domingo, 31 de octubre de 2010

El Diamante de Mosul. VI



15
Confidencias y Revelaciones

Tal como entró, el moscardón salió por la balconada que se abría hacia el lado del río. Por allí penetraba, amortiguado, el insistente canto de las chicharras y el dialogante trinar vespertino de los bulbules e hypocolius procedentes de las boswellias, las palmeras y los cedros del jardín. El sol, en su declinar, iba descorriendo su telón abrasador dejando al descubierto un escenario de actividad alegre y frenética. Hasta las hormigas parecían despertar del tórrido letargo aventurándose por rendijas y hendiduras e iniciando sus incansables correrías por caminos ya trillados y otros por explorar, dejándose ver las más audaces, tímidamente, sobre el borde de la mesa para, desde allí, tras husmear la pulida superficie con sus finas antenas, proseguir su camino sordas e indiferentes a cuanto acontecía en el reino de los hombres.


El director Merryman rompió el expectante silencio inducido por la revelación de William.

-Bien, Mr Hopkins, noto, aunque lo quiera disimular, una cierta actitud en Uvd de, llamémosla, curiosidad contenida -muy lógica por otra parte- y creo llegado el momento de ser más explícitos y revelarle lo que está ocurriendo entre bastidores y que Uvd. desconoce.
Una vez que Mr Marlborough finalice su información... Mrs Robertson tomará la palabra para hacer unas confidencias que le ayudarán a Uvd a situarse, y a situarla a ella, en el escenario en que nos movemos; seguidamente, Mr McCormick -y aquí una leve inclinación de cabeza-, del Museo Británico, nos pondrá al corriente, así mismo, de las circunstancias del hallazgo de la Estela de Babilonia y hacia dónde orientar nuestras pesquisas respecto a la gema, ese Don de la luz misterioso que aún desconocemos; por último, Mr Fitzsimons, como colofón, le informará del porqué los Servicios Secretos de Su Majestad están interesados en este caso.

Percy miraba alternativamente al Director Merryman, a William y a Helen, pero no dejó de echar una mirada de soslayo hacia Mr Fitzsimons, que no hacía más que observarle con la atención con que un paciente y meticuloso egiptólogo observaría la ceremonia de cortejo del escarabajo pelotero a la búsqueda de signos reveladores de divinidad.

-Cuando Uvd, Mr Hopkins, se unió a nosotros en las excavaciones que Mr Layard lleva a cabo en Nínive -continuó William-, en cierto modo no lo fue por casualidad. Hacía ya un mes del descubrimiento de la Estela. Helen, entonces, ya estaba aquí, en Bagdad... esperando ese descubrimiento, bueno, sino ese especialmente, sí uno de ese tenor, y encendió las alarmas -por expresarlo sonoramente-. Cursó inmediatamente la noticia a Londres, y la recomendación con ella de la necesidad urgente de dedicar más personal y recursos a la misión (luego le informará ella misma a este respecto). Recomendación que fue atendida con la misma urgencia demandada. Se hizo una convocatoria pública para seleccionar personal capacitado para las excavaciones de Nínive. Uvd, Mr Hopkins, acudió a esa convocatoria junto a otro grupo más de colegas suyos. Tras una selección de la que ustedes no tuvieron conocimiento (digamos, pues, que secreta) se le eligió a Uvd porque nos pareció el más idóneo, tanto por su capacitación técnica como por su carácter y aptitudes; y parece que hasta el momento no nos hemos equivocado -y al decir esto, esbozando una leve sonrisa, paseó la vista por sus colegas de Comité-. El resto de la historia aparente ya la conoce: descubrimiento de la Biblioteca de Asurbanipal, de las tablillas de la Epopeya de Gilgamesh -esto ya bajo su dirección-, y posteriormente de la Biografía de Shamhat.
Al llegarnos su demanda de exégesis de la tablilla nº XIII de la Epopeya, enviamos a Mrs Robetson, en parte para ayudarle en la labor interpretativa de los hallazgos, en parte para refrendar su elección como pieza decisiva en este asunto. Toda vez que los informes de Helen han sido favorables (ahora verá justificados tanto el rapto de esta mañana como su ausencia en el almuerzo), pasamos a la siguiente fase que es informarle en persona y plantearle lo que sería su función apartir de ahora.
Querido Percival, hoy se le va a colocar ante un reto y Uvd decidirá si aceptarlo o no. Los que estamos inmersos en él, tenga por seguro, que nos parece apasionante -además de ser un servicio a nuestro país-; esperamos y deseamos que Uvd acepte, pues, y se una a nuestro grupo.
Mrs Robertson, es su turno -concluyó William dirigiéndose a Helen.


La sensación de confusa e íntima excitación iba en aumento, y Percy se removió en su asiento intentando, vanamente, no delatarla; con un movimiento mesurado de su cuerpo, casi parsimonioso, cambió el apoyo del brazo izquierdo al derecho en el reposabrazos de la silla tipo Chippendale. Desde esta nueva posición se dispuso a escuchar -huelga decir que con el más vivo interés- el relato de su colaboradora.

-Gracias, William -cumplimentó Helen-. Señores, estimado colega. Lo que les voy a contar es algo que muy pocas personas conocen fuera de los aquí presentes. Como todos ustedes saben, mi primo, Sir Henry Thomas Hope, es un hombre con intereses muy diversos, rasgo que caracteriza a la familia Hope y que en mi querido y admirado tío Thomas alcanzó tintes casi novelescos.
Pues bien, entre estos intereses cabrían destacar tres: su gusto y devoción por el arte, del que es, además de coleccionista, reconocido mecenas; su interés y afición por el mundo de las gemas, heredada de su tío Henry Philip -mi padre-, junto a la mayor parte de la colección que éste poseyera; y su pasión por la rosicultura y la botánica en general -ya saben, también, que él es socio fundador de la Royal Botanical Society.
El azar, simpre por definición tan veleidoso, procuró una feliz conjunción de estos tres intereses. En su afán de conocimiento del mundo de las rosas mi tío Henry desarrolló una meticulosa curiosidad por todo lo referente a esta reina de las flores. Fue esta curiosidad la que le llevó a consultar en los archivos de la Asociación de Rosicultores de Inglaterra -donde están catalogadas especies, procedencias y creadores de nuevas variedades desde el siglo X de nuestra era- cuanto en ellos se recogiera sobre la rosa damascena o rosa de Ispahan o Isfahan (su cultivar favorito). Allí encontró algo que llamó su atención: figuraba un tal Sir Robert de Brie como introductor de este rosal en Inglaterra por medio de unos plantones traídos por él a su regreso de la VII cruzada en Tierra Santa. Los plantones procedían de jardines de Damasco; el Damasco del siglo XIII. Pero, además, se hacía una referencia marginal en el mismo documento -a la sazón firmado por el mismo Sir Robert- a una rosa excepcional tallada primorosamente en una gema, que parece ser también trajo de allí. Esta referencia le llevó a querer saber más sobre dicha gema, indagando en el árbol genealógico de Sir Robert de Brie para averiguar su actual descendencia y poder obtener así alguna información suplementaria.
La primera sorpresa se la llevó mi primo al descubrir que el noble caballero era en realidad Robert V de Brus, 5th Lord de Annandale, quien llegó a poseer tierras en aquella región de Francia (de ahí el título y prebendas del Reino de la Flor de Lys); por otra parte, los Brus o Bruce -nobles aspirantes al trono de Escocia- son una familia amiga y cercana a los Hope escoceses lo que favoreció el contacto y su colaboración.
La segunda sorpresa se la llevó al consultar los archivos de la familia Brus y hallar en ellos un documento firmado por Sir Robert de Brie (título que gustaba seguir utilizando y por el que sería tachado por el resto de la familia de afrancesado). Era una especie de testamento extraño, un relato fantástico, producto quizás de la imaginación desbordada de alguien que ya en la vejez evoca hechos de juventud, revistiéndolos de un aura mágica. En este documento se hablaba de su guerrear en Tierra Santa; de su victoria en Damasco; de la aprensión de ciertas nobles damas, entre ellas la esposa del Visir, como botín de guerra; de una bella historia de amor entre esta princesa -antes de su enlace con el Visir- y una gran poeta que tuvo que exiliarse en tierras lejanas; y de cómo, compadeciéndose de ella, inició el viaje de regreso en su compañía para hacerla llegar a Al-Andalus donde preveía canjearla por un sustancioso rescate, bien del amado exiliado bien de su familia hispana. Pero sobre todo -y aquí lo increíble de la historia-, hablaba de un extraordinario cofre de marfil que contenía una no menos extraordinaria joya: una gema cristalina, semejante a un rubí o un diamante de fuerte tonalidad rosácea, de talla primorosa, con forma de rosa de Ispahan. Hacía mención, así mismo, de la muerte de la Dama en el transcurso del viaje, de su compromiso para devolver la joya a su propietario: el poeta, ahora andalusí, Ibn Zaydun; y de cómo éste al abrir el cofre y contemplar la rosa cristalizada dejó escapar sus lágrimas que al caer sobre la gema provocaron un prodigio inaudito: de la gema tallada surgía una rosa fresca y perfecta, como recién cortada, dejando el cristal translúcido, tallado en mil facetas reflejando mil destellos irisados, en cuyo núcleo pareciera habitar la luz; un cristal de forma entre cónica y piramidal que, ahora sí, tenía toda la apariencia de ser un diamante de un tamaño y perfección como nunca antes hubiera visto. Ibn Zaydun le informó a Sir Robert que ese era un diamante de Mosul -denominado así, porque en esa ciudad existía entonces un importante mercado de piedras preciosas que aprovechando su cercanía a la Ruta de la Seda llegaban desde la India y China- que él había regalado a su amada Wallada años atrás antes de partir hacia el exilio.
El documento finalizaba aludiendo al agasajo de que fue objeto en tierras andalusíes antes de su regreso a Escocia. Sir Robert no volvió a saber nada más de aquella portentosa joya que quedó en poder de quien era su dueño.


Mrs Robertson Hope, de forma conveniente y oportuna, hizo un alto para beber un sorbo de agua, y, de paso, dar tiempo a que la mente de Percy asimilara convenientemente lo relatado hasta aquí y estableciera las conexiones pertinentes con las excavaciones de Nínive y el Don de la luz. Momento que todos aprovecharon para removerse en sus asientos y desentumecer el cuerpo

-Mi primo, Sir Henry Thomas Hope -prosiguió Helen, con la voz ahora más clara- anotó cuidadosamente cuanto allí había escrito, y regresó a Londres. Para un aficionado a las gemas, poseedor de una de las mejores colecciones del mundo, tras las Joyas de la Corona Británica o las del Imperio Ruso, esta información no podía quedar como una mera anécdota. Se dedicó a indagar, a escudriñar, a investigar. Valiéndose de su privilegiada posición tanto en el mercado de gemas, como en el de la botánica, como en el del arte, estableció una especie de vigilancia activa sobre cualquier información referente a un diamante de semejantes características a las del Diamante de Mosul. Así, desde Amberes a Londres y San Petersburgo, desde Oriente Medio, en especial Mesopotamia -donde estaba enclavada Mosul-, a Alejandría y Al-Andalus, utilizando toda una extensa red de agentes advertidos en instituciones como la Royal Geograpical Society, el Museo Britanico, la East Indian Company, y las redes oficiales y clandestinas del comercio de joyas exclusivas, comenzó una búsqueda ardua y difícil pero metódica y constante. Se trataba de detectar cualquier pista conducente a confirmar la existencia de la gema y, en caso afirmativo, su localización.
Yo, por aquel entonces había finalizado mis estudios de Historia y Lenguas Semíticas e Indoeuropeas, y estaba realizando prácticas en la Royal Geographic Society. Además, dada mi inconfesada pasión por las piedras preciosas -más por su belleza y exclusividad que por su valor-, pasión alimentada por mi padre y su afán coleccionista, pero también por ese halo de misterio, glamour y exotismo que rodea ese peculiar submundo, y aprovechando que la familia posee negocios en este campo e instalaciones en Amberes donde se estudian, investigan y catalogan sus características, pasé varios veranos con los mejores especialistas en gemología que me enseñaron a distinguir y valorar todas y cada una de las piezas de cierto valor utilizadas en joyería: piedras preciosas y semi-preciosas, marfiles de todo tipo y origen, productos orgánicos de nácar como las perlas, pero también fósiles como el ámbar, los diversos tipos de corales, o las más excelsas maderas y esmaltes. Todo ello me promovía como la persona idónea para ser los ojos de mi primo en esta parte del mundo. Así es que vine aquí, lugar de donde procedía el diamante, y esperé; esperé mientras realizaba las funciones propias de mi posición en el Archivo Central de Catalogación; eso me permitía estar en lugar preferente si aparecía cualquier indicio... -se echó hacia atrás, como si ya llegara la conclusión, y dijo- Y el indicio llegó: el Museo Británico, en sus excavaciones en Sippar -la Zimbir sumeria- halló una estela de piedra en donde aparecía cierto objeto de forma piramidal que despedía rayos -¿quizás intenso brillo?- y que pasaba de mano en mano de nueve grandes reyes y una leyenda hablando del Don de la Luz.
Era todo cuanto necesitaba para poner en marcha el proceso de rastreo. Ya sabíamos que allí se encontraba un cabo suelto, solo debíamos tirar de él y ver dónde nos conduciría. Cursé noticia del hallazgo a Londres pidiendo urgentemente personal y medios. Lo demás ya lo conocen por William.


Helen dejor caer las manos sobre su regazo y echó ligeramente su cabeza hacia atrás dejando ver su espléndido cuello de líneas delicadas; suspiró, y tras mirar a Percy fijó su mirada en Mr McCormick.
Por las balconadas los rayos de sol penetraban ya horizontales y la luz viraba del amarillo al dorado. Afuera, el diálogo de trinos comenzaba a hacerse algarabía y las chicharras cedían su espacio sonoro a los grillos.

-Bien, señores -comenzó el delegado del Museo Británico colocando las manos sobre la mesa y echándose hacia adelante- yo acabaré enseguida, pues mi información ya es sabida en parte y mi papel se reduce al de centinela de guardia.
Hace seis meses que el Museo Británico descubrió el emplazamiento de Sippar, ciudad antiquísima, de origen sumerio, situada a cerca de 30 kilómetros al sudoeste de aquí, de Bagdad, y a 60 km al norte de Babilonia. Fue una ciudad de culto, con un importante templo dedicado a Shamash, el dios sol. Actualmente llevamos muy avanzadas las excavaciones en dicho templo y en un Zigurat anexo a él -que tiene todos los visos de haber servido de observatorio astronómico, ya saben-; así mismo, estamos topando con lo que parece una biblioteca y diversos yacimientos de tablillas con escritura cuneiforme en otros puntos del interior de un perímetro de 1.300 metros de muralla; lo que parece indicar que en esta ciudad no andaban faltos de archivos.
Bien, hace dos meses se halló en la parte frontal del templo dedicado a Shamash una estela historiada que nos pareció alegórica, una de tantas, en que se narran hechos del pasado en base a leyendas imaginarias o a mitos. Cuando mandamos la información aquí, a la Central, parece que causó un relativo revuelo, pues recibimos inmediatamente la orden de paralizar las obras hasta la llegada de un responsable de la RGS que debía hacer algún tipo de comprobación. Tal responsable se personó en las excavaciones al día siguiente; como habrán deducido, se trataba de Mrs Robertson. Estudió la estela con nuestros técnicos, se sacó facsímil en yeso de la misma, y se dieron recomendaciones de extremar la cautela y la atención ante el hallazgo de cualquier otro elemento que tratase del tema en cuestión, ese Don de la Luz que revela y desvela, así como cualquier información sobre ese objeto piramidal que irradiaba como un foco luminoso.
Recientemente, por otra parte, se ha encontrado en los yacimientos de Babilonia, en lo que parece un archivo real en el Gran Zigurat, unas tablillas escritas en cuneiforme caldeo en las que un astrónomo que se hace llamar Nergal-Asur habla y da cuenta de esta Estela. También en ellas da cuenta de la inminente caída de Babilonia a manos de Ciro el Grande. Así mismo cita expresamente una joya de poder inaudito, de forma piramidal, que parece poseer en sí misma la luz y que tiene el don de cambiar de color en determinadas circunstancias. Esta información, registrada en estela y tablillas, posee un valor inmenso pues establece la genealogía de la extraordinaria gema desde su origen hasta ese mismo momento; además, confirma -y siendo un científico tiene mucho más valor para nosotros- que esa joya tiene un poder inmenso al que pudiera pertenecer la leyenda que consigna, resaltada, entre los planetas Venus y Marte, y que dice "el Don de la luz que revela y desvela".
Mi opinión -y aquí, con la mano se atusó lentamente el mentón- es que esa joya estaba en el tesoro real babilonio y que posiblemente cayera en manos de Ciro el Grande, con lo que es muy probable, en atención a la costumbre de los pueblos conquistadores sobre los vasallos, que finalmente fuera a parar al Tesoro Aqueménida. Por lo que sabemos, el Tesoro Persa estaba repartido entre Pasargada, Persépolis y Susa. Habrá que buscar allí. -al decir esto se echó hacia atrás sobre el respaldo de la silla agarrándose las solapas de la chaqueta en un gesto nada disimulado de erudita vanidad-.


La algarabía de trinos era ya cháchara anárquica, las chicharras definitivamente habían callado y el pulsátil cri-cri de los grillos llenaba la tarde que ya sin sol pero con luz anaranjada comenzaba a tenderse sobre Bagdad.
Tomó la palabra Mr Fitzsimons, que no había dejado de escuchar atentamente mientras alternaba su mirada fija en Percy, Helen, el techo, un punto indeterminado de la pared de enfrente, o las uñas de los dedos de sus manos como si comprobara su perfecto estado, y alguna que otra mirada distraída a Merryman, Mr McCormick o William.

-Mrs Robertson, Señores, estoy aquí en calidad de delegado y coordinador del Home Office en una acción de búsqueda de un objeto muy valioso que el Tesoro de Inglaterra tiene la intención de encontrar y sumar a las Joyas de la Corona Británica. Este objeto parece ser una gema, más concretamente, un diamante de perfección y tamaño excepcional al que, además, se le atribuyen unas facultades o poderes que no son de nuestro interés (del Tesoro), pues creemos sean más producto de la imaginación mítica de los pueblos supersticiosos que de hechos concretos, prácticos y reales admisibles por una sociedad ilustrada como la nuestra.
Como todos ustedes saben, los fondos de las Joyas de la Corona Británica suman la mayor y mejor colección de gemas excepcionales del mundo... de momento. El Imperio Ruso quiere disputarnos ese privilegio con su Fondo de Diamantes. Si esta singular piedra llegara a sus manos antes que a las nuestras podría hacer peligrar esa hegemonía. Creerán que se trata de un motivo demasiado fútil para que el gobierno de Su Majestad tome cartas en el asunto, pero les aseguro que no lo es. Ustedes pueden ir tras el diamante por las razones que estimen convenientes, nosotros lo queremos en razón a su exclusividad. Si sumamos voluntades es posible que obtengamos mejores resultados. Ustedes conseguirán lo que quieren y nosotros también, pues tendrán el diamante a su disposición -vigilada- para realizar cuantas observaciones estimen oportunas.
Cuando tuvimos conocimiento de la existencia de este Diamante de Mosul, Don de la Luz, o como quieran llamarlo, gracias a la información gentilmente aportada por Sir Henry Thomas Hope con su proclama urbi et orbe en pos de la joya, estudiamos el asunto y determinamos que sería mejor establecer una colaboración entre todos los interesados en su hallazgo que hacerlo cada uno por separado, con el riesgo que esto entrañaría de que las informaciones, pistas o indicios que salieran a la luz pudieran caer en la manos equivocadas.
Decidimos, pues, constituir una especie de gabinete de crisis, formado por un grupo reducido de personas (los que estamos aquí, más mis jefes, y algún miembro destacado de la Casa Real vívamente interesado en que las Joyas de la Corona Británica siga siendo la mejor y más valiosa colección del mundo en su exclusivo género).
Obviamente, como se ha de establecer una red lo más amplia y tupida posible, se utilizarán los resortes de cada una de estas instituciones para lograr el fin requerido: el hallazgo del diamante. Todo el personal, tanto de la RGS como del MB, estarán buscando la joya... sin saber que lo hacen; para ellos se tratará de seguir excavando, investigando, descubriendo, ignorando que alguien dirige y tiene puesto el foco en un único objetivo.
Se ha determinado que ustedes dos: Mrs Robertson y Mr Hopkins sean los responsables ejecutivos de las acciones directas. Serán quienes determinen los pasos a seguir y los objetivos del día a día, la orientación que debe darse a la búsqueda y las localizaciones donde intensificar los esfuerzos. Contarán para ello con nuestro apoyo, personal y medios. Todo debe de hacerse con discreción, informarán a sus superiores mediante mensajes codificados y para el resto de colegas serán un equipo volante en tareas de supervisión .
Mr Hopkins, llegados a este punto -añadió Fitzsimons, clavando la mirada en Percy al tiempo que colocaba los antebrazos sobre la mesa y enlazaba las manos-, tiene ahora usted la palabra para decir si acepta o no esta misión en los términos descritos; si no lo hace deberá olvidar cuanto aquí ha escuchado, sus superiores determinarán sus funciones y nos olvidaremos de usted; si decide aceptar recibirá nuestra felicitación y la de la Corona, formará parte de un buen equipo de trabajo y es posible que se sienta satisfecho de haber ayudado a su gobierno y a su país a mantener el prestigio internacional duramente ganado en acciones diplomáticas, transacciones comerciales y campos de batalla.


Percy sentía su corazón golpeándole potente y acelerado en las sienes, pero, a la vez, también sentía una especie de euforia interior. La excitación confusa que antes le encogía el plexo solar se había transformado en una especie de entusiasmo que liberaba su respiración y estimulaba su mente. Notaba cómo le fluía la sangre por las venas, el calor de su cara, el sudor corriéndole por la espalda. Se esperaba de él que dijera un no o un sí. No había tiempo para sopesar pros y contras; tampoco quería hacerlo. Se le estaba demostrando una confianza que le halagaba, pero tambien le abrumaba: ¿Podría ser merecedor de ella? ¿Sabría hacerlo?
Transcurrieron segundos dilatados por este vértigo de pensamientos y conjeturas...
Miró a Fitzsimons, que le miraba fríamente; a Merryman y a McCormick, que también lo miraban pero como quien observa a un alumno en trance de un examen; a William, que esbozaba una sonrisa animándole a aceptar con la mirada; y por último, a Helen: ella lo miraba fijamente, pero no como Fitzsimons; había en aquella forma de mirar, en aquellos ojos expectantes, el destello de una súplica, o al menos eso le pareció a él... Perdido en aquellos ojos, extrañado de sí mismo, oyó su propia voz decir,
-De acuerdo, acepto. Cuenten conmigo.

Fin del Capítulo VI


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PUSO MÚSICA
Alexander Borodin
Sinfonía nº 3 en La menor (inacabada)
I. Moderato Assai
II. Squerzo
Sinfonía nº 2 en Si menor
I. Allegro
II. Squerzo-Prestíssimo-Allegretto
III. Andante
IV. Finale: Allegro

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ILUSTRACIÓN ENCABEZAMIENTO
Jean Leon Gérôme
Lion

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