lunes, 16 de junio de 2014

Elegancia y belleza en la prosa de Henry James: Retrato de una dama (I) - GALERÍA: John Singer Sargent (1)


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Elegancia y Belleza en la Prosa de Henry James
Retrato de una dama

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.....Segunda ocasión que traigo a este espacio la figura y la obra de Henry James. La primera fue en agosto del año pasado (enlace aquí: TEXTOS AMIGOS: La pátina del tiempo). Pero si allí, en la ocasión precedente, el foco se colocaba en su versión de cuentista, en su faceta de narrador breve (si bueno, dos veces), la presente nos introduce de lleno en su maestría en el desarrollo de grandes novelas, verdaderos tours de force narrativos en los que el maestro da lo mejor de sí, por más que a Borges le pareciera que es allí, en el relato breve, donde alcance sus más altas cotas. Quizá esto sea debido a que el gran fabulador argentino amaba más que nada la concisión y la síntesis, guardándose lo analítico para menesteres más ensayísticos o narrativas más aventureras. Y es cierto, en Henry James, la aventura no es trepidante, ni se produce, esencialmente, allende la frontera psicológica de los personajes, antes bien, al contrario, las vicisitudes de las tramas (a veces tratadas de inconsistentes por otros escritores y críticos) suelen desarrollarse de cráneo para adentro. Sólo necesita este gran escritor un leve motivo, una pequeña excusa, para montar sobre el/ella toda una estructura --una muy bella estructura-- narrativa que se alza como un templo gótico buscando el cielo de los acasos, los cómo y los porqués. La novela que nos va a ocupar para ilustrar ese su magistral dominio de la lengua es una de sus obras mayores, para muchos la mayor, y, para todos su primera obra maestra (aunque ya se había encaramado a la fama con Daisy Miller, en 1878): Retrato de una dama (1881).

.....Escrita cuando su autor ya contaba 38 años, y había cambiado su país de origen, Estados Unidos, por Inglaterra, donde residía desde los 32, Retrato de una dama es una novela representativa de todas las virtudes de Henry James, no adoleciendo de algunos de los defectos que algunos achacarán a sus textos de madurez (sobre todo esa prosa alambicada, llena de digresiones y acotaciones, matizaciones y precisiones, que se materializan en forma de oraciones subordinadas encadenadas de forma inextricada). No seré yo, de todas formas, quien defienda esta tesis. A mí parecer Henry James va adquiriendo cada vez más maestría en un estilo, el suyo, inconfundible que inaugura la profunda introspección en los personajes (algo que le deberán, sin ir más lejos, James Joyce o Proust). Y lo hace, pese a los críticos, de manera suficientemente clara y bella como para hacer que lo que pudiera resultar farragoso acabe siendo un paseo delicioso por los rincones más bellos que el lenguaje puede ofrecer. La trama, en James, está en su estilo, en su forma, en las figuras que despliega constantemente, que son figuras intelectuales, casi platónicas, y que, no obstante, lo que hacen es acotar una realidad más completa que la aparente; es decir: la realidad de Henry James, es la realidad aparente transparentada, trascendida, interiorizada, diseccionada, conquistada a base de descubrir sus entresijos, los entresijos que incumben a su intérprete por antonomasia, claro; el ser humano. 

.....A mi modo de ver, Henry James tiene una premisa en su labor creativa: crear los textos de forma artística, insuflar toda la belleza posible al discurso narrativo; una belleza que no busca lo poético, ni recurre al recurso, lícito, de lo lírico, sino que apura, pule y trabaja con minuciosidad de joyero la filigrana de la prosa, lo que ésta puede alcanzar de bello en el oportuno, preciso e imaginativo engarce. Digámoslo por enésima vez: la prosa de Henry James es una de las más elegantes y excelsas en lengua inglesa. Ya digo, no se apalanca en adornos retóricos, no recarga las frases con alusiones, no levanta su edificio literario soportado por arbotantes líricos, no barroquea en su decir, sino que esculpe con dedicación de miniaturista las frases y los conceptos que desea verter en su historia. Uno se desplaza por esta delicada y elegante prosa como lo haría a través de uno de esos jardines ingleses en los que todo está dispuesto de manera conveniente y práctica, ajustada a los accidentes del terreno, a las necesidades y proporciones del espacio, resultando de una belleza no rebuscada sino armoniosa. Ni qué decir tiene que la formación recibida en su infancia y juventud tuvo mucho que ver en ello (lo mismo que en la disposición de su hermano William, en el terreno de la Psicología académica). El padre de los James, liberado de la rémora que supone tener que radicarse para a hacer dinero para sufragar los gastos de la familia (algo que tuvo que agradecerle a su abuelo irlandés, quien haría fortuna con el comercio), enfocó sus energías en dedicarse lo que más le gustaba: la filosofía y la religión (Fourier y Swedenborg serían sus modelos en ambas disciplinas), al tiempo que proporcionó a sus hijos la mejor educación que desde su punto de vista podía ofrecerles: tutores particulares, asistencia a diversas instituciones de enseñanza que combinaran los más modernos sistemas educativos y viajes por Europa, donde aprenderían idiomas y se empaparían con la vieja cultura europea, cuna de la americana y del saber occidental. Esto, por supuesto, tuvo sus inconvenientes, entre ellos el desarraigo (si es que lo es), pero contribuyó de forma decisiva a su conciencia (la de ambos, Henry y William) de individuos autónomos no dependientes de ningún lugar que no sea la cultura humana, sobre todo el arte.

.....En Retrato de una dama está presente este enfoque artístico, lo mismo que está presente la dualidad entre los americano y lo europeo (algo recurrente en toda su obra; lógico al ser determinante en su propia vida, y ya sabemos que uno, en resumidas cuentas, suele escribir sobre lo que le acontece). Gestada e iniciada en una estancia de tres meses en Florencia, en 1879, la finalizaría en otra estancia de varias semanas en Venecia, en 1880, lo cual ya de por sí constituye un marco nada baladí, si de belleza hablamos. Su destino era el relato por entregas (de moda entonces en magacines especializados, en los que Henry James se prodigó durante la primera mitad de su carrera); al final, como todo producto literario genuino, la historia tomaría vida propia y se alargaría hasta constituir la obra que acabaría siendo, y que hoy conocemos. Él mismo, en su prólogo al libro, detalla no obstante que los lugares más románticos, aquellos que detentan a priori la mayor carga histórica, dotados, por tanto, de más densidad de vida propia, no son los mejores para la concentración necesaria para recrear otra vida: la que uno quiere dar a lo que en su imaginación bulle.


A vueltas con la traducción
.....Nada mejor para comprobar este aserto, esta afirmación sobre la prosa de Henry James, que leerlo, y, a ser posible, en su inglés original. A falta de éste, bien porque no se posea, o porque no se disponga del dominio del idioma, bien valdrá una buena traducción del mismo. Una mala (o desacertada, o no todo lo ajustada) traslación de lo que allí se dice muy bien no daría la medida precisa de lo que yo aquí asevero. Por eso es tan importante leer a los autores literarios en sus idiomas originales, por eso, igualmente, no vale cualquier traducción, porque en Henry James no es suficiente con traducir lo que dice o quiere decir, sino que la manera en la que está dicho es tan importante o más aún que lo que se dice. La sutileza de las palabras esconden sentidos que sin ella se escapan, por ello en las traducciones se suele decir que se traiciona al autor original: se le poda, en cierto modo, de todo el sentido que el autor ha querido aportar al texto. Y no me refiero sólo a los juegos de palabras, expresiones o frases hechas, sino a la sutiliza en la manera de narrar. Y si algo es Henry James escribiendo, ello es sutil.

.....El hecho de haber encontrado un sitio web que alberga muchas de las obras de Henry James en español (se trata de librodot), entre ellas la que es objeto de estudio aquí, ha facilitado la labor. No obstante, para mi desgracia –y mi suerte–, me he dado cuenta que la traducción que se ofrece en ese lugar no es todo lo buena que cabría desear, por lo que he debido revisarla y en muchos casos sustituirla por la más acertada que María Luisa Balseiro realiza para Alianza Tres (que es la edición que, en papel, tengo entre manos). A título de demostración me permito seguidamente comparar un breve párrafo del original con ambas traducciones, lo que nos será de gran ayuda en cuanto a este particular de la importancia determinante de una traducción ajustada.
.,...El párrafo en cuestión es el que abre la novela, y allí veremos en qué para  la concisión y precisión de Henry James atendiendo a según qué traductor; es decir, cómo se interpreta y hasta qué punto se es fiel al estilo y espíritu de la letra originales.

Original (Capítulo I, párrafo inical)
.....UNDER certain circumstances there are few hours in life more agreeable than the hour dedicated to the ceremony known as afternoon tea. There are circumstances in which, whether you partake of the tea or not—some people of course never do—the situation is in itself delightful. Those that I have in mind in beginning to unfold this simple history offered an admirable setting to an innocent pastime. The implements of the little feast had been disposed upon the lawn of an old English country-house, in what I should call the perfect middle of a splendid summer afternoon. Part of the afternoon had waned, but much of it was left, and what was left was of the finest and rarest quality.

Traducción de librodot
.....Era la hora dedicada a la ceremonia del té de la tarde y sabido es que, en determinadas circunstancias, hay en la vida muy pocas horas que puedan compararse a ésa por el agrado y atractivo que ofrece a quienes saben disfrutarla. Hay momentos en los cuales, se tome o no se tome té -cosa que, desde luego, algunos no hacen jamás-, la situación constituye por sí misma una verdadera delicia. Las personas que están presentes en mi imaginación al intentar escribir la primera página de esta sencilla historia ofrecían a la vista un cuadro admirablemente ilustrador del disfrute de tan inocente pasatiempo. Los utensilios de ágape tan parco e íntimo se hallaban dispuestos sobre el tierno césped de una antigua casa de campo inglesa durante una hora que yo calificaría de momento supremo de una espléndida tarde de verano. Se había desvanecido parte de dicha tarde, pero aún quedaba de ella bastante, que era precisamente su parte de más bella y extraordinaria calidad.

Traducción de María Luisa Balseiro (Alianza Tres)
.....En determinadas circunstancias, hay pocas horas en la vida más agradables que la hora dedicada a esa ceremonia que conocemos por el nombre de té de la tarde. Hay circunstancias en las cuales, se tome té o no se tome -algunos, claro está, no lo toman jamás-, la situación es de por sí deliciosa. Las que yo tengo presentes al empezar a relatar esta sencilla historia ofrecían un marco admirable para un inocente pasatiempo. Habíase dispuesto todo lo necesario para el pequeño festín sobre la pradera de una antigua casa de campo inglesa, en lo que yo llamaría el perfecto medio de una espléndida tarde de verano. Parte de la tarde se había consumido ya, pero quedaba mucha por delante, y de la más fina y rara calidad.
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.....Yo habría sido aún más preciso, pero me ajusto más a esta segunda traducción que a la primera, donde incluso se llega a confundir el sujeto a que alude el pronombre "those", en la oración consecutiva coordinada respecto de las dos anteriores ("circunstancias", en el original), por un inventado e inexistente "personas", en la traducción, e incluso se vierten términos y expresiones que el original nunca utiliza (explicando, por ejemplo, por qué es deliciosa la hora del té: "por el agrado y atractivo que ofrece a quienes saben disfrutarla", cosa que el original omite, suponiéndole al lector la suficiente perspicacia como para deducirlo). Concluyo, pues, que esa traducción (la de librodot), a la que no obstante enlazaré al final del segundo post, puede servir para un acercamiento a la novela y al estilo de Henry James, pero no lo refleja fielmente, por lo que puede perderse en su lectura mucho del brillo, la elegancia y la sutileza que el original posee.
.....De todas formas, en orden a una más ajustada traslación de las intenciones del autor (y adecuación a la expresión justa de nuestro idioma), esas precisiones debidas al propio celo del que esto escribe sí se incluirán en el texto que aquí se consignará.
.....Como echantillons (botón de muestra) aquí se van a consignar los dos primeros capítulos de la novela: el que ejerce de introducción y el que corresponde a la presentación de la heroína: la dama objetivo del retrato -a que se refiere el título. Esto no quiere decir que sea en estos dos capítulos donde la elegante belleza de la prosa de Henry James brille con más magnificencia; ni mucho menos. Quiere decir, simplemente, que con ellos comienza una aventura literaria asaz atractiva, capaz de recompensar al espíritu más refinado y al más exigente en lo tocante al disfrute de esa inigualable actividad humana que es la de leer historias, descubrir mundos y/o conquistar territorios a la realidad. Estos dos capítulos no son sino ligeros aperitivos del largo, variado y excelente ágape que se nos ofrecerá a lo largo de los otros cincuenta y tres capítulos más de que consta la obra.

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Retrato de una dama

I
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.....En determinadas circunstancias, hay pocas horas en la vida más agradables que la hora dedicada a esa ceremonia conocida como té de la tarde. Hay circunstancias en las cuales, se tome o no se tome té –algunos, por supuesto, no lo hacen jamás–, la situación es de por sí deliciosa. Las que yo tengo presentes al empezar a relatar esta sencilla historia ofrecían un marco admirable para un inocente pasatiempo. Los útiles del pequeño festín habíanse dispuesto sobre la pradera de una antigua casa de campo inglesa, en lo que yo llamaría el medio perfecto para una espléndida tarde de verano. Parte de la tarde se había consumido ya, pero quedaba mucha por delante, y de la más fina y rara calidad. Aún faltaban muchas horas para el verdadero atardecer, pero la riada de luz estival había comenzado a menguar, el aire era más suave, las sombras caían largas sobre el césped liso y apretado. Alargábanse despacio, sin embargo, y la escena expresaba esa sensación de ocio todavía por venir que es acaso la fuente principal del goce que proporciona semejante escena a semejante hora. De cinco a ocho hay en ciertas ocasiones una pequeña eternidad; pero en ocasión como ésta el intervalo sólo puede ser una eternidad de placer. Los participantes en la misma estaban dándose ese placer tranquilamente, y no eran del sexo que supuestamente proporciona los fieles habituales de la ceremonia que he dicho. Las sombras dibujadas sobre el perfecto prado eran rectas y angulosas; eran las sombras de un anciano sentado en un profundo sillón de mimbre cerca de la mesa baja donde se había servido el té, y de dos hombres más jóvenes que iban y venían, en deshilvanada conversación, por delante de él. El anciano tenía la taza en la mano; era una taza inusualmente grande, de un modelo distinto al resto del servicio y pintada de brillantes colores. Él apuraba su contenido con mucha circunspección, sosteniéndola largo rato cerca de la barbilla, con el rostro vuelto hacia la casa. Sus compañeros ya se habían tomado el té o eran indiferentes a ese privilegio; fumaban cigarrillos mientras paseaban. Uno de ellos, de tanto en tanto,al pasar, miraba con cierta atención al hombre mayor, que, inconsciente de ser observado, descansaba la vista en la rica fachada roja de su morada. La casa que se alzaba al otro lado de la pradera era un edificio merecedor de tal consideración, y el objeto más característico dentro del cuadro peculiarmente inglés que he intentado bosquejar.

.....Se hallaba situada sobre una pequeña eminencia, por encima del río –siendo ese río el Támesis, a unas cuarenta millas de Londres. Un largo frente en gabletes de ladrillo rojo, con cuya epidermis el tiempo y la intemperie habían compuesto toda suerte de efectos pictóricos, sin otro resultado, empero, que el de mejorarla y refinarla, presentaba a la pradera sus manchas de hiedra, sus chimeneas apiñadas, sus ventanas ahogadas en enredaderas. Aquella casa tenía un nombre una historia; el anciano caballero que tomaba el té hubiera contado con sumo gusto todas esas cosas: que se había edificado bajo Eduardo Sexto, había brindado por una noche hospitalidad a la gran Isabel (cuya augusta persona habíase explayado sobre un lecho inmenso, magnífico y terriblemente anguloso que aún constituía la joya principal de los dormitorios); que había salido muy contusa y deteriorada de las guerras de Cromwell, y fue después, bajo la Restauración, reparada y muy ampliada; y que, finalmente, tras ser remodelada y desfigurada en el siglo XVIII, había venido a estar bajo la atenta custodia de un sagaz banquero americano, que en un principio la compró porque (por circunstancias demasiado complicadas de exponer) se la ofrecieron a muy bajo precio: la compró no sin muchas protestas por su fealdad, su incomodidad, su antigüedad, y ahora, al cabo de veinte años, había llegado a descubrirse una auténtica pasión estética por ella, de modo que conocía todos sus encantos, y sabía decir dónde exactamente había que ponerse para verlos en combinación y a qué hora exactamente las sombras de sus diversas protuberancias –que con tanta suavidad caían sobre el ladrillo cansado y cálido– medían lo justo. Además de esto, como he dicho, habría podido ir enumerando a la mayoría de sus sucesivos propietarios y ocupantes, varios de ellos de fama general; haciéndolo, sin embargo, con una recatada persuasión de que la fase más reciente de su destino era la menos honrosa. La fachada de la casa que daba a esa parte de la pradera que ahora nos interesa no era la principal; ésta estaba en otro sector muy distinto. Aquí la intimidad reinaba sobre todas las cosas, y se diría que la ancha alfombra de césped que cubría la mesta del altozano no era sino la prolongación de un interior lujoso. Los altos y tranquilos robles y hayas arrojaban tan tupida sombra como cortinajes de terciopelo, y el lugar estaba vestido, lo mismo que una habitación, de asientos con almohadones, de esteras de vivo colorido, de los libros y periódicos que yacían sobre el césped. El río pasaba a cierta distancia, allí donde el terreno empezaba a descender acababa, propiamente hablando, la pradera. Mas no por ello era menos grato el paseo hasta la orilla.

.....El anciano caballero de la mesa del té, que había venido de América treinta años atrás, había traído consigo, en lo lato del equipaje, su fisonomía de americano; y no sólo la había traído consigo, sino que la había mantenido en el más perfecto estado de conservación, de tal modo que, en caso de necesidad,  hubiera podido volver a llevársela a su país con perfecta confianza. En el presente parecía obvio, de todas formas, que no era probable que se desplazara; sus andanzas habían concluido, y estaba dándose el descanso que precede al gran descanso. Tenía un rostro estrecho, totalmente rasurado, con las facciones regularmente distribuidas y una expresión de agudeza plácida. Era evidentemente un rostro que no disponía de una extensa gama de representación, lo cual hacía tanto más meritorio aquel aire de sagacidad contenta. Parecía decir que su poseedor había triunfado en la vida, y sin embargo parecía decir también que su triunfo no eran de los que excluyen y levantan envidias, antes bien había tenido mucha de la inofensividad del fracaso. Ciertamente había tenido aquel caballero una gran experiencia de los hombres, pero había una simplicidad casi rústica en la débil sonrisa que se dibujaba sobre sus mejillas enjutas y espaciosas e iluminaba su mirada festiva cuando, por fin, con lentitud y cuidado, depositó su gran taza sobre la mesa. Vestía con pulcritud, de negro bien cepillado; pero tenía un chal doblado sobre las rodillas, y los pies metidos en gruesas zapatillas bordadas. Cerca de su sillón yacía sobre la hierba un hermoso collie, que avizoraba el semblante de su amo casi con la misma ternura con que el amo paladeaba la fisonomía aún más señorial de la casa; y un pequeño terrier hirsuto y revoltoso concedía intermitentemente su compañía a los otros caballeros.

.....Uno de estos era un hombre notablemente bien formado de treinta y cinco años, y de rostro tan inglés como el del anciano que acabo de bosquejar lo era de otro carácter; un  rostro marcadamente apuesto, de buen color, claro y franco, de facciones firmes y rectas, viva mirada gris y el rico adorno de una barba de color castaño. Tenía esta persona un cierto aspecto brillante, afortunado, excepcional –el aire de un buen temperamento fertilizado por una alta civilización–, que habría hecho casi a cualquier observador envidiarle sin saber más. Calzaba botas con espuelas, como si hubiera desmontado de una larga cabalgada; tocábase con un sombrero blanco que parecía estarle grande; llevaba ambas manos a la espalda, y en una de ellas –un puño grande, blanco, bien torneado– un par de guantes manchados y arrugados de piel de perro.
.....Su acompañante, que a su lado medía con sus pasos la pradera, era persona de muy distinta traza; acaso habría podido excitar seria curiosidad, pero no habría suscitado, como el otro, el deseo casi ciego de estar en su lugar. Alto, flaco, de construcción floja y débil tenía un rostro feo, enfermizo, ingenioso y cautivador, provisto, pero en modo alguno ornado, de un bigote y unas patillas deslavazados. Parecía listo y enfermo, combinación nada feliz; y vestía una chaqueta de terciopelo marrón. Llevaba las manos en los bolsillos, y algo había en su manera de hacerlo que denotaba un hábito inveterado. Su caminar tenía un tanto de trompicado, de inconexo; no tenía las piernas muy fuertes. Como he dicho, cada vez que pasaba junto al sillón del anciano posaba los ojos en éste; y, en ese momento, puestos sus rostros en relación, habría sido fácil ver que eran padre e hijo. El padre recogió por fin la mirada de su hijo, dedicándole una suave y receptiva sonrisa.

 ....—Me encuentro muy bien —dijo
.....—¿Has tomado ya tu té? —le preguntó el hijo.
.....—Sí; lo he tomado y lo he disfrutado.
.....—¿Quieres que te sirva un poco más?
.....El anciano, después de pensarlo plácidamente, respondió:
.....—Me parece que prefiero esperar y ver... —Al hablar, se le notaba el acento americano.
.....—¿Tienes frío? -preguntó el hijo.
.....El padre se frotó suavemente las piernas y dijo:
.....—La verdad, no lo sé. No podré decirlo hasta que lo sienta.
.....—Tal vez otro pueda sentir por ti —dijo el más joven riendo.
.....—¡Ah, espero que haya siempre quien pueda sentir por mí! ¿No siente usted por mí, Lord Warburton?
.....—¡Oh, sí, muchísimo! —replicó apresuradamente el caballero a quien se acababa de llamar lord Warburton—. Me veo obligado a decir que le veo a usted admirablemente cómodo.
.....—No digo que no lo esté en muchos aspectos —dijo el anciano y, acariciando suavemente el chal que tenía sobre sus rodillas, añadió—: Lo cierto es que me he sentido tan bien durante tantos años que estoy por creer que me he acostumbrado de tal manera a ello que ya no lo noto.
.....—Sí, es lo aburrido de la comodidad —replicó lord Warburton—. Sólo nos damos cuenta de ello cuando estamos incómodos. 
.....—Me da la impresión de que somos bastante exigentes —observó su acompañante
.....—Oh, sí; no hay duda de que lo somos —murmuró lord Warburton.
.....Durante un rato permanecieron en silencio los tres hombres, los dos jóvenes en pie mirando hacia abajo al otro, quien pidió inmediatamente un poco más de té.
.....—No sé cómo no le molesta ese chal —siguió diciendo lord Barburton mientras su compañero volvía a llenar la taza del anciano.
.....—¡Ah no, debe tenerlo! —exclamó el caballero de la chaqueta de terciopelo—. No le metas semejantes ideas en la cabeza.
.....—Es de mi esposa —dijo el anciano con sencillez.
.....—Ah, si es por razones sentimentales... —y lord Warburton hizo un ademán de disculpa.
.....—Supongo que se lo tendré que dar cuando venga —prosiguió el anciano.
.....—Tendrás la bondad de no hacer tal cosa. tienes que conservarlo para abrigar tus pobres piernas.
.....—Oye, no te metas con mis piernas —dijo el anciano—, yo diría que valen tanto como las tuyas.
.....—Yo te dejo que te metas con las mías todo lo que quieras —repuso su hijo, dándole el té.
.....—Pues los dos somos un par de cacharros; no creo que haya mucha diferencia.
.....—Muchas gracias por llamarme cacharro. ¿Cómo está el té?
.....—Pues está bastante caliente.
.....—Eso debería ser un mérito.
.....—Ah, todo tiene mucho mérito —murmuró el anciano benignamente—. Mi hijo es muy buen enfermero, lord Warburton.
.....—¿No es un poquito torpe? —preguntó su señoría.
.....—No, no, nada torpe..., teniendo en cuenta que él tampoco está bien. Es muy buen enfermero para ser un enfermo enfermero, como yo digo.
.....—¡Hombre, papá! —exclamo el joven feo.
.....—Si lo estás; ojalá no lo estuvieras. Pero no lo puedes evitar.
.....—Podría intentarlo; es una idea —dijo el joven.
.....—¿Usted ha estado enfermo alguna vez, lord Warburton? —preguntó su padre.
.....Lord Warburton reflexionó un momento. «Sí señor, una vez, en el Golfo Pérsico».
.....—Te está tomando el pelo, papá —dijo el otro joven—. Es una especie de chiste.
.....—Hoy día parece que los hay de muchas especies —repuso papá serenamente—. De todos modos no tiene usted aspecto de haber estado nunca enfermo, lord Warburton.
.....—Lo que está es cansado de la vida; ahora mismo me lo estaba diciendo, no habla de otra cosa —dijo el amigo de lord Warburton.
.....—¿Es cierto eso, señor? —preguntó el anciano con gravedad.
.....—Si lo es, su hijo no me ha dado ningún consuelo. Es temible para hablar con él, porque es un cínico de tomo y lomo. Cualquiera diría que no cree en nada.
.....—Eso es otra especie de chiste —dijo la persona acusada de cinismo.
.....—Es por tener tan mala salud —explicó su padre a lord Warburton—. Eso le afecta al espíritu, y da un tinte a su manera de ver las cosas; es como si sintiera que no ha tenido oportunidades. Pero le diré que casi todo es teórico; no parece que le afecte al humor. Yo casi siempre le he visto alegre..., como está ahora. Muchas veces es él el que me anima a mí.

.....El joven así descrito miró a lord Warburton y se echó a reír. «¿Eso es un panegírico encendido o una acusación de frivolidad? ¿Te gustaría que llevara a la práctica mis teorías, papá?»
.....—¡Bueno, íbamos a ver cosas curiosas! —exclamó lord Warburton.
.....—Espero que no hayas decidido adoptar ese tono —dijo el anciano.
.....—Peor es el de Warburton, que finge aburrirse. Yo no me aburro nada; si acaso encuentro la vida demasiado interesante.
.....—¡Ah, demasiado interesante; eso tampoco debe de ser!
.....—Yo no me aburro nunca en esta casa —dijo lord Warburton—. ¡Hay una conversación excelente!
.....—¿Eso es otra especie de chiste? —preguntó el anciano—. Usted no tiene disculpa para aburrirse en ninguna parte. Cuando yo tenía su edad no conocía tal cosa.
.....—Será que maduró usted muy despacio.
.....—No, maduré muy deprisa; precisamente por eso. Yo con veinte años era lo que se dice muy maduro. Trabajaba con uñas y dientes. Usted no se aburriría si tuviera algo que hacer; pero lo que les pasa a los jóvenes es que están ustedes demasiado desocupados. Piensan demasiado en el placer. Son demasiado exigentes, y demasiado indolentes, y demasiado ricos.
.....—¡Alto ahí! —exclamó lord Warburton— ¡Usted no es quien para acusar a un semejante de ser demasiado rico!
.....—¿Por qué, por ser banquero? —preguntó el anciano.
.....—Por eso, si usted quiere, y porque, si no me equivoco, dispone usted de medios ilimitados.
.....—No es muy rico —alegó piadosamente el otro joven—. Ha repartido muchísimo dinero.
.....—Que sería suyo, supongo —dijo lord Warburton—; y en ese caso ¿qué mejor demostración de riqueza? Un benefactor público no puede censurar la afición al placer.
.....—Papá es muy aficionado a los placeres... para los demás.
.....El anciano negó con la cabeza. «Yo no pretendo haber contribuido en nada a la diversión de mis contemporáneos».
.....—¡Querido padre eres demasiado modesto!
.....—Eso es una especie de chiste, señor —dijo lord Warburton.
.....—Ustedes los jóvenes andan demasiado con chistes. Cuando se acaban los chistes se quedan sin nada.
.....—Afortunadamente no se acaban nunca —observó el joven feo.
.....—No lo creo..., yo creo que las cosas se están poniendo más serias. Ya se darán cuenta.
.....—La creciente seriedad de la vida..., es la gran ocasión de hacer chistes.
.....—Tendrán que ser del género sarcástico —dijo el anciano—. Yo estoy convencido de que va a haber grandes cambios; y no todos para mejor.
.....—Coincido enteramente con usted —declaró lord Warburton—. Yo estoy seguro de que va a haber grandes cambios, y de que van a ocurrir toda clase de cosas raras. Por eso me parece tan difícil aplicar su consejo, recordará usted que que el otro día me dijo que lo que yo tengo que hacer es «aferrarme» a algo. Pero no se decide uno a «aferrarse» a algo que al momento siguiente puede salir volando por las aires.
.....—Tú deberías aferrarte a una mujer guapa —dijo su acompañante—. Está haciendo esfuerzos denodados por enamorarse —añadió a guisa de explicación para su padre.
.....—¡También las mujeres guapas pueden salir volando! —exclamó lord Warburton.
.....—No, no, ellas aguantarán —replicó el anciano—; a ellas no les afectarán los cambios sociales y políticos a los que acabo de aludir.
.....—¿Quiere usted decir que ellas no serán abolidas? Bueno, pues voy a conseguirme una cuanto antes y me la ataré al cuello a manera de salvavidas.
.....—Las mujeres nos salvarán —dijo el anciano—; es decir, las mejores..., porque para mí hay diferencias. Conquístese usted a una mujer buena y cásese con ella, y su vida será mucho más interesante.

.....Un silencio momentáneo marcó quizá del lado de sus oyentes una impresión de  la magnanimidad de aquellas palabras, toda vez que ni para su hijo ni para su visitante era un secreto que su propio experimento matrimonial no había sido afortunado. Pero, como él decía, él establecía diferencias; y acaso esa declaración quisiera ser una confesión de su error personal; aunque claramente no hubiera sido oportuno que ninguno de sus acompañantes hiciera notar que al parecer la mujer de su elección no había sido de las mejores.
.....—Si me caso con una mujer interesante viviré interesado, ¿es eso lo que usted me está diciendo? —preguntó lord Warburton—. No estoy ansioso por casarme..., su hijo me ha retratado mal; pero quién sabe lo que una mujer interesante podría hacer por mí.
.....—Me gustaría ver qué idea tienes tú de lo que es una mujer interesante —dijo su amigo.
.....—Amigo mío, las ideas no se ven..., y menos si son tan etéreas como la mía.Con que yo mismo la viera ya sería un gran paso previo.
.....—Bueno, puede usted enamorarse de quien se le antoje; pero no debe usted enamorarse de mi sobrina —dijo el anciano.
.....Su hijo se echó a reír. «¡Lo va a tomar como una provocación! Padre mío, llevas treinta años viviendo entre los ingleses, y se te han pegado muchas cosas de las que dicen; ¡pero todavía no te has aprendido las que no dicen!.»
.....—Yo digo lo que me parece —repuso el anciano con toda su serenidad.
.....—No tengo el honor de conocer a su sobrina —dijo lord Warburton—. Creo que es la primera vez que la oigo nombrar.
.....—Es una sobrina de mi esposa, que se la trae a Inglaterra.
.....Entonces Touchett hijo explicó. «Mi madre, como sabes, ha pasado el invierno en América, y ahora estamos esperando su vuelta. Nos escribe diciendo que ha descubierto a una sobrina y que la ha invitado a venir acá con ella.»
.....—Ah, ya..., está muy bien —dijo lord Warburton— ¿Y es interesante esa señorita?
.....—Apenas sabemos de ella más que tú; mi madre no ha entrado en detalles. Se comunica con nosotros básicamente a través de telegramas, y sus telegramas son un tanto inescrutables. Dicen que las mujeres no los saben poner, pero mi madre ha alcanzado una perfecta maestría en el arte de la condensación. «Cansada América, calor espantoso, vuelvo Inglaterra con sobrina, primer vapor camarote decente». Así son los mensajes que recibimos de ella..., así era el último que nos llegó. Pero antes tuvimos otro, que me parece que era el primero donde se hacía mención de la sobrina. «Cambié hotel, malísimo, gerente insolente, esta dirección. Recogí hija hermana, huérfana año pasado, vamos Europa, dos hermanas, gran independencia.» Desde entonces hemos estado papá y yo dándole vueltas: ¡parece prestarse a tantas interpretaciones!
.....—Una cosa sí está muy clara —dijo el anciano—: que le ha dado un buen vapuleo al del hotel.
.....—Ni de eso estoy yo seguro, puesto que él la ha puesto en fuga. En un primer momento pensamos que la hermana pudiera serlo del gerente, pero la subsiguiente mención de una sobrina parece demostrar que la alusión se refiere a una de mis tías. Después se planteaba la cuestión de de quién eran hermanas las otras dos; probablemente serán dos hijas de mi difunta tía. ¿Pero, de quién es la «gran independencia», y en qué sentido está empleada la palabra? Este punto sigue sin resolver. ¿Esa expresión se aplica más en particular a la joven que mi madre ha adoptado, o caracteriza a sus hermanas por igual?... ¿Y se emplea en un sentido moral o financiero? ¿Significa que han quedado en buena situación económica, o que no quieren compromiso? ¿O sencillamente que les gusta hacer su voluntad?
.....—A parte de otras cosas que pueda significar, eso es bastante seguro —observó el señor Touchett.
.....—Usted mismo lo verá —dijo lord Warburton—. ¿Cuando llega la señora Touchett?
.....—Se ignora; en cuanto encuentre un camarote decente. Lo mismo puede estar esperándolo aún que haber desembarcado ya en Inglaterra.
.....—En ese caso probablemente les habría puesto un telegrama.
.....—Nunca telegrafía cuando sería de esperar, únicamente cuando no se espera —dijo el anciano—. Le gusta caer sobre mí sin avisar; se imagina que me encontrará haciendo algo malo. Hasta ahora no lo ha conseguido nunca, pero no se desalienta.
.....—Es la parte que le corresponde del rasgo de familia, esa independencia que dice. —Su hijo tenía una apreciación más favorable del asunto.— Por grande que sea el temple de esas señoritas, el suyo no lo es menos. A mi madre le gusta bastarse a sí misma, y no cree en la capacidad de nadie para ayudarla. a mí no me considera más útil que un sello de correos sin goma, y jamás me perdonaría el atrevimiento de ir a Liverpool a recibirla.
.....—¿Me avisarás al menos cuando llegue tu prima? —preguntó lord Warbuton.
.....—Únicamente bajo la condición que ya le he dicho: ¡que no se enamore de ella! —le respondió el señor Touchett.
.....—Severa condición. ¿No me cree digno?
.....—Le creo demasiado digno..., porque no me gustaría que se casara con usted. No vendrá buscando marido, espero; así hacen muchas, como si en nuestro país no los hubiera buenos. Pero lo más probable es qeu ya esté comprometida; las chicas americanas suelen estarlo, me parece. Además, no estoy seguro, en el fondo, que fuera usted a ser un prodigio de marido.
.....—Seguramente estará comprometida. Yo he conocido a muchísimas americanas y todas estaban comprometidas; ¡aunque le doy mi palabra que en ningún caso vi que eso significara la menor diferencia! En cuanto a ser buen marido —prosiguió el visitante del señor Touchett, yo tampoco estoy seguro. ¡Habría que hacer la prueba!
.....—Haga usted todas las pruebas que quiera, pero no con mi sobrina —sonrió el anciano, en cuya oposición a la idea había mucho de humorístico.
.....—Bueno —dijo lord Warburton todavía con más humor—, a lo mejor su sobrina ni siquiera lo merece.

Fin del capítulo I

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GALERÍA


John Singer Sargent
1856-1925

Amigo personal de Henry James, y al que éste alude en alguno de sus relatos, bien tomándolo como protagonista, bien haciendo uso de su figura representativa, es el representante más eximio de la Escuela Norteamericana en la época. Espléndido retratista, género que prodigó durante toda su vida, abrazó la corriente impresionista de finales del XIX e inicios del XX. En algunos de paisajes (fue también un buen paisajista) y en escenas de género tomadas en sus varios viajes, es donde mejor puede observarse este coqueteo con las vanguardias, acercándose, incluso a Sorolla en el tratamiento de la luz. En la segunda parte de su carrera profesional frecuentó la acuarela con gran maestría. Célebre, así mismo, por los murales y bajorrelieves de la Biblioteca de Boston, de temática religiosa, o los del Museo de Bellas Artes de la misma ciudad, de temática mitológica griega, en los que el pintor utiliza un estilo más academicista con cierta semejanza prerrafaelita. Sus retratos de damas de la alta sociedad y la nobleza, tanto aristocrática como financiero-burguesa, son un perfecto muestrario representativo del estilo de la sociedad victoriana.

RETRATOS, PAISAJES Y ESCENAS DE GÉNERO
1
1878-1885/90

Oyster Gatherers of Cancale, 1878
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Spanish Dancer, 1879
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A Street in Venice, 1880-82
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Venetian Street, 1882
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A Venetian Interior, 1880-82
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Venetian Interior, 1880-82
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Venetian Courtyeard, 1882
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Sortie de l'Église, 1882
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Daughters of Edward Darley Boit, 1882
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El Jaleo, 1882
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The Breakfast Table, 1884
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Claude Monet Painting, 1885
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My Dinning Room, 1883-86
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Home Fields, 1885
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Femme en Barque, also know as By The River, 1885
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At Broadway, 1885
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Girl with a Sickle, 1885
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Reapers resting in a Wheatfield, 1885
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The Candelabrum, 1885
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Whitby- Fishing Boats, 1885
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Young Girl wearing a White Muslin Blouse, 1885
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RETRATOS

Dr Samuel Jean Pozzi at Home, 1881
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Portrait of Edouard and Marie Louise Pailleron, 1881
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Mrs Henry White, 1883
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Mrs Olivia Richardson, c 1883
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Mrs Waldo Story, 1883
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Jaques Barenton, 1883
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Caroline de Bassano, Marquise d'Epanouilles, 1884
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Madame Paul poirson, 1885-86
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Mrs Alice Mason, 1885
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Judith Gautier, 1885
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Madame La Comtesse Jacques De Ganay (Renee de Maille), 1885
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Mrs Frederick Barnard, 1885
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Mrs Franck Millet, 1885
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Robert Louis Stevenson and His Wife, 1885
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Mrs Robert Harrison (Née Helen smith), 1886
.
Sir Edmund Gosse, 1886
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Self-Portrait, 1886
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Dr Fitzwilliam Sargent, 1886
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Mrs Cecil Wade, 1886
.
Mrs Cecil Wade, 1886
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Mrs Douglas Dick, 1886
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Brigadier Archibald Campbell Douglas, 1886
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Mrs William Playfair (Née Emily Kirson 1841-1916), 1887
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The Late Major E.C. Harrison as a Boy, 1887
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Robert Louis Stevenson, 1887
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Elizabeth Allen Marquand (Mrs Henry G. Marquand), 1887
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Mrs Edward Darley Boit (Mary Louisa Cuching)I, 1887
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Mrs Elizabeth Nelson Fairchild, 1887 .
General Lucius Fairchild, 1887
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Portrait of Sally Fairchild, 1887
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Mrs Charles E. Inches (Nee Louise Pomeroy), 1887
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Portrait of Caspar Goodrich, 1887.
The Sons of Mrs Malcom Forvbes, 1887
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Isabella Stewart Gardner, 1888
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Margaret Louisa Vanderbilt, 1888
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Alice Vanderbilt Shepard, 1888
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Miss Cara Burch, 1888
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Mrs Jacob WendellI, 1888
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Mrs Edmond Kelly, 1889
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Gabriel Fauré, 1889
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Charles Stuart ForbesI, 1889
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Madame Helleu, 1889
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Miss Prietsley, 1889
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Miss Elsie Plamer, 1889
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Miss Elsie Palmer, 1889
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Clementina Amstruther-Thomson, 1889
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