miércoles, 12 de marzo de 2014

Lucretia (4). "The Rape of Lucretia", de Wiiliam Shakespeare (III) - GALERÍA: La Muerte






Un Acercamiento a 
THE RAPE of LUCRETIA
de William Shakespeare

(2)


Desarrollo. Sumario*

Secuencia. 2ª Parte:
 el Suicidio y la Venganza

.....Habíamos dejado, en el post anterior, a nuestra heroína en el momento clímax de la obra de Shakespeare, en que sufre la alevosa violación por parte de Sexto Tarquinio. El lecho puro ya mancillado, si ungido, de lágrimas amargas, que dulces le supieran a lo largo de la noche al infame que hiciéralas brotar para su goce, el infame Tarquino; hasta que, antes del alba, éste, ahíto, con el estigma de su execrable acción ya imborrable sobre su frente, abandona a la desdichada y se aleja, perseguido por los destemplados ladridos de sus remordimientos.
.....Comienza esta segunda parte en el instante en que Tarquino, saciada su lujuria, y Lucrecia, violentada su virtud, se enfrentan a las consecuencias. Se acerca el día y con él la luz que todo lo alumbra, para bien --él-- y para mal --ella.

Él parte como un grave penitente;
ella se queda, náufraga, sin ánimo.
Él ansía la luz de la mañana;
ella no ver ya más la luz del día:
«Pues el día revela los nocturnos
ultrajes, y mis ojos no aprendieron
a encubrirlos con taimada expresión.
[st 107ª]

Lamento de Lucrecia (sts 108ª-154ª)
Ella, ingenuidad pura, cree que todos pueden ver en sus ojos lo que estos vieron y contemplaron durante la ultrajante noche; todos verán su desdicha y su falta --forzada-- escrito en sus lágrimas.
Y a partir de aquí Lucrecia comienza un largo lamento en el que busca fuera de sí, y encuentra, culpables a su deshonra. Así, culpabiliza a la noche,

«¡Oh, Noche inquieta, imagen del infierno,
registradora oscura del desdoro,
negra escena de asesinato crueles, 
vasto caos que escondes los pecados,
aya del crimen, puerto de la infamia,
cueva de muerte, vil conspiradora
de la muda traición y el violador!
[st 111ª]

Aunque también le pide --a la Noche--, ruego al dios de las tinieblas en que se halla, que la ampare del día,

»¡Protégeme del indiscreto día!
La luz imprimirá sobre mi frente
la ruina de la dulce castidad,
la impía brecha de nupciales votos.
Los iletrados que no saben cómo
leer lo escrito en libros eruditos
verán mi sucio crimen en mis ojos.
[st 116ª]

Se zahiere pensando en Colatino, su esposo. Aquí Shakespeare, emplea una alusión aforística a un taimado (inconveniente y criticable) comportamiento, demasiado habitual, desgraciadamente, en la vida social y política del hombre,

»¡Oh invisible deshonra, oculta infamia, 
privada cicatriz de su cimera!
La deshonra está impresa en Colatino
y bien puede Tarquino ver el lema:
"Herido en la paz, no en la batalla."
¡Ay, cuántos hay que sufren las afrentas,
que sólo las conoce el que las hace!
[st 119ª]

Y clama contra los caballos de Troya que en mundo son; contra quienes, fingiendo el bien, hacen que se les abra las puertas, para, una vez dentro, despojarse de la máscara y mostrar todo el mal que portan; contra todo lo tornadizo que no perdura en su pureza, en fin,

»¿Por qué el gusano irrumpe en el capullo?
¿O el cuco incuba en nidos de gorriones?
¿O el sapo las fontanas envenena?
¿O acecha la demencia en pechos nobles?
¿O los reyes quebrantan sus decretos?
No existe perfección más absoluta
que no contamine la impureza.
[st 122ª]


Después acusa a la cara sombría de la Oportunidad, esa facilitadora de la acción. Estrofas memorables vierte aquí el Bardo (seis le dedica a la diatriba contra la Oportunidad),

»Ay, Oportunidad, tu culpa es grande:
tú ejecutas la traición del traidor;
pones al lobo donde está el cordero;
señalas el instante a quien conspira.
Te burlas de la ley y de la razón;
y en tu celda sombría, oculto a todos,
el Pecado se aposta contra el alma.
[st 126ª]


Para después volver los ojos hacia el Tiempo, también culpable de todos los males (pues ahora, una inconsolable y obcecada Lucrecia, no puede concederle que también acoja todos los bienes),

Tiempo horrible, compinche de la Noche,
ágil correo de siniestras cuitas,
falso esclavo del más falso deleite,
bestia de carga del dolor y del crimen
que nutres todo y matas cuanto existe:
¡óyeme, tornadizo, sé culpable
igual que de mi crimen de mi muerte!
[st 133ª]

Y le recrimina que su misión, celador del bien, no sea la contraria,
»...
Misión del tiempo es abatir el odio,
devorar los errores arraigados,
y no gastar la dote de los cónyuges.

»Su gloria, apaciguar a los caudillos,
mostrar la falsedad y ungir lo cierto,
poner su sello en cosas obsoletas,
velar al día y vigilar la noche,
dañar al dañino hasta que haga el bien,
destrozar los palacios con tus horas,
y de polvo cubrir sus  claras torres;
[sts 134ª-135ª]

Para después tornar su increpación en petición de alianza; le pide con rabia Lucrecia al tiempo que sea su aliado, su brazo vengador, que castigue a Tarquino,

»Incesante lacayo de lo eterno,
detén con infortunios a Tarquino.
Consigue, más allá de lo posible, 
que esta noche maldita y vil maldiga,
Que sombras espectrales lo confundan,
y que el cruel pensamiento de su mal
transforme cada arbusto en un demonio.
[st 139ª]


La idea del suicidio
Y tras seguir de este tenor enrabietado, la pureza y la ingenuidad tornadas furia, durante varias estrofas más sin sentir el más leve consuelo, abjura de las palabras y alumbra, por fin, la solución definitiva a su deshonra y su dolor,

»En balde insulto a la Oportunidad, 
a Tarquino, a la Noche triste, al Tiempo,
en balde le doy vueltas a mi infamia,
y en balde niego mi confirmado oprobio.
Esta palabrería no me sirve;
el remedio que sí me ayudaría
es derramar mi sangre mancillada.
[st 147ª]

Solución que se le muestra prístina y adecuada, la que asume sin temor, argumentada, aunque sea consciente del alto precio a pagar, un precio que está dispuesta a pagar para borrar la injusticia cometida con su cuerpo,

»Perdida la razón por que vivía
temer la muerte ya no me hace falta.
Para limpiar mi mancha, al menos doy
una insignia de amor al traje infecto,
una vida que muere a viva infamia,
¡Pobre ayuda, robado ya el tesoro,
prender fuego a su cofre, el inocente!
[st 151ª]

Llega el día (sts 155ª-161ª)
Llega el día, y con él, tras un primer momento de vergüenza y agravio, en él compara todas las cosas bellas que la luz muestra con la suciedad en la que está sumida; sus pensamientos comenzarán a aclararse, se vuelven menos tenebrosos, se hacen poco a poco más consoladores.

Con esto, la llorosa Filomela
cesó el gorjeo de su negra pena;
la noche descendió con paso lento
al torvo infierno, donde el alba rosa
presta su luz a los hermosos ojos;
mas Lucrecia de sí siente vergüenza,
y siempre quiera estar en la honda noche.
[st 155ª]

Así hundida en un mar de desazones,
comienza a disputar con cuanto ve;
todo dolor compara con el suyo, 
y todo objeto excita su violencia:
cuando uno se disipa, otro le sigue.
Su pena es muda a veces, sin palabras,
y a veces se desata, charlatana.
[st 158ª]

Monólogo de Consolación de Lucrecia (sts 162ª-173ª)
Y así se llega a la estrofa 162ª, donde se inicia un monólogo en el que la desdichada, tras haber vertido en torrencial río de lágrimas su dolor y rabia, y contemplar su caudal a la luz del alba, buscará consuelo y firmeza en su decisión, ya tomada. Y este consuelo se inicia entablando un diálogo imaginario con quien, émula mitológica de su desdicha, sufrió su mismo mal: Filomela, la hermana de Procne, quien también fuera violada por su cuñado, el rey Tereo, con artera estratagema; aunque ésta mejor suerte tuviere, que los dioses se apiadaron de ella transformándola en ruiseñor (leyenda que cuenta Ovidio en sus Metamorfosis, Libro VI), por eso nos dice el poeta:

»Ven, Filomela, que estupro cantas,
sea tu bosque mi revuelto pelo;
como la tierra llora ante tu cuita, 
por cada triste son daré una lágrima,
y llevaré el compás con mis sollozos;
cantaré de Tarquino, acompañándote,
y tú, mejor, el aire de Tereo.

»Y si apoyada en una espina cantas
para aguzar tu pena, yo, cuitada, 
por imitarte bien, contra mi pecho
pondré un puñal para espantar mis ojos,
que caerán muriendo si se entornan.
Afinarán cual trastes nuestras cuerdas
del corazón a la más fiel congoja.
[sts 162ª y 163ª]

Y tras ser asaltada por alguna duda, acerca de la legitimidad de quitarse la vida, que resolverá anteponiendo la vida del alma a la del cuerpo, decide no morir hasta no dar cuenta de lo sucedido a su esposo, a quien pedirá venganza contra aquél que la ha ultrajado, pues éste será el culpable de su sangre derramada, sangre que lavara su mácula, restituyéndola el honor perdido. El poeta, con un juego de palabras lo expresa maravillosamente bien:

»Mi honor lego después a ese cuchillo
que desgarre mi cuerpo deshonrado.
Honor es terminar con la deshonra;
cuando ésta muera, él sobrevivirá.
Mi fama nacerá de sus cenizas,
pues matándome mato la vergüenza;
mas muerta ésta, renacerá mi honor.
[st 170ª]

Y sigue, la desgraciada, dirigiéndose a su amado esposo, por que asuma su decisión --la de ella, de matarse--, por necesaria, para restituirle el honor, y al que pide que sólo diga "Amén". 


Con la doncella (sts 174ª-185ª)
Después, enjugadas las perlas de sus ojos que parieran mares desatados, llama a su doncella,  
...
que muy obediente acude a su señora;
pues vuela en alas raudas el deber.
Las mejillas de Lucrecia le parecen
prados de nieve a los que el sol derrite.

Y con ella, Lucrecia, se siente una en el género, consolándose con no más estar a su lado. La tristeza se contagia y se comparte, y al hacerlo, se hace más leve al que la sufre, pues quien la comparte, como una esponja que se acerca a un líquido, la absorbe, y aminora,

Un rato permanecen las hermosas
como fuentes de marfil a las que llenan
cisternas de coral; una solloza
y otra llora por el dolor que ve:
cuando intuye congojas en los otros,
su dulce sexo suele verter lágrimas
hasta ahogarse, roto el corazón.
[st 177ª]

Y sigue haciendo el poeta comparación entre el distinto carácter del varón y el de la mujer (de mármol el varón, de cera / tienen el alma las mujeres, que aquél graba). 

Lucrecia, el mensaje y el mensajero (sts 186ª-194ª)
Y tras intercambiar con la doncella unas pocas palabras, le pide Lucrecia que le acerque papel, pluma y tintero (que no ha visto que tiene delante, pues las lágrimas y la congoja no le deja ver otra cosa que su propio dolor). Le dice que llame a un mensajero de su señor esposo, pues piensa redactar una breve carta para ser entregada con urgencia. Y breve será, tras detenerse dubitativa ante el papel en blanco, con algarabía de ideas, empujadas por sentimientos deseosos de hacerse escuchar, decide ser concisa y precisa,

Por fin comienza así: «Digno señor
de esta tu indigna esposa, te saludo,
y espero que estés bien. Hazme el favor,
si quieres ver aún a tu Lucrecia, 
de venir raudo a nuestra infausta casa.
Así a ti me encomiendo en mi dolor
por más que breves sean mis palabras.»
[st 187ª]

No quiere contar más por carta, pues prefiere que su esposo lea en sus lágrimas y suspiros, en su gesto de dolor y desconsuelo, el relato de su desdicha, al que pondrá punto y final seguidamente; ya que como muy bien sabe todo el mundo: ver lo triste conmueve más que oírlo.
Entrega la carta al mensajero, del que piensa sabe lo que ella esconde, cuando en realidad, es la timidez lo que le hace al fámulo bajar la mirada, y no el contemplar a la mujer mancillada. Pero Lucrecia, avergonzada, ve en los ojos de los demás el reflejo de los suyos, y desde ese reflejo cree que es desde el que los demás la miran,

Del pundonor de él ella recela,
lo que hace que dos fuegos los sonrojen;
ella cree que él sabe de su afrenta,
y no le quita ojo, sonrojándose.
Al contemplarlo ella, éste se alarma:
cuanta más sangre afluye a sus mejillas,
más piensa ella que él nota su falta.
[st 194ª]

Ecfrasis: Lucrecia evoca un cuadro representando Troya (sts 196ª-226ª)
Una vez ido el mensajero, que aún resonando sus raudos pasos, le parece a ella se demora, por entretener el cruel tiempo, que lento la desgarra, rememora un cuadro en el que está representada la célebre Guerra de Troya. Y al evocarlo, entretenida, contempla los detalles, y va comparando, y estableciendo analogías entre lo que allí está representado y lo que a ella le ha sucedido. Y en este recurso (ecfrasis), Shakespeare despliega todo un arsenal de leyenda y analogía, describiendo, aludiendo, comparando,

En mil tristes objetos, vida inerte
el arte daba a la naturaleza;
mil gotas secas parecían lágrimas
vertidas por la esposa del caído:
sangre roja humeaba, diestramente,
y ojos agonizantes se apagaban,
cual brasas en el tedio de las noches.

Allí podías ver al zapador
manchado de sudor y polvoriento;
y en las torres de Troya aparecían
en las troneras ojos de los hombres,
observando a los griegos con disgusto.
Tal detallismo había en aquella obra
que, lejos, se veía su tristeza.
[sts 197ª-198ª]

Y en tan detallada profusión de bellas --todas-- imágenes descriptivas --muchas, maravillosas--, Shakespeare nos va abriendo el alma ancha de Lucrecia, que es el alma del mundo, mancillado por la vida arrebatada y furibunda, por el mismo destino trágico del hombre, que en el arte encuentra, aunque pobre, consuelo para la desdicha de haber nacido. Es el espíritu trágico del Bardo, ése mismo que desarrollará después en tragedias memorables, pero que aquí ya alienta. En este pasaje, en que se descirbe la escena en la que el elocuente Néstor arenga a las tropas aqueas, pareciera que el poeta pintara con palabras...

Aquí la mano de uno en otra testa,
en sombras su nariz por una oreja;
aquí otro retrocede, abotargado;
y, otro impreca y maldice, furibundo;
y en su cólera muestran tanta cólera
que si no se perdieran su oratoria
con espadas airadas pelearían.

Cuánto se dejaba a la imaginación;
concepción ilusoria tan completa
que una lanza representaba a Aquiles,
por una mano asida; al fondo, él
visible sólo al ojo de la mente:
una mano, un pie, un rostro, una cabeza,
se daban para representar el todo.
[sts 203ª-204ª]

Y a esa pintura excelsa va Lucrecia, nos dice el poeta, tras haberla descrito con minuciosidad de pintor puntillista. A muchos ve presos de sus cuitas, pero a nadie siendo todo pena, hasta que descubre a Hécuba, abatida, con la vista en las heridas de Príamo. Y la ve en toda su decrepitud de anciana que ya nada espera, ni la muerte, que más dolor pueda causarle, y aquí el poeta vuelve a coger altura en su poderoso vuelo,

Mira Lucrecia a la afligida sombra
y afina su pesar al de la anciana
que nada decir quiere salvo gritos
e insultos a sus crueles enemigos:
el pintor no era un dios para prestárselos,
y Lucrecia lo acusa de injusticia
al darle tanta pena y no lengua
[st 209ª]

Soberbia imagen, digna de un vate vecino de las riberas del Helicón. Después, no contento, con esto, el poeta hace que Lucrecia preste lengua a quien no puede gritar, Hécuba, para, por boca de ella, gritar sus propias penas.

«¿Dónde está la puta que empezó la guerra,
que raje su belleza con mis uñas?
Tu rijo, necio Paris, provocó
las iras que soporta, ardiente, Troya:
tus ojos encendieron este fuego,
y aquí en Troya, por culpa de tus ojos,
hoy perecen los hijos y los padres.

»Aquí llora Hécuba, aquí muere Príamo,
aquí Héctor cae, y Troilo se desmaya,
los amigos en un charco de sangre
yacen por heridas de otro amigo,
y la lascivia de uno los destruye.
Si a su hijo hubiese Príamo frenado,
con fama brillaría y no con fuego.

Y aquí el dolor pintado la emociona, y pone voz a tanto dolor mudo que dibujado ve, gritando sólo con color y gesto airado. Y se identifica con Príamo, engañado por Sinón (a quien compara con Tarquino), el taimado histrión, digno primo del artero Ulises, por quien fuera abierta la puerta que introdujera la desgracia en Troya.
Y así Lucrecia todo este tiempo emplea, consolándose con el cuadro que rememora, prestándole caudal a su desdicha, donde diluirla, y hallar, además, justificación a su decisión de quitarse la vida mancillada para recuperarla, ya por siempre, pura y honorable.


Llegada del esposo, del padre y otros (227ª-245ª)
Llegados los deudos de Lucrecia, con Colatino, su esposo, a la cabeza, seguido de Lucrecio, padre de ella, Junio Bruto y otros nobles, presumen que algo pasa, al verla demudada, lívida, ojienrojecida y toda de luto riguroso, se miran como amigos que se encuentran en tierra extraña, hasta que al fin, Colatino la fría mano de la esposa coge entre las suyas y le pregunta a qué se debe el infortunio. Ella, entre suspiros, por tres veces quiere comenzar, sin lograr despegar los labios siquiera, más que para dejar paso al aliento que huir quiere de la pena. Pero al fin, sacando fuerzas del deber que no quiere demorar, así comienza:

Y este pálido cisne en nido de agua
canta la endecha de su fin fijado
«Pocas palabras convendrán al crimen
que excusa alguna puede reparar.
Sobre mí, más dolores que palabras
penden ahora, y mis lamentos todos
sería muy cansado relatarlos.

»Sea entonces esto cuanto diga:
amado esposo, el campo de tu lecho
un extraño invadió, y yació en la almohada
donde reposa siempre tu cabeza;
y el resto de la ofensa que imaginas
me fue impuesto por fuerza abominable.
Desde entonces no es libre tu Lucrecia.
[sts 231ª-232ª]

Y Lucrecia le relata los puntos esenciales del asalto: la amenaza que en la entrega pone precio, el deshonor al que le aboca sin remedio, su protesta no escuchada, y la imposición de la fuerza, que a la fuerza hizo suyo su cuerpo... pero no su alma, porque:

»...
aunque toda mi sangre manche el crimen,
inmaculada y pura está mi alma;
no fue forzada, nunca se plegó
a consentir la infamia, mas sin mancha
sigue viva en su estancia envenenada.»
[st 237ª]

Colatino al escucharla bulle por dentro de furia que a desatar no acierta, tan sorprendido está, tan en un sueño que, irreal, hurtara su expresión. La que habla es ella, comprendiéndolo, pero exhortándolo a la venganza, viendo su ira contenida, por darla cauce. Y le da razones por si le faltase cordura para el argumento, que la ira desatada no atiende a razones, y a ella le interesa el argumento, que es el arma de su honor, el argumento que la conducirá al fin ansiado, y que ellos han de admitir, pues que razonado será, además de sentido, no producto de la locura del momento, sino del razonamiento pertinente que a las acciones adecuadas ha de pedirse. 
Todos al oírla la exculpan de falta alguna, pues a su cuerpo mancillado la pureza de su alma suficiente valdeo es. Pero ella no lo cree así. Se sabe fuerte en su debilidad, ésta es fortaleza, y sabe, también, que será la de ellos:

»...
No, no habrá en el futuro dama», dice,
«que pueda utilizarme como excusa.»
[st 245ª]
Lucrecia consuma el suicidio (sts 246ª-247ª)
Y ya cercano el momento ansiado, anuncia, como susurrándolo, el nombre del infame, del violador execrable, colocándolo en el oportuno lugar para que sea asociado con la acción que va a perpetrar:

...
dice: «Él, él, señores, es quien guía
esta mano para infligirme el daño.»

En su inocente seno envaina entonces
el cruel puñal que desenvaina al alma.
Y aquel golpe la libra de la angustia
de la prisión infecta en que alentaba.
Sus contritos suspiros a las nubes
legan su alado espíritu, y la herida
deja el postrer instante de su sino.
[sts 246ª-247ª]

Reacciones del esposo, Colatino, del padre, Lucrecio y de Bruto (sts 248ª-258ª)
Petrificados quedan todos ante la súbita ejecución, que si premeditada por ella, a ellos los coge de improviso, inermes; atónitos permanece durante un momento en el cual caben multitud de eternidades: una vida se escapa llevándose con ella tantas vidas. Allí quedan, los que quedan, huérfanos de ella, por ella abandonados, Lucrecia, por rescatarse y permanecer en ellos tal y como era, incluso más aún, suya ya, sólo suya, ya de nadie, perdiéndose se encuentra toda entera en su pérdida, y así, entera y libre, ya no propiedad expuesta a nadie, ni tan siquiera de aquellos a quienes ama. Que ahora iniciaran un toma y daca por prevalecer en el dolor y ser los primeros en el llanto desconsolado, clama Colatino por lo que era suyo: la esposa; le replica Lucrecio la propiedad de carne y su sangre: la hija; y así rivalizan, aunque en el fondo bien sepan que ya de nadie Lucrecia es, sino es de ella misma flotando en el éter,

Dice Lucrecio: «Yo le di esa vida
que harto pronto y muy tarde ha derramado.»
«Ay», dice Colatino, «Era mi esposa;
y mía, la vida que se quitó.»
«Mi hija» y «Mi esposa» en un clamor
llenaban el aire que, ya dueño de su vida,
«Mi hija» y «Mi esposa», en eco, repetía.
[st 258ª]

Juramento de Bruto y desenlace (sts 259ª-265ª)
Y Bruto, que había arrancado el cuchillo del pecho de Lucrecia, viendo la competencia en el dolor, recupera la dignidad que nunca dejó de tener, cuando fingía estar loco por salvar la vida de la soberbia de su tío, el rey Soberbio, y a los condolientes anima a superar su dolor. No es hora de dolerse, dice, sino de vengarse: más le hubiera valido a Lucrecia clavar el puñal en el pecho de su violador, exclama iracundo pero solemne. Ha visto llegado el momento para acabar con la tiranía de un gobierno corrupto y déspota. Y allí mismo, alzando el arma que honor restituyera, realiza un juramento por el que requiere la adhesión de todos,

«Hoy, por el Capitolio que adoramos,
y esta sangre tan casta derramada,
por el sol que hace fértil a la tierra
y los fueros que en Roma se mantienen.
Por el alma que ha poco nos contaba
su angustia, y por el hierro ensangrentado
la muerte de tu esposa fiel venguemos.»

Y el pecho se golpea con la mano
y jura mientras da un beso al cuchillo,
y a esta proclama insta a los demás,
que, admirados, sancionan sus palabras.
Después, todos se hincan de rodillas
y ese voto solemne que hizo Bruto
éste repite, y todos con él juran.
[sts 263ª-264ª]

Después, cogen el cadáver de Lucrecia y lo llevan al foro, por que todo Roma lo vea, proclamando el crimen de Tarquino. Hecho lo cual, todos los romanos a una aprueban, entre aplausos, enviar al exilio a los Tarquinos.

Fin

*La traducción del poema The Rape of Lucretia utilizada en esta parte, es la perteneciente a Antonio Rivero Taravillo, incluida en su edición de Poesía Completa, de Wiiliam Shakespeare, para la Biblioteca de Literatura Universal (Ed. Almuzara, Córdoba). La cual recomiendo encarecidamente, pues allí uno ha de encontrar, a parte de la obra citada, toda la poética del Bardo.



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GALERÍA

Lucrecia: la Muerte


La Morte de Lucrèce, Filippino Lippi, c 1480
.
La Morte de Lucrèce, Filippino Lippi, c 1480 (detail)
.
The Tragedy of Lucretia, Sandro Botticelli, c 1500
.
The Tragedy of Lucretia, Sandro Botticelli, c 1500
.
Death of Lucretia, Sandro Botticelli, c 1500 (detail)
.
The Death of Lucretia, Breu the Elder, 1528
.
Death of Lucretia. Bernaert de Ryckere, 1561
.
La Mort de Lucrèce, Rustici, Francesco, dit il Rustichino (1592-1626)
.
La Mort de Lucrèce, Antonio Zanchi (1631-1722)
.
The Death of Lucretia, Antonio Zanchi, (1631-1722)
.
Mort de Lucrèce, Simon Vouet, c 1619
.
La mort de Lucrèce, Dufresnoy, Charles Alfonse (1611-1668)
.
La mort de Lucrèce, Luca Giordano (1660)
.
Death of Lucretian, Workshop of  Pier Francesco Mazzuchelli Il Morazzone, c 1676
.
The Oath of Brutus, Gavin Hamilton. 1763-1764
.
Le Serment de Brutus (La Mort de Lucrèce), Jacques-Antoine Beaufort, c 1771
.
La Mort de Lucrèce, Jérôme Prud'homme (1784)
.
Le Serment de Junius Brutus ou la morte Lucrèce, 
gravé par Gauthier d'Agoty, repris, corrigé à la gouache et signé par Fragonard, 1787
.
La Mort de Lucrèce, Jean-François Janinet, 1795
.
Le Serment de Junius Brutus ou la morte Lucrèce
Alexandre Evariste Fragonard, 1797
.
Le Serment de Junius Brutus ou la morte Lucrèce
Alexandre Evariste Fragonard, 1797
.
Le Serment de Brutus ou la Mort de Lucrèce, Jacques-Antoine Beaufort (attribué), 3e quart 18e siècle
.
Brutus Exorting the Romans to Revenge the Death of Lucretia, Charles Lock Eastlake, 1814
.
La Muerte de Lucrecia. Eduardo Rosales, 1871
.
Oriogen de al República RomanaI, Casto Plasencia, 1877
.
Le Serment de Brutus (La mort de Lucrèce), Louis-Adolphe Tessier (1868-1915)
.
The oath of Brutus after the death of Lucretia. 1884, Henri Louis Marius Pinta.
.
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