lunes, 1 de julio de 2013

Relatos de Julio 2013 (1): El Crimen (I) - GALERÍA: Edward Hopper (2)





Matar a alguien es muy duro. No sólo le quitas todo lo que tiene,
sino todo lo que podría llegar a tener...
William Munny (Unforgiven -Sin Perdón-, Clint Eastwood)

Vivir es un transitar; morir, un tránsito. No se excluyen, se complementan.
Engendrar y matar son dos caras de una misma existencia:
con una, colmas un vacío; con la otra, lo dejas.
Pensamientos horribilis. Héctor Amado


El Crimen
(I)

I
.....Inspirar, retener, espirar pausadamente... Inspirar, retener, espirar pausadamente... Se imponía esta disciplina con la esperanza -fundada- de que con una rítmica pauta respiratoria podría acceder a la calma, sosegarse, recuperar el control sobre sí mismo. De algo debían de servirle los años dedicado al cuidado y la potenciación de sus facultades físicas. Nadie como los orientales en este aspecto; el del auto-control, me refiero. Es curioso (más de una vez había elucubrado) cómo la humanidad siguiera caminos divergentes atendiendo a la longitud meridiana de su ubicación: el Occidente, más centrado y enfocado en la mente racionalista, más empírico, más materialista; en Oriente, más inclinado a la mente especulativa, más onírico, más idealista. En un caso, el pragmatismo guiaba la conducta; en el otro, la fantasía. En uno, la razón; en el otro, la intuición. El término medio, la equidistancia, había sido intentado, con desigual fortuna, por individuos de uno y otro hemisferio. Ahí están los ejemplos paradigmáticos de Herman Hesse, de Lafcadio Hearn, de Octavio Paz, de Borges, de tantos y tantos aventureros que más buscaban respuestas a preguntas sin respuesta (en su cultura de origen) que intereses meramente económicos. Menos son los ejemplos modélicos en sentido contrario (lo que no quiere decir que no los haya), no hay más que ver cómo las sociedades orientales se han subido al carro de los usos y costumbres que son típicamente occidentales, entre ellos el de un consumismo alienante.  Si bien es cierto que desde allí -desde Oriente- algunos espíritus lúcidos han denunciado esta deriva materialista, competitiva, des-almada del capitalismo feroz (la peor cara del capitalismo, el voraz, el que utiliza a los seres humanos como algoritmos o agentes suministradores de dividendos). Ahí están los escritores y directores de cine japoneses, por ejemplo, que sin hacer una apología nacionalista y cerrada de sus valores tradicionales, los pusieron en valor, en espléndidas obras maestras del cine, ante la pérdida de referencias y el desnortamiento en que parecía caer irremediablemente su sociedad (el capital actúa, siempre, como la Nada de Michael Ende: todo lo engulle, todo lo vuelve gris, o, por el contrario, luz de neón; pero, al final, todo concluye teniendo el mismo color: el del dinero).

.....Poco a poco el temblor fue desapareciendo. Ya no era más que un apenas perceptible trémolo, una pequeña vibración que no obstante se negaba a desaparecer del todo, como sucede tras uno de esos orgasmos superlativos en que el cuerpo no llega a recuperarse del todo hasta pasadas varias horas. Se sentía igualmente confuso e imbuido de un torpor que en él no era habitual. Él, el constantemente lúcido, el despierto, sentíase como dormido, y al mismo tiempo formando parte del sueño. Se miró las manos. Aún temblaban, pero estaban limpias. Ni rastro de sangre; ni entre las uñas. Las imágenes se deslizaban velozmente por su mente, se superponían, se atropellaban, establecían conexiones sin relación alguna con los acontecimientos recién vividos. Pero ¿Los había vivido, en realidad? ¿No se trataría todo de un sueño, de un sueño soñado dentro del sueño? Quien vive experiencias extremas suele tener este tipo de sensaciones infiltradas de irrealidad. Como si uno quisiera modificar lo que ya es imposible enmendar, lo que ya se ha cometido. Quizá si uno fuera capaz de escaparse a otra dimensión, a otro de esos universos que ahora se dice existen y que están aquí, solapados a éste que conocemos y del que formamos parte. Pero eso sólo es un sueño. El hombre siempre ha querido escapar a su destino. Lo sabe portador de incongruencia, de injusticia, de absurdo; por eso sueña con otros mundos, con lo fantástico, con lo imposible recorriendo el camino improbable de la posibilidad. Eso le consuela. Es como jugar a la lotería, por difícil que sea obtener el premio (el gordo, el que te libraría de la servidumbre de los necesario --al menos eso crees) uno, al jugar, se pone él mismo en juego, y poniéndose en juego, en suerte, amortiguando así la angustia, deteniendo la rueda de la desesperación durante un tiempo; un tiempo que no habrá más que renovar semana a semana, con fe, jugando, creyendo en universos paralelos, en dioses que nos observan, que nos acogerán cuando llegue el momento, que nos compensarán de este absurdo, de esta incongruencia, de esta injusticia. Echar mano de la irrealidad es un remedio, una tabla de salvación, cuando uno ha naufragado en la realidad.

.....Y él, en cierto modo, tenía la impresión de haber naufragado. La nave en la que había transitado por la vida hasta ese momento se había ido a pique de la forma más expeditiva, más irremediable; engullida por un maelstrom, por un terrible torbellino, que lo había dejado sin un suelo firme que pisar, a merced de un encrespado oleaje que muy probablemente acabaría por tragárselo. Pero se resistiría, vaya que lo haría. Y la primera medida de resistencia era el torpor, la sensación de irrealidad, el distanciamiento, la desculpabilización. Después, cuando ya hubiera tomado distancia, cuando se hubiera alejado suficientemente del torbellino, evitaría que éste lo tragase. Sólo había que mantenerse a flote el tiempo necesario, y confiar en que los tiburones no hicieran acto de presencia. Los tiburones, sí, siempre acuden al olor de la sangre. Probablemente acudirían. Pero esperaba estar lejos cuando eso sucediese, lejos y... a salvo. Se volvió a repasar la ropa, la camisa, los pantalones, los zapatos... cualquier mancha desapercibida podría delatarlo, aunque estuviera lejos, los tiburones tienen el olfato muy fino y podrían seguir su pista, por el olor. Las manchas de sangre, son fáciles de quitar cuando se tratan a tiempo, cuando aún están húmedas. El agua limpia es suficiente, si el tejido es natural. Lo malo son los sintéticos, algunos reaccionan con la  albúmina y forman compuestos insolubles, indestructibles; la huella entonces no desaparece del tejido, hay que quemarlo, destruirlo, volatilizarlo. No, no detectó ninguna mancha. Ninguna salpicadura. Al menos a simple vista.  Lo mejor sería deshacerse de todo cuanto llevaba encima en el momento de... Pero no disponía de otra ropa en ese momento. Hasta no disponer de ropa nueva, debía arriesgarse. Lo importante -se decía- era alejarse cuanto antes, y cuanto más lejos mejor.

.....No parecía probable que lo buscaran a él. No, al menos, mientras no pudiesen atar ciertos cabos que dificilmente atarían. Pero nunca se sabe, los sabuesos -los tiburones- tienen muy desarrollado el olfato, cuando menos te lo esperas los tienes a los talones, llamando a tu puerta, enseñándote la placa -los colmillos-, pidiéndote que los acompañes, arrastrándote hacia las profundidades de un antro donde te ahogarán a preguntas. Y tú, por mucha calma que intentes aparentar, te acabarás delatando, cometerás una sutil estupidez, y ellos, que la están esperando, la captarán de inmediato. Siempre pasa: la asfixia, la presión, la culpabilidad que actúa taimadamente desde dentro, dejarán caer una incongruencia, una inconsistencia, que deshilachará tu coartada. De nada te servirá entonces estar en otra galaxia, atarán cabos con tus hilos sueltos y con ellos tejerán la soga de la que penderás. No existe el crimen perfecto. Sólo el azar es capaz de cometerlo. Si el azar se alía contigo -cosa que no suele suceder comunmente- quizás tengas una oportunidad, una entre un millón; pero no puedes contar con él, eso es tanto como confiar ciegamente en que al final te tocará la lotería (cuando sabes que eso es altamente improbable, por no decir imposible). Así pues, me repaso de arriba abajo. Me miro los bolsillos. Que no haya nada en ellos delatador. A veces un simple papel con un apunte, un número de teléfono, una lista de la compra, una entrada para un espectáculo, un billete de tren o autobús, cualquier objeto que pueda decir de ti y de tu circunstancia mucho más de lo que tú mismo crees, y mucho más, por descontado, de lo que ellos necesitan para averiguar, para atar cabos, para deshilachar tu coartada, para situarte en el lugar del crimen, para colgarte el muerto.


II
.....La atracción del abismo, la seducción del caos, la voluptuosidad que proporciona la ruptura del interdicto, el abandono en brazos de la vorágine amoral de la vida, de todo ello hay en el comportamiento criminal. Digo más, son las últimas razones -o las primeras- por las que el criminal cumple su fatídico destino. La perplejidad subsiguiente, el mareo existencial, el arrobamiento en un placer que cuesta reconocer como tal, no es sino la sensación de libertad, de inmensa libertad, que da el haber sido capaz de contravenir toda norma, toda ley, incluso la tenida como más sagrada por el hombre: no matarás (o no causarás dolor, ni daño, a un semejante, por placer). Normalmente esa sensación en principio equívoca, de  extraño, inexplicable e intenso placer que experimenta el criminal principiante, no se le revela hasta que no comete su primer crimen. Se ve sorprendido por ella, a veces tanto, que puede caer en la locura, quedar prendido de la irrealidad, enajenado para volver a la normalidad. Pero el verdadero criminal, aquel que descubre en el crimen una fuente (la más poderosa) de inaudito y misterioso, mas patente, placer, ése, puede retornar, desde las alturas siderales a que el crimen le catapulta, al plácido valle de normalidad donde todos sus congéneres pululan, ajenos (por cobardía) al reconocimiento del monstruo que todos llevan, en potencia, en su interior. Aquí he de aclarar, o precisar, que aunque este pensamiento (que sin duda se tachará de audaz, cuando no de disparatado) me parece de una certeza fuera de toda duda (a la historia me remito), sí reconozco que no todo ser humano está preparado para ser un auténtico criminal; puede que un criminal incidental sí, en una situación excepcional (guerra, defensa propia), pero no un criminal a conciencia, uno convencido de no contravenir ninguna ley con su comportamiento, al menos ninguna ley de rango superior o distinta de las demás leyes necesarias para una convivencia que, para él, pivota en referencias distintas a las que guían al resto de la bien pensante comunidad.

.....Un criminal, uno verdadero, que experimenta ese tipo de sensación placentera en la ejecución de su crimen, es, qué duda cabe, una excepción; aunque quizá menos rara de lo que se piensa. Repito, no hay más que variar las referencias existenciales, cambiar las circunstancias vitales de una sociedad para comprobar cómo aparecen, más de lo esperado, monstruos donde antes se presumía seres humanos. Y empleo la palabra monstruo aplicada al criminal convencido, por una mera cuestión de claridad expresiva: así, todo el mundo entenderá más fácilmente de qué tipo de excepcionalidad estoy hablando. El infeliz Rodya, por ejemplo, el patético protagonista de la soberbia Crimen y castigo, de Dostoyevski, no sería este tipo de criminal, puesto que él, Raskólnikov, mata desde la ideología, desde la reflexión. Justifica su acto en la utilidad de un bien posterior. Y eso es una garantía de fracaso (el mal aflora con toda su carga significativa de culpabilidad cuando se contempla desde la perspectiva de un bien). De hecho cuando Raskólnikov ejecuta más o menos friamente el crimen previsto (la duda, si en principio velada, siempre ejerce sobre él una especie de condicionante que le impide vivir su crimen con absoluta libertad), y ha de volver a matar ante un acontecimiento imprevisto (verse sorprendido con las manos en la masa), el fracaso a que estaba destinado (por partir de una premisa errada) sale a la luz, se muestra con toda la fuerza de la civilización, esa que lo ha educado remachando en su conciencia el interdicto esencial: no matarás.

.....Y ahí, Rodya, está perdido. Querrá justificar su primer crimen en base a los razonamientos que lo llevaron a él, pero ya no podrá. El bien absoluto que esperaba obtener (que no es más que una pueril excusa para justificar el crimen) por el mal relativo necesario para su obtención (arrebatar la vida a un ser tenido como innoble) no se verá suficientemente respaldado; ahora, además, el segundo asesinato lo dejará inerme, sin razones, sin el marco referencial urdido para poder justificar el primero. El segundo asesinato, el gratuito, el que sólo busca ocultar el primero (ocultar a la vista de un ser normal, es decir, de un representante de la sociedad bien pensante, que además, para más inri, es un ser bondadoso) le hará ver a Raskólnikov el vacío sobre el que se asentaba su bien tramado plan: el vacío psicológico, me refiero. Pues para todo crimen es precisa una coartada mental -cuando no moral, si el individuo que ha de perpetrar el crimen es susceptible de moralidad, permeable a ella, contaminado por ella. Si Raskólnikov hubiera sido un verdadero monstruo, un criminal auténtico y consciente de serlo, habría gozado aún más con el segundo crimen, el inesperado, el no tramado, el no erigido sobre razones, y, por tanto, más puro. El segundo crimen de Rodya (de Dostoyevski, que lo pergeñó y sobre el que hace gravitar la mala conciencia del joven asesino -que no criminal), para un criminal comme il faut, sería fuente inmensa del más puro e inesperado placer, no por el acto de matar en sí, no por la sensación de poder inherente al hecho de disponer de la vida del otro, sino al experimentar esa otra inmarcesible sensación de libertad que supone la violación del máximo interdicto sin remordimientos de conciencia.

(continuará)

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GALERÍA


Edward Hopper
1882-1967

2
1930 -1949
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South Truro Church, 1930
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Tables for ladies, 1930
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The long leg, 1930
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Freight car a Truro, 1931
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Hotel Room, 1931
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New York, New Haven and Hartford, 1931
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The Barber Shop, 1931
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The Camel's Hump, 1931
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City Roofs, 1932
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Room in Brooklyn, 1932
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Burly Cobb's House, South Truro, 1930-1933
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Ryders House, 1930-33
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Sun on Prospect Street (Gloucester, Massachusetts), 1934
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House at Dusk, 1935
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Shakespeare at Dusk, 1935Shakespeare at Dusk, 1935
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Cape Code Afternoon, 1936
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Jo Painting, 1936
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The Circle Theatre, 1936
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Five A.M., 1937
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Sheridan Theatre, 1937
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White River at Sharon, 1937
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First Branch of the White River, Vermont, 1938
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Compartment Car, 1938
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Bridle Path, 1939
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Cape Code Evening, 1939
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Ground Swell, 1939
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New York Movie, 1939
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Gas, 1940
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Room in New York, 1940
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Office at Night, 1940
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The Lee Shore, 1941
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Nighthawks, 1942
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Hotel lobby, 1943
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August in the City, 1945
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Rooms for Tourists, 1945
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Jo in Wyoming, 1946
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Pensylvania Coal Town, 1947
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Summer Evening, 1947
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Seven A.M., 1948
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Conference at Night, 1949
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High Noon, 1949
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