirse, en gran parte, depende de nuestra voluntad; lo que "todo lo demás" modele en nosotros está íntima y determinantemente relacionado con lo que nosotros queramos (o admitamos) que sea modelado en nosotros: eso es la coherencia. Es decir, el cincel de "todo lo demás" hará esquirla en nosotros si nosotros queremos, en gran medida, que así sea; sino, el cincel resbalará o dará en vacío.

.....Es el deslumbramiento quien pone en valor la coherencia. Si algo se es (aunque sea contradictorio), si algo merece la pena en nosotros, es esa distinción que nos hace únicos, la misma que nos permite reclamarnos hijos de Lo Posible (hijos, por tanto, de un dios que sobre todos los dioses gobierna). Pero también es esta distinción -apenas una ínfima variación en los genes, una tirada de dados- la que nos devuelve la imagen de la finitud, de la materia corruptible y sujeta al dictado de lo efímero y la autoridad de lo cambiante. Es, precisamente, aquello otro que todos compartimos, aquello que nos proporciona la conciencia de lo eterno, donde reside lo que más deseamos, que no es simplemente perdurar, sino saberse parte inconsútil de un todo, saberse formando parte de lo Uno; no ya más desgarradura, no ya más vacío a nuestros pies, no ya más contradicción, sino armonía de espíritu fluctuando. ¿Coherencia, entonces, para qué? Para no defraudar en nosotros la singularidad que hace posible nuestro acceso a la conciencia que nos permite vivir la contradicción que somos. Y si con esto no basta, apelo a aquello que hace posible en mí el deslumbramiento y la risa.

* (Ambas citas, como la anterior y las que encabezan el post, están extraídas de un jugoso librito de, relativamente, reciente aparición -2008- que, con el equívoco título de Diarios, incluye pensamientos y notas -unas fechadas y otras sin fechar- inéditos del autor del Libro del desasosiego).


The Wave (1896)
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Ilustración de cabecera: La Jeunesse de Bacchus (1884)

Todas las ilustraciones son  de:

 William Adolphe Bouguerau 
(1825- 1905)

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