domingo, 16 de octubre de 2011

La Fórmula. Capítulo 9



XIX

Velos y revelaciones

Antes de proseguir el doble curso de esta corriente narrativa, que confluirá en un único río abocado indefectiblemente a su mar -que será su morir; es decir, su próximo desenlace-, permitidme, queridos lectores, que os mortifique aún con otro flashback (advierto que no será el último), necesario para la coherencia secuencial del relato, y os ahorre la labor, si entretenida por lo detectivesca, a veces mareante por lo divagadora, de hilvanar debidamente, y en su justo punto de la trama, la explicación sobre qué ha de entenderse cuando en la narración, aquí y allá, se habla metafóricamente de ausencia, languidez y viaje, o de sus correlatos prácticos: desfallecimiento, desvanecimiento o estado modificado de conciencia (que de todos estas maneras vienen citados los estados atípicos sufridos por Laurent, y que son parte capital del meollo de la historia). Os lo podría haber presentado como una elipsis, como una pieza del puzzle que deberíais vosotros mismos ubicar en el mosaico hasta aquí desplegado, o como una nebulosa de dudosa ubicación pero, por ello, válida lo mismo para un roto que para un descosido espacio-temporal; en cambio, he decidido ser compasivo -por una vez y sin que sirva de precedente- e incluir este retour debidamente enmarcado y señalizado.
El flasback nos situaría con Laurent recién ingresado en la universidad, poco antes de conocer a Dominique y vivir con él el comienzo de la telúrica experiencia recién narrada y de la que, suspendida en intrigante exclamación, daré oportuna culminación en el presente capítulo. Lo que os voy a referir seguidamente, por su índole reiterada, podía haber sido extraído en cualquier momento de la experiencia de nuestro hombre sin pestañas, pero es justo hacerlo cuando el joven, pero maduro, Laurent tiene ya la suficiente formación como para poner nombre, frase y ajustada expresión, a lo sentido, haciendo así más exhaustivo, creíble y veraz su contenido. Es hora de que escuchemos a nuestro protagonista, e, incluso, que nos introduzcamos en su conciencia cual modernos troyanos o hackers intelectivos, y leamos cómo vivía él los aludidos estados atípicos, recordando, además, en qué punto exacto de la auto investigación se encontraba cuando le acaecieron los últimos hechos consignados, y que tan determinantes serán para el final de la historia.
Pongámonos, pues, en el supuesto de que lo que sigue ocurriera al abrigo de uno de esos días grises y desapacibles del otoño de 1967, en el mismo París que al año siguiente sería campo de batalla y testigo impotente de un amago de revolución (fallida sí, pero cuyo eco aún perdura rebotando en el imaginario colectivo de lo que fue la rebelión ilusionada de unos ciudadanos disconformes con una forma de hacer política que sacrifica la libertad, la igualdad y la fraternidad en aras del Capital, prostituyendo la justicia y desterrando la imaginación; todo ello con la aquiescencia de un Poder que, debiendo ser representativo y garante de la voluntad popular, acabó/acaba por representar y garantizar el interés -y los dividendos- de unos pocos -¿A qué nos suena esto?).
Volviendo a lo nuestro: ahí está Laurent, quizás sentado en su gabinete de becario en la ENS, o quizás paseando en el patio interior del soberbio edifico que alberga esta prestigiosa institución de enseñanza, entre los parterres y el Lago de los dorados Ernestos, pero, en cualquier caso, compartiendo en voz alta con todos nosotros sus reflexiones e íntimos pensamientos -aquellos que solo se expresan para uno mismo, recelosos de no ser comprendidos fuera del privado marco del cual surgen. Escuchemos, escuchemos...


¿Cómo es posible percibir dos realidades diferentes sin volverse loco? No me refiero a vivir una realidad, y simular otra cambiando de actividad, de identidad, o de lugar (probo ciudadano por el día y despiadado crápula por la noche; convencional y discreta esposa por un lado y seductora Belle de Jour por otro, o aparente periodista patoso que enmascara a superhéroe invencible; por poner tres ejemplos conocidos). Tampoco aludo a un desdoblamiento de personalidad, a modo de Dr Jekyll y Mr Hyde, o un patológico trastorno de identidad disociativo. No, nada de eso. Me refiero a sentir, mientras se vive, y lo que se vive, de dos formas diferentes, con imágenes representacionales distintas. Desde que tengo uso de razón esta ha sido mi vida, mi doble realidad. Una analogía certera sería la de contemplar una imagen en 2-D y, simultáneamente, la misma imagen, percibirla en 3-D, y hacerlo sin sufrir ninguna perturbación, ni visual ni mental; como cualquiera podría mirar a través de unas gafas con un cristal de cada color (supongamos amarillo y azul), sin entorpecerse la visión que con cada ojo se percibe, integrando ambas visiones en una especie de verdoso technicolor. Con la particularidad de que se puede cerrar un ojo y ver solo a través del cristal azul; o el otro, y hacerlo solo a través del amarillo; en mi caso no es así, no puedo aislar una realidad de la otra -salvo, acaso, en esos momentos de desfallecimiento-, van juntas e inseparables: una, la forman las apariencias, lo que todo el mundo, más o menos, ve; la otra está registrada por mi olfato, y no se corresponde exactamente con la aparente, como lo hace una silueta con el cuerpo que la proyecta. En mi mente se solapan los dos registros diferentes, y se puede decir que las neuronas que interpretan estas disímiles realidades están tan bien avenidas que no se produce el menor disturbio ni desacuerdo en mi cerebro: siendo percepciones dispares se imbrican sin estorbarse, conviven integradas. ¿Cómo puede ser eso posible? Sé que tal cosa dinamita toda lógica experimental. Desde un punto de vista eminentemente médico se hablaría de trastorno bipolar -o cualquier otra patología cerebral-, simplemente porque se desconoce su realidad, su existencia, su posibilidad; por tanto, se rechaza. Pero, ante esto yo he de alegar que: por la misma razón que yo a ellos -el stablishmen médico- no los rechazo por no haber sabido explicar por qué sucede lo que sucede en mi cuerpo, mi mente o mi alma, mientras padezco estos estados de inconsciencia, pido que se tenga la misma aceptación ante mi singularidad y la experiencia que de ella poseo.
¡Parece tan sencillo! Quizás no más se deba a una conexión anormal entre nervios, ganglios neuronales o regiones cerebrales, la causa de que mi sentido del olfato "vea", de que mi cerebro realice un mapa visual de las cosas que mi olfato percibe, y que esta imagen visual olfativa difiera de la percibida a través del órgano específico para percibir la imagen "real" de las cosas, es decir, la vista. Y sé que, con todo, lo más extraordinario es que esta duplicidad de percepciones se pueda dar sin conflicto, pero así es.
En estos diecinueve años la ciencia médica ha sido incapaz de encontrar una respuesta o una explicación satisfactoria -ni insatisfactoria- a mi caso. Por eso un día decidí realizar mis propias averiguaciones, mis propios análisis, mi propio seguimiento. Tengo la sensación de que ya se ha hablado de ello anteriormente (creo que en el Capítulo 4 de esta narración), y también, de que se ha dicho allí que mis búsquedas, en su doble vertiente -externa deductiva, e interna inductiva-,no fueron todo lo exitosas que yo hubiera deseado, ya que me encuentro en punto muerto: sé de la naturaleza sensorial del desencadenante, pero me ha sido imposible determinar su fórmula precisa; así mismo, sé de la necesaria predisposición anímica, de la apertura en mi conciencia donde ese desencadenante pueda actuar, pero igualmente me ha sido imposible delimitar tal disposición. Los estados atípicos se siguen sucediendo sin control, al albur de circunstancias que escapan, no solo a mi gobierno, sino también a mi conocimiento. No obstante, todos estos años me han servido para analizar y trabajar en el estado en sí, en su índole, su manifestación, su naturaleza ¿Qué sucede realmente cuando, en apariencia, sufro esos desfallecimientos? ¿Por qué vuelvo en sí con esa sensación de bienestar, con ese deseo de regresar allí? Por toda respuesta sólo puedo aducir tanteos y preguntas como estas que aquí, en mi libreta de registro, llevo anotadas (transcribo)...


"Otra vez... Ese cálido cosquilleo en las fosas nasales... ya sé lo que anuncia. En unos instantes mi conciencia abandonará el plano de la realidad aparente para entrar en otro: uno de realidad transparente en el que todas las cosas pierden su identidad separada, singularmente definida, opaca, densa, para volverse sustancia común apenas dividida en categorías de organización material; sustancia común singularizada en estructuras permeables a mi conciencia incisiva y viajera. ¿Dónde se van los límites que separan los diversos reinos, las diversas formas que el ser humano ha clasificado por su complejidad? ¿Por qué milagroso encantamiento, minerales, vegetales o animales se me muestran carentes de diferenciación, todo participando de una misma corriente que, inmutable, percibo en continuo movimiento? Se apaga una luz mortecina, apenas reveladora de la superficie de las formas y de las relaciones que mantienen su disposición, para encenderse otra cuya intensidad me permite ver su interior y la ley única y constante que las gobierna y a la que deben la existencia: la Unidad soñando lo Diverso. Y en ese mi contemplar, inmaterial, sin ojos que miran, solo conciencia que ve, me asomo a la realidad de estas formas, de estas cosas, pertenezcan al reino que pertenezcan, pues en los tres reinos me es dado viajar, y fundiéndome con su ser, que comparte con el mío sustancia y esencia, siento y percibo desde ellas como si ellas fuese, su singularidad no violada sino solapada con la mía que asiste como testigo a su sentir. Es la fiesta del Ser a la que estoy invitado, y allí me regocijo con la piedra, con la planta y con el animal, sí también con otros seres humanos; viajo por lo animado y lo inanimado -que no lo es desde ese plano multidimensional en que me zambullo y que es todos los planos a un tiempo-. Sí, llego a sentir, a captar, la realidad que ellas sienten -la multiplicidad de formas- y cómo la sienten, me hago uno con ellas, y desde ellas contemplo y siento -a un tiempo e indistintamente- cuál es su perspectiva del cambio que en ellas tiene lugar, ese aparente desplazarse por su existencia -inamovibles dentro de este Ser que todos somos y que a todos contiene-, y capto su angustia y su zozobra, o su alegría y su indiferencia, de seres singulares, de formas distintas, separadas, desgajadas del Ser que son. Al fin concluyo que la individualidad de los seres no es sino virtual, necesidad de lo Diverso para sentirse diverso, para cumplirse como diverso, que Lo Uno -La Unidad- sueña para entretener su infinitud. O quizás el Ser-que constituye esa Unidad- no sea sino la suma de las infinitas formas que toma, así como el pensamiento es uno y las ideas infinitas, mas, entre ellas, ignorantes de esta Unidad de Ser, constitución y naturaleza, que a todas une. La existencia como voluntad del Ser que en insaciable fecundación de y por sí mismo alumbra las innumerables cosas que han sido, son y serán."


"¿Qué es la conciencia? ¿De qué está hecha? ¿Cuál es su sustancia? ¿Y esa cárcel en la que habita, el alma, realmente ocupa un espacio? ¿Puede moverse a través de él? ¿Es mensurable su extensión? Hay quien dice que el alma, a su vez, se halla prisionera del cuerpo; la conciencia, entonces, sería víctima de una doble prisión. El conocimiento compartido de lo que es -esa conciencia doblemente prisionera-: ¿es también conocimiento del conocer?, ¿puede el conocimiento de lo que es moverse libremente por los diferentes planos de la existencia desde la singular conciencia de un alma concreta? ¿Puede, ese conocimiento de lo que es, abandonar la prisión del cuerpo -que lo limita-, la del alma -que lo distorsiona- y, conservando la esencia sutil de su singularidad -de la que son contingentes ese cuerpo y ese alma-, con su visión individual de este modo liberada y derramada ya sin límites, moverse por el no-espacio y el no-tiempo donde lo que es reside?"

"¿Con qué ojos imaginar lo inimaginable? Ese presentimiento que, desde la conciencia clara de las cosas, hunde sus raíces en la impenetrable oscuridad de lo ignorado ¿Cómo puede ver la luz, hacerse realidad visible?"

"¿Qué soy, si de mí no siento límites? ¿Qué, si mi conciencia es capaz de viajar ajena al espacio y al tiempo; si me siento Uno con todo lo que me rodea; si mi alma puede penetrar en otras almas, como un huésped invisible apenas percibido como soplo o tenue sombra? ¿Sigo siendo un ser humano, o me habré convertido en otra cosa? ¿Qué soy? ¿En qué me convierto?"

Así, con estos imprecisos datos me enfrento a esta nueva etapa de mi vida. Me cabe la ilusión -y un fuerte presentimiento- de que desde esta plataforma privilegiada pueda conseguir más de lo hasta hora conseguido. Deberé moverme entre los intersticios que toda institución educativa superior siempre tiene, rincones solo visibles o visitados por un número muy reducido de excéntricos curiosos, sentinas del conocimiento donde se arrincona todo lo que huela a heterodoxia... En una palabra, seguir buscando, abrir bien estos mis ojos sin pestañas, que a pesar de su agudeza rapaz ven menos de lo que ve mi prodigioso olfato, disponer mis sentidos al hallazgo inaudito; sé que se producirá, debe producirse.




XX

El Manuscrito Voynich (II)

-¡Esto es increíble! ¡No,... no... puede ser! ¡No esperaba tanto! -se tropezaban las palabras de Laurent, mientras pasaba una tras otra las hojas de vitela del manuscrito-. ¡Cielo santo! Si son,... si son.... Si es... si se trata de... ¡¡¡La representación gráfica de mi plano olfativo!!! Quiero decir, la segunda realidad que contemplo desde que tengo uso de razón. Aquí están las imágenes que mi mente representa de lo aparente, reconozco algunas plantas, signos, incluso el texto me es legible, entiendo estos criptoglifos, no lo son para mí... ¡Dios santo, Dominique!, ¿quién es usted, quién ha escrito este libro, con qué propósito?, y esta biblioteca, ¿a qué responde su creación, cuál es su objetivo? -no paraba de hablar atropelladamente, entrecortado, queriendo decir varias cosas a la vez; estaba en estado de shock, no cabía duda, pero, a la vez, lúcido, muy lúcido. Sus ojos, increíblemente abiertos, parecían faros del entusiasmo; brillaban como nunca, humedecidos por lágrimas que desbordaban los bordes palpebrales y se deslizaban por las mejillas: manantial surgido del venero magmático de la alegría.
-Tranquilo amigo mío, tranquilo -la voz de Dominique presentaba una nueva tesitura, otra más, ésta más aguda y vibrante de lo acostumbrado-. Le contestaré a todas sus dudas, tenemos tiempo. La satisfacción que le embarga en este momento no es superior a la que yo también experimento. Al fin ha aparecido. La espera de tantas generaciones toca a su fin -y mientras esto decía elevaba ojos y manos hacia el rosetón, labrado con un escudo, que estaba sobre sus cabezas. Después, Dominique prosiguió, pero ya con los ojos oscilando, pendulares, entre el manuscrito y el rostro de Laurent-: este manuscrito que tiene en sus manos fue escrito, creemos en el siglo XIV o XV (aunque hay quien piensa que es anterior, retrotayendo la datación hasta el s. XIII).
Bueno, en realidad, este que tiene entre las manos, no; este es un facsímil en todo semejante al original que actualmente se encuentra en manos de Peter Krauss (aunque quien esto lee sabe que, en el tiempo en que esto está leyendo, el manuscrito se encuentra ya entre los fondos de la Biblioteca Beinecke de libros raros de la Universidad de Yale); hasta él fue a parar tras un rocambolesco recorrido desde que apareciera, como ya le dije, entre los documentos de aquel Emperador afecto a la alquimia, Rodolfo II de Bohemia, hacia finales del s XVI o principios del XVII, y pasara por las manos de: Jacobs Horcicky, alias Jacobus Sinapius, responsable de la farmacia real de Praga y alquimista personal del monarca, quien lo pasaría a George Baresch, alias Georgius Barschius, también alquimista de la corte de Rodolfo II; de las de éste a las de su amigo Marcus Marci, a la sazón médico profesor en la Universidad Carolina de Praga, quien se lo envió al jesuita, políglota y erudito, Athanasius Kircher, gran investigador del vulcanismo y lo telúrico, el magnetismo o la luz, y que tampoco pudo descifrarlo; al fin, éste último lo legó a la Biblioteca del Collegio Romano, que lo tendría desde 1680 hasta que en 1912 lo comprara Wilfrid Voynich, bibliófilo, químico y farmaceútico lituano, al que debe el nombre; tras la muerte de Voynich, su viuda lo vendió, en 1961, al bibliófilo y comerciante Peter Krauss, judío sobreviviente del Holocausto nazi, actual poseedor del mismo (a la espera, como he dicho, de que dentro de un año, aproximadamente, lo ceda a la Libreria Beinecke). Esta soberbia copia que tenemos aquí tiene poco más de 200 años, y está realizada, durante la estancia del libro en el Collegio Romano, por uno de los nuestros, quien se encargaría, además, de hacerla llegar a esta Biblioteca Universalis. Desde entonces aquí reposa, en su nicho silente, esperando... esperándole quizás a Usted, Laurent.
Laurent, al tiempo que escuchaba a Dominique, dirigía alguna que otra mirada de soslayo hacia aquel revelador documento, hasta que, al oír estas últimas palabras, sus ojos se clavaron durante unos segundos en los de su mentor (¿acaso no lo estaba siendo, no lo sería en adelante?), para después, poco a poco, consciente de la misión que se le avecinaba, volver con reverente curiosidad al libro.


El cuaderno que acompañaba al manuscrito, en cuya portada figuraban las iniciales MV y C, era un intento meritorio, pero inexacto, de interpretación -ya que no de traducción- del texto que no pasaba de ser una voluntariosa especulación ajena a lo que allí se decía. Pero era un ensayo, cuando menos, curioso por parte de un hombre al que tanto debe la egiptología.
En esta interpretación del gran Champollion se sugería que las
ilustraciones eran imágenes alegóricas de plantas reales, sí, pero bajo la perspectiva de un punto
de vista alquímico, una especie de representaciones ideales correspondientes a un marco de
referencia desconocido, por medio del cual lo que allí se dibujaba era la potencia de la planta, o sus
virtudes, de modo simbólico, bien para su aplicación en procesos curativos, bien en un determinado procedimiento de
purificación. La profusión
de las figuras femeninas pululando como duendecillos por todos esos
contenedores, presentes en muchas de las figuras geométricas y en varias de las representaciones astrales o cosmológicas, añadido al hecho de que
algunas de ellas portaran estrellas o coronas, refrendaba esta interpretación simbólica -lo femenino como generador de vida, personificación de la existencia- a modo de potencias actuando en el interior de un organismo o en el transcurso de un camino iniciático. Concluía, pues, el gran cryptógrafo que el volumen era un tratado esotérico, de contenido alegórico, en el que se describirían materias primas, procesos, recetas, y alusiones cosmogónicas que un maestro en el arte alquímico debiera conocer para dominar el mundo de la materia por medio del conocimiento del poder implícito en ella.
A lo largo de aquel curso, Laurent y Dominique, se reunirían periódicamente en la cripta hasta que descifraron y tradujeron lo que en el manuscrito se decía. Si esto no ha trascendido ello se debe tanto al carácter mistérico del asunto, como al carácter de organización secreta que lo hizo posible, pero, sobre todo, al contenido de la primera página del manuscrito en la que figuraban cuatro exhortaciones dirigidas al afortunado capaz de descifrar el libro, y que, resumiendo, advertían en contra de dar publicidad a un texto que, de todas formas, era ineficaz en manos inadecuadas, concluyendo que el conocimiento contenido en aquellas páginas estaba dirigido a ciertas personas nada más: aquellas que lo pudieran entender, que serían las únicas para quienes lo allí contenido podía ser útil; para todos los demás no sería sino un ejercicio imaginativo de alquimia medieval sin apenas valor práctico (otra vez el concepto de llave y cerradura). No se trataba, por tanto, de un libro de texto o de un manual de aprendizaje, sino que era un método de iniciación, una especie de camino de perfección... personal. En esto, Champollion no se equivocaba, pero solamente dirigido a unos pocos.
No andaban muy descaminadas las teorías barajadas hasta el momento y que dividían el contenido del libro en unidades temáticas: allí había un Herbario (con dibujos coloreados de especies vegetales hasta el momento desconocidas, y su correspondiente ficha descriptiva), un tratado Farmacológico (en el que aparecían consignadas fórmulas magistrales, encabezadas por bellos albarelos como los que aún es posible encontrar en algunas boticas antiguas) y un Recetario (con remedios para todo tipos de males, y de algunos bienes); además, otros tres tratados: uno Astronómico (el más identificable por aparecer allí los signos zodiacales), otro Cosmológico (con imágenes y figuras geométricas trazadas y/o subrayadas con textos de significado desconocido) y un tercero Biológico o Fisiológico (texto denso en el que aparecen, intercaladas, formas tubulares y viscerales, como estanques o conductos, en las cuales parecen bañarse mujeres desnudas en grupos de número variable). Esta división era más o menos acertada.


Huelga entrar en detalles y pormenores del contenido del manuscrito; eso sería tema para otra narración, o varias; tan solo diré, por resumir, que se pusieron manos a la obra con entusiasmo: se instaló un completo laboratorio en el sótano de un local situado en Le Cour du Commerce Saint-André, aledaño al Café-Restaurante Le Procope, propiedad, desde su inauguración, de miembros afectos a la organización. Allí el hombre sin pestañas continuaría sus investigaciones saliendo del punto muerto en que se hallaban, pues en aquellos formularios -expresamente dirigidos a él- se le ofrecía un abanico de posibilidades que él recorrió. Fórmulas magistrales cuya orientación era elemental y metafísica a un tiempo, clasificando las sustancias por su pertenencia a uno de los cinco elementos constituyentes de la materia: Tierra, Agua, Fuego, Aire y Éter (el más sutil), a los que se hacía corresponder un órgano sensorial (Tierra = Tacto, Agua = Gusto, Fuego = Vista, Aire = Oído, y Éter = Olfato); en todas las fórmulas se combinaban, en proporciones específicas según el resultado buscado, sustancias pertenecientes a cada uno de estos elementos. Puesto que estas fórmulas magistrales requerían, para su correcta y eficaz acción, unas condiciones especiales del sujeto en el cual debían actuar (y que también se describían con precisión en el manuscrito), Laurent se sometía a disciplinas psico-físicas para preparar su cuerpo y su mente. Todo este proceso no resultó tan fácil ni tan corto como pudiera parecer por mi escueta narración. Pasarían años de experimentación hasta que pudo conseguir lo que tanto ansiaba: actuar sobre sus estados hasta el punto de controlar y dirigir sus viajes. Llegó a determinar los perfumes adecuados para, no solo desencadenar el estado en sí, sino, incluso, elegir el destino: solo debía añadir a la Fórmula básica el ingrediente esencial, uno que llevara la carga genética correspondiente al destino elegido. También consiguió controlar la duración de los mismos viajes, que cada vez eran más duraderos; pero, a la vez que conseguía alargarlos, notaba que algo sucedía en su cuerpo a la vuelta de aquellas excursiones, una sensación de levedad, de ingravidez, de inconsistencia, que le aquejaba durante un tiempo proporcional al viajado; nada inquietante, pero sí patente.
Mas el ser humano, incluso aquel que pueda estar en un nivel superior de conciencia, no deja de ser un ser humano, y, aunque capaz de dominar su mente, su cuerpo y sus pasiones, no cejará en su empeño de pretender lo imposible. Laurent anhelaba poder conseguir lo que todo ser mortal ansía, y con más razón cuando se tiene el poder que él tenía.
En este momento vital se encontraba cuando apareció un día un hombre que con curiosidad se acercó a la puerta tras la cual se encontraba el laboratorio donde él experimentaba con la existencia y sus límites; este hombre podría ser el elegido para servir de testigo de lo que aún debía acontecer. Aunque convenciera a sus amigos de que era pertinente el contacto por seguridad, Laurent tenía otra cosa en la cabeza al entablar relación con Héctor: necesitaba a alguien ajeno a la organización...

(Continuará)



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