miércoles, 28 de agosto de 2013

Refracciones (I) - GALERÍA: Max Ernst (1)






Refracciones (I)

.....Siente cómo, paulatinamente, con lentitud pero de forma imparable, a su alrededor la realidad desaparece. Como en la Historia Interminable de Ende, la Nada parece devorar cualquier vestigio de tierra firme, de algo semejante a la existencia, de certidumbre, en torno suyo. La realidad simplemente desaparece, y en su lugar se abre un enorme vacío poblado de nada. El pasado apenas es más que memoria deshilachada, el futuro un abismo que se precipita hacia ningún sitio --imposible de imaginar, imposible de ver--; pero lo peor es que el presente cada vez se estrecha más, ya lo ciñe como una serpiente constrictora, dificultándole la respiración. El hombre puede vivir, si con dificultad, sin pasado, aun aun puede hacerlo, de forma automática, sin futuro, pero cuando es el presente el que desaparece bajo sus pies, la vida se torna inviable, como si se arribase a uno de esos planetas gaseosos sin atmósfera, o ésta fuera de metano: simplemente los pulmones estallan, la presión, insoportable, acabará por arrojar los ojos fuera de sus órbitas, la sangre fuera de su venas, licuará su cerebro y reventará su piel desparramando sus vísceras por la nada del improbable y hostil entorno.

.....Desde su atalaya contempla el mundo hecho de impreciso pasado, de difuso presente y de siempre inquietante futuro; pero le es imposible verse a sí mismo ligado a él. De hecho, él siempre se ha sentido testigo, más que protagonista. Testigo de una fantástica obra dramática, llamada existencia, a la que el ha sido invitado, pero sólo como mero observador, mero vocal con (imperceptible o inaudible) voz y, por supuesto, sin voto. Y, ahora, parece haber expirado el periodo de validez de su invitación, caducado su pase en la función. La situación, que lo cerca como una diligente e inexorable acomodadora de largos e invisibles brazos, sin sonreír siquiera, lo conmina a abandonar la escena orientándolo hacia lo que pudiera ser la salida. Él se deja hacer, sin fuerzas para resistirse, como si aceptara tal estado de cosas, admitiendo que su tiempo se ha agotado. Al tiempo que el presente lo constriñe, que lo inmoviliza, él siente escapársele la vida: en cada aliento, como aleves mariposas, ésta sale revoloteando de su pecho, impresas en su alas emociones no vividas, que ya nunca, nunca, cabrá la posibilidad de vivir, permaneciendo un rato a su alrededor, no obstante, papilloneando melancólicamente; quizá para irse después en busca de otros pechos más eficientes.
.....A lo lejos, por levante, el mar lo invita, los acantilados lo invitan; por poniente, son las alturas, la montaña cortada a pico, quienes se muestran como puerta de salida. Quizá no debiera ir tan lejos: siempre hay una puerta a la vuelta de una esquina cercana, tan cercana como sea capaz de arrimar una voluntad investida de determinación.

.....La impotencia, como Dios, tiene naturaleza circular. Uno nace bajo el signo de la impotencia y de nada le servirán los esfuerzos denodados (caso de realizarlos) para librarse de ella, para zafarse de su abrazo constrictor, ésta lo atenazará gradualmente hasta aniquilarlo: la circunferencia reduciéndose hasta convertirse en centro, en punto, y, después, en nada. Uno se inventa posibilidades, las crea en su imaginación, pero la realidad es terca: sólo admite la posibilidad investida de poder, de voluntad de poder (de acción), no admite meras elucubraciones o sueños. Uno se intenta reinventar a sí mismo, pero la impotencia, como una sombra, acompañará al ser pretendidamente reinventado, condicionando y sometiendo su vano intento por ser. Quizá sea, la impotencia vital, conjunción azarosa de momentos siderales en el instante de la individuación del ser que uno es, algo que se imprime de forma indeleble en el advenimiento del alma al cuerpo que uno terminará siendo, algo que terminará por constituirse en una especie de tara de fabricación. Así lo siente él, así se siente él: un tarado existencial, incapacitado para ser, para ser algo, algo más que sentimiento y sueño, quiero decir. ¿Es posible, es viable, fuera de la ficción, un ser así? Si algo es la vida, eso es acción, potencia, dinamismo traducido en acto, consecución del ser en la existencia, ausencia de preguntas en un todo respuesta incondicional. ¿Dónde colocar, en este carácter vitalista de la existencia, al observador pasivo, al testigo impasible, al ser sintiente que sólo percibe, registra, asimila, pero que es incapaz de actuar, de actuar con convencimiento, con certidumbre, con credulidad? ¿Es un producto necesario para la Vida un ser así? ¿Con qué función? Él al menos no le encuentra ninguna. Quizá el secreto se halle en sentirse impotente, no en serlo, pues quien no se percibe como impotente, no sabe realmente qué es lo que puede (o pudiera), e ignorante de su impotencia no la padecerá, simplemente vivirá convencido de que lo que es, es lo que debe de ser, sin cuestionarse, sin preguntas, y, por tanto, será, en acto, el ser impotente que es sin sufrirlo, sin angustia, como tantos...

.....A veces siente el tufo de la autocompasión en sus reflexiones, que más que reflexiones debieran ser llamadas, con propiedad, refracciones: su mente insospechado prisma, que modifica el original haz de luz de los pensamientos, tornasolándolos, diversificando su coloración, disgregándolos en matices improbables. Al fin y al cabo --piensa--, todo acto de escribir es el producto de, o la reacción a, la auto-compasión (con-padecer-se de las propias pasiones, resolviendo el padecimiento, aliviándolo, con el acto de escribir, acto, por tanto, siempre terapéutico). Pero escribir sin un objetivo, sin una meta, sin un fin constituido en obra, lo es esencialmente y de forma radical: uno necesita ser compasivo consigo mismo, justificarse, intentar explicar su íntimo padecimiento, sin otro fin, que la válvula de escape, sin otra meta que el aliviadero. Quizás, en el fondo, esperando activar una palanca interior, que se ansía exista pero que se desconoce, en uno de los palos de ciego en que una tal escritura se sustancia, una palanca que revele una puerta oculta (de salida o de entrada) en el ser que se es --ese ser, hasta entonces, impotente-- por la que acceder al poder ser el ser que se quisiera, el que se ansía, ese que se barrunta en el sentir pero que tiene imposibilitada, de forma fatal y fatalista, su manifestación.

.....De hecho, un ser así, como él, de quien hablamos, nunca ha experimentado la necesidad de realizar nada en su vida con un fin práctico, lucrativo, de rendimiento del trabajo. Puede ser que, dentro de su impotencia, o a pesar de ella, sienta que su sentimiento es tan puro, tan limpio, tan carente de interés (que no sea el mero sentir) que sería poco menos que vulgarizarlo o desvalorizarlo, poner un precio, un salario, a su puesta en acción. Por ello nunca supo --ni sabe-- (o, si lo supo, rehuyó las consecuencias de su saber) venderse. Su sentir no estaba --no está-- en venta. Y puede ser que aquí radique el origen de su impotencia. Problema, por cierto, irresoluble: el producto de su sentir no está en venta; él no puede actuar sino es a base de sentimiento (su identificación emocional con el objetivo de su acción); luego no puede actuar para obtener un beneficio sino fingiendo, impostando una actitud que no es la suya, lo que le ocasiona una sensación de irrealidad o falsedad que se le hace insoportable. No puede creerse nada de lo que hace si no es en el marco de la autenticidad desinteresada, del mero darse --no venderse. De aquí, así mismo, esa rareza suya que no consiente (le incomoda enormemente) el halago o el elogio, pero que busca y ansía, secretamente, el reconocimiento. Pero no un reconocimiento como mero cumplido admirativo, sino el reconocimiento del alma que reconoce en otro alma su singularidad, única, irrepetible, enriquecedora y amable. Bien es cierto que, producto de estas sus refracciones, admite que esa exclusividad con que siente su sentir, acaso no sea más que un mecanismo de defensa ante la falta de verdadero genio, ante la ausencia del talento que es preceptiva en el genio; pero ante esta refracción exhibe su convencimiento de que en este caso, sería aún más insoportable vivir a costa de él, sacando un beneficio de una tal elevada y sublime potencia del espíritu. En esto se siente más cercano a Luis de Góngora (que en vida jamás obtuvo dividendos de sus obras), o de Li Bai (o Li Po) que escribía sus versos en hojas de sauce que después arrojaba a la corriente del río, que de Lope o Quevedo o, incluso, de García Márquez o Cortázar.

.....Impotente, por tanto, para traducir sus virtudes en modus vivendi, se ve abocado a un dejarse estar, nave al pairo, o a tomar una ruta que implica la impostura, el fingimiento, la interpretación, lo que retro-alimenta la insatisfacción más honda, la más insoslayable. Incluso, cuando aprecia en él algo semejante a la aceptación satisfecha del resultado exitoso de sus acciones --acciones impostadas, surgidas de la impotencia para ser lo que realmente hubiera deseado--, se siente aún más despreciable, pues ese éxito concitado lo ha obtenido como impostor, sintiéndose así doblemente falso: con los demás y, lo que es peor, consigo mismo. No importa que los demás no lo perciban como impostor o falsario, que los demás valoren y estimen su proceder, su actuar, su puesta en acción, como si fuese sincera y verídica, cumpliendo una función apreciada, y haciéndoselo saber (lo que constituye el éxito, en una palabra), él sabe la verdad, su verdad, y a ésta no puede escapar. Ha intentado, en ocasiones, conformarse, admitirse como el ser que los demás perciben de él, pero le ha sido imposible: en su interior, una voz más poderosa que la de los otros, una voz más profunda, más esencial, le devuelve a su realidad (y no hay que olvidar que la realidad de uno es la realidad a secas). Algo que los demás ven con naturalidad constituye para él lo antinatural: poner precio a su aptitudes, a su bagaje, a su saber (ese know how que dicen los anglosajones). Para él, la experiencia acumulada por el ser en su camino por ser el que se es, por ese tránsito a través del reino de la posibilidad, no admite tasación ni rendimiento dinerario, pues tiene, a su modo de ver, un valor incalculable, o, en todo caso es digno de la más alta remuneración --cuando este camino se recorre sin interés perentorio ninguno. Poner un precio, dar un valor de intercambio a lo que uno es, o va siendo, es ningunearlo, cosificarlo, convertirlo en mercancía, y el ser no es producto de mercadería --piensa--, sino de manifestación única e impagable de Lo que es, de Dios, de la Naturaleza, del Uno, o del nombre que se quiera dar a lo que hace posible la posibilidad de ser.

.....Visto así, ¿qué de extraño tiene este atribulado pensar, que él considera y nombra refracciones, que le lleva a la conclusión de que su tiempo ha terminado? Decir tal no es sino expresar que ya está cansado de vivir en una tal contradicción, cansado de sentirse impostado para poder actuar, cansado de sí mismo y de su impotencia, de su falta de capacidad para hallar soluciones (esa palanca que accione la hipotética puerta, hasta ahora, oculta), cansado de ser a medias, cansado de no poder (siquiera) ser tan humilde como para aceptar su limitada (y tan cruelmente consciente) condición, cansado de sentir sin ser realmente compartido, cansado, en fin, de estar cansado (que quizá no sea sino el resultado de su insatisfacción ante una vida invivible). Visto así, ¿Cómo no sentir, a nuestra vez, compasión --inexplicable compasión-- y comprensión --ininteligible comprensión-- por la situación de un tal desdichado que parece vivir fuera del mundo, al menos de nuestro mundo? Un ser tal merece de nosotros, los seres normales, cuando menos (y, por otra parte, cuando más), una franca sonrisa, quizá una ingenua carcajada, ambas cordiales, antes de proseguir nuestro camino jalonado de certidumbres y aderezado, todo lo más, de simples reflexiones.

-o-o-

GALERÍA


Max Ernst
1891-1976

Selección 1
(1913-1925)
.
Crucifixion, 1913
.
Immortality, 1913
.
Untitled, 1913
.
Fish Fight, 1917
.
Ambiguous Figures, 1919
.
Aquis Submersus, 1919
.
Fruit of a Long Experience, 1919
.
La Grande Roue Orthocromatique, 1919
.
A Little Sick Horse's Leg, 1920
.
Above the Clouds, 1920
.
Dada-Gauguin, 1920
.
Hydrometric Demostration, 1920
.
Katharina Ondulata, 1920
.
Katharina Ondulata, 1920
.
Pleiades, 1920
.
Punching Ball or the Immortality of Buonarrotti, 1920
.
Stratified Rocks, Nature's Gift of Gneiss Lava Iceland Moss…, 1920
.
Switzerland, Birht-Place of Dada, 1920
.
The Chinesse Nightingale, 1920
.
The Gramineous Bicycle Garnished with Bells the Dappled Fire Damps and the Echinoderms Bending the Spine to Look for Caresses, 1920
.
The Hat Makes the Man, 1920
.
The Slug Room, 1920
.
The Small Fistule That Says Tic Tac, 1920
.
.....
The Young Chimaera, 1920 - Chimera, 1921
.
Untitled, 1920
.
Untitled, 1920
.
Birds also Birds, Fish Snake and Scarecrow, 1921
.
Seascape, 1921
.
The Elephant Celebes, 1921
.
The Word (Woman Bird), 1921
.
A Friends Reunion, 1922
.
Oedipus Rex, 1922
.
At the First Clear Word, 1923
.
Castor and Pollution, 1923
.
Castor and Pollution, 1923
.
Enter, Exit, 1923
.
Long Live Love, 1923
.
Of This Men Shall Know Nothing, 1923
.
Pieta (Revolition by Night), 1923
.
Saint Cecilia (Invisible Piano), 1923
.
The Wavering Woman, 1923
.
Ubu Imperator, 1923
.
Woman, Old Man and Flower Femme, 1923
.
Dadaville, 1924
.
Gala Éluard, 1924
.
The Letter, 1924
.
The Childen are threatened by a Nightingale, 1924
.
Eve, the Only One Left to Us, 1925
.
Leaf Customs, 1925
.
Paris Dream, 1925
.
Sea and Sun, 1925
.
She Keeps Her Secret, 1925
.
The Beautiful Season, 1925
.
The Blue Forest, 1925
.
The Couple in Lace, 1925
.
The Large Forest, 1925
.
-o-o-o-