sábado, 14 de enero de 2012

Ophelia (1)

Las ropas huecas y extendidas la llevaron un rato sobre las aguas, 
semejante a una sirena, y, en tanto, iba cantando pedazos de tonadas antiguas, 
como ignorante de su desgracia, o como criada y nacida en aquel elemento.
Hamlet, Escena XXIV, Acto IV

Alzan, tristes, las ondinas 
hacia el cielo su lamento: 
en la corriente, flotando,
entre flores, yace un cuerpo;
en las aguas cristalinas 
suena, ahogado, un sentimiento
que al corazón desgraciado
de Ofelia anegó, funesto.  
Héctor Amado






Introducción

Con respeto reverencial abro una carpeta azul turquesa. Se encuentra junto a aquellas otras, dedicadas a las mujeres, que Héctor me dejara en el archivador negro de cartoné plastificado ya citado con anterioridad (Susana la Hija de los Lirios (1)). En este caso se trataba no de una mujer más o menos legendaria, de carne y hueso, sino que era un personaje de ficción; mas una ficción modélica y representativa. Un personaje de carácter poliédrico, profundo, altamente sugerente, pues es capaz de condensar -y desplegar- en solo unas cuantas líneas (cinco o seis apariciones, apenas, en toda la obra) un vasto universo de emociones. La obra en cuestión es Hamlet; el personaje, obviamente, Ofelia. Como caso excepcional, esta carpeta azul turquesa venía titulada con el nombre de la protagonista en su grafía inglesa, y en mayúsculas, y debajo de él, en minúsculas cursivas, el primer verso de la 2ª estrofa del celebérrimo poema que Rimbaud dedicara a esta náyade, ya eterna:

OPHELIA
O pâle Ophélia! Belle comme la neige!. 

"¡Oh pálida Ofelia! ¡Bella como la nieve! Uno lee esto y es como si se desplegara ante los ojos un jardín de sugerencias, entre las cuales, poderosa y contradictoriamente hermosa, resalta una imagen -sobre todo una-, y es la que aparecía en primer lugar al abrir la carpeta: una reproducción de la obra del co-fundador de la Hermandad Prerrafaelita, John Everett Millais, que casi es fiel reflejo, en pintura, del texto original de la obra literaria. Si existiera un espejo prodigioso que fuera capaz de reflejar en imagen los textos escritos, esta sería una de esas imágenes conseguidas por tan prodigioso espejo al acercarlo a la soberbiamente poética descripción de la Ofelia entregada a las aguas, que Gertrude, madre del desdichado Hamlet, realiza ante Laertes para describir la muerte de su hermana (Acto IV, Escena XXIV).
Tras unas breves notas sinópticas del personaje y su aparición en la tragedia, Héctor citaba un ramillete de poemas cuyo tema orbita alrededor de la figura de Ofelia, entre ellos, de manera destacada, el de Rimbaud (a su parecer -y el mío-, el poema definitivo sobre la desgraciada ninfa danesa), una exhaustiva relación iconográfica, otra musical y, en último lugar, a modo de epílogo panegírico, un texto en que hacía un ejercicio intimista sobre las emociones en él concitadas al leer, contemplar y escuchar las diversas obras.

La exposición se hará en dos entregas, en orden temporal inverso a la muerte y vida de Ofelia: la primera, se centrará en su muerte, en su tragedia, en su destino, ese que no deja de fluir eternamente; la segunda, en su vida, la que fuera antes de morir, la Ofelia niña, la Ofelia apenas adolescente enamorada de Hamlet, respetuosa de su padre y hermano, y, al fin, la caída en la locura tras el desengaño y la tragedia.
Las imágenes relativas seguirán esta misma relación inversamente temporal, pero, además, estarán ordenadas por su tratamiento formal (En la primera entrega: Ofelia tendida sobre la aguas, de cuerpo entero; representación de medio cuerpo, o una reproducción muy original de Ofelia enteramente sumergida y vertical, como un fantástico coral plantado en el lecho del río; en casi todas estas representaciones el eje compositivo es el horizontal, correspondiendo a la Ofelia tendida en las aguas. En la segunda entrega: Ofelia antes de caer en el arroyo, de cuerpo entero, de medio cuerpo, o de busto, e incluso una representación de Ofelia aún más cándidamente niña; en este caso, el eje compositivo suele ser el vertical, correspondiendo a la representación erguida de la heroína). Aquí estará integrada de manera exhaustiva, como ya es costumbre, la mayor parte de los cuadros realizados sobre el tema, y siempre en la mejor reproducción hallada en las procelosas aguas del inmenso océano virtual..
Los poemas compartirán las dos entregas. El de Rimbaud, en la primera, en su versión original, en francés, y, además, en una traducción del propio Héctor, quien defendía la literalidad, conservando las imágenes del autor, antes que traicionar el poema con una traducción libre que no haría -según su criterio, al que me sumo- sino constituirse en otro poema diferente (como es el caso del que circula por internet en la mayoría de páginas en castellano). Los demás poemas irían a integrarse en la segunda entrega.

En cuanto a la ambientación musical, ésta también tiene un doble carácter: clásico y moderno. Héctor ha creído conveniente -y justificado- extraer de ambos veneros los temas adecuados a la ilustración sonora de una atmósfera onírica y trágica, en que cobra una gran importancia la circular obsesión fantástica a que aboca la locura. Ofelia solo encontrará un leve consuelo a su corazón roto, a su mente trastornada, en la naturaleza; a ella se aferra, en ella se sumerge, se hace una con ella, volviendo así al candor primero de las flores, efímeras manifestaciones de la belleza, poderosas en su ingenua composición; y se hunde en las raíces de toda voz, en el grito quejumbroso emboscado en las tonadas antiguas que hablan de la insensatez de los hombres y desvelan la iniquidad de su comportamiento, también de lo trágico de su destino. Con ello, Ofelia, intenta aferrarse al mundo, en un postrer intento por salvar su existencia, aunque ya ubicada en otro ámbito: el de la sombra... luminosa. Estas coordenadas las vio nuestro amigo plasmadas de manera magistral en el desarrollo musical progresivo de Incantations, obra menos conocida de Mike Oldfield (no por menos celebrada más valiosa, más compleja, más profunda que sus celebérrimas Tubular Bells u Ommadawn, por citar las dos primeras y más famosas). La atmósfera recreada por Oldfield en esta multifacética composición (en la que a ratos aflora una orquestación de tinte clásico, que recuerda el drama wagneriano o el poema sinfónico) bien pudiera asociarse a esa en que se halla una mente presa del vértigo alimentado por sentimientos contradictorios y emociones intensas que no encuentran salida, condenadas por tanto a girar y girar en un bucle sin fin. La voz de Sally Oldfield en los dos temas vocales del final de la Parte II y Parte IV (canciones que Oldfield compondría sobre textos, a su vez, de sendos poemas de Longfellow -The Song of Hiawatha- y Ben Jonson -Ode to Cynthia), bien podría asociarse a la de la misma Ofelia, mientras se desliza sobre las aguas... El Agnus Dei de Samuel Barber, más conocido en su versión como adagio para cuerdas, pondrá el broche a la entrada 1.
En la segunda entrada, otras dos listas, una con las composiciones dedicadas a la figura de Ofelia en el terreno clásico, bien como parte de obras dedicadas a Hamlet (Berlioz), bien como lieder expresamente a ella dedicados (Strauss). A esta lista acompañará otra con una selección de obras donde se incluyen algunos de los adagios más conocidos (Albinoni, Telemann, Marcello, Bruch, Rodrigo).

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Notas Biográficas 
(sinopsis del personaje)

Es Ofelia una muchacha danesa, hija de Apolonio, chambelán del Rey de Dinamarca, y hermana de Laertes. En Ofelia se concitan todas las virtudes de una mujer que recién nace al amor, pero que aún conserva esa pureza y candidez del alma inmaculada que habita en la niña. Es, pues, un puente, el más sugerente que cruzarse pueda, entre la inocencia y la pasión. Enamorada de Hamlet, príncipe de Dinamarca, y prevenida por su padre y su hermano que la desaconsejan ese amor (pues que un príncipe se debe al trono, y no es dueño de su destino), será víctima de un trágico destino en el que confluye la desgracia, como el agua de la montaña en el valle, desde todos lados y a la vez: su enamorado la desprecia, pues sumergido en su propia tragedia (su padre ha sido asesinado por su tío, que se convertirá en su padrastro -y rey-, lo que arroja sombras de sospecha y de duda sobre la culpabilidad de su madre, Gertrude), vuelca en ella toda la desconfianza nacida en él sobre todas las mujeres (a pesar de amarla, es su amor por Ofelia sufrido en vez de gozado, como una condena de la que reniega); su amado y respetado padre muere, víctima del asesinato, a manos de Hamlet (poco importa que haya sido por confusión); su hermano se haya lejos... Es decir, de una tacada, pierde toda referencia masculina amada en su vida. Pero, además, la pierde de la forma más cruel: desengañada, desdeñada, castigada por sus propios remordimientos (por su propia culpabilidad, pues en el fondo quizás no deje de sentir un cierto alivio por haber desaparecido la figura paterna que se alzaba como un interdicto en su amor por Hamlet; y, a la vez, la desesperación causada en ella al ser su amado el asesino -contradiós donde los haya). El caso es que tras estos trágicos sucesos pierde la razón, refugiándose en los puros brazos de la naturaleza más como una ninfa céltica que como una taumaturga. Su existencia acaba asumiendo el fluir que nunca se detiene (el de la misma vida, ajeno a las contingencias sociales de su entorno) al fundirse en las aguas de un río a donde cae desde un sauce tendido sobre la corriente. La elección del sauce no es baladí: la misma vida llora la desgracia de Ofelia, y esas lágrimas (lágrimas puras, y purificadoras), derramadas por el sauce, son la misma Ofelia que vuelve así al seno de la madre misericordiosa, la Naturaleza de donde procede.
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Si Ofelia fuese un sueño
(Sueño que sueño con Ofelia)

Es Ofelia un mito. El mito del primer amor. El que no se olvida, al que todo se entrega, por el que se accede verdaderamente al mundo, al mundo de la angustia y la desazón, al mundo del embeleso, al mundo que nos coloca en otro mundo, y nos justifica estar en este. La herida. Es Ofelia, una herida: el primer amor; la primera herida sentida en las entrañas, esas entrañas nacientes a hipérboles de dicha, a maremotos de acasos, a lluvia de cometas sobre el planeta rojo del corazón. La inocencia. Es Ofelia la inocencia, la inocencia culpable de respirar verdades, de sentir sin filtros, de querer sin ambages; inocencia condenada al fracaso de su misma pureza en un mundo impuro. La locura. Es Ofelia la locura, sembrada por desengaños y tragedias, por destino equívoco y equivocado, por fatalidades crecidas como herrumbre sobre el brillo de la luz, por la perplejidad de un alma avergonzada ante la propia desnudez. No es un Sueño. Ofelia no es un sueño, tampoco una pesadilla; es solo una sombra. Una sombra pálida vestida de flores, que son los sueños -los suyos y los míos-; una sombra triste de una ninfa inexistente en un bosque irreal -el bosque por el que paseo mi propia irrealidad. Si Ofelia fuese un sueño aún cabría la esperanza, porque cabría un despertar, pero apenas es niebla, apenas vaho, apenas bruma que del lecho del río se alza hacia las nubes -y me alzas contigo, Ofelia; mi propia inconsistencia aferrada a la tuya, ascendiendo a cielos imposibles.
Ofelia es la voz que canta, en corazones invisibles, canciones inaudibles que resuenan insistentes como un eco de brisa en el alma.

Ofelia es la dicha locura, la simple natura, es la conjetura de una hermosa espesura de amor. Es la sinrazón, es un corazón que empieza a latir, es un presentir sin sentir. Es la devoción. Es un decir sí, sin no, sin ni: un sí sobre el no ni. Es una sonrisa que mueve, que avisa, aleve y sumisa, al alma, con calma, de su situación. Es una canción de nunca y de siempre cantada con voz cristalina, es una tonada divina de encanto y pasión. Es un firmamento de luz estrellada, es una mirada con mil astros dentro, es un sentimiento que no siente nada de tanto sentir, agotada la vida en su mismo latir desbocado. Es un río embelesado con su mismo fluir. Es un sueño no soñado que ha de morir, tan puro y tan bello, sin apenas vivir. 
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OPHÉLIE
(Arthur Rimbaud)

I
Sur l'onde calme et noire oú dorment les étoiles
La blanche Ophélie flotte comme un grand lys,
Flotte très lentement, couchée en ses longs voiles...
- On entend dans les bois lointains des hallalis.

Voici plus de mille ans que la triste Ophélie
passe, fantôme blanc, sur le long fleuve noir,
Voici plius de mille ans que sa douce folie
Murmure sa romance à la brise du soir.

Le vent baise ses seins et déploie en corolle
Ses grands voiles bercés mollement par les eaux;
Les saules frissonnants pleurent sur son épaule,
Sur son drand front rêveur s'inclinent les roseaux.

Les nénuphars froissés soupirent autour d'elle,
Elle éveille parfois, dans un aune qui dort,
Quelque nid, d'oú s'échappe un petit frisson d'aile
- Un chant mystérieux tombe des astres d'or.

II
O pâle Ophélia! Belle comme la neige!
Oui tu mourus, enfant, par un fleuve emporté!
C'est que les vents tomban des grands monts de Norwège
T'avaient parlé tout bas de l'âpre liberté;

C'est qu'un souffle, tordant ta grande chevelure,
A ton esprit rêveur portait d'étranges bruits;
Que ton coeur écoutait le chant de la Nature
Dans les plaintes de l'arbre et les soupirs des nuits;

C'est que la voix des mers folles, immense râle,
Brisait ton sein d'enfant, trop humain et trop doux;
C'est qu'un matin d'avril, un beau cavalier pâle,
Un pauvre fou, s'assit muet à tes genoux!

Ciel! Amour! Liberté! Quel rêve, ô pauvre Folle!
Tu te fondais à lui comme une neige au feu:
Tes grandes visions étranglaient ta parole
- Et l'Infini terrible effara ton oeil bleu!

III
- Et le Poète dit qu'aux rayons des étoiles
Tu viens chercher, la nuit, les fleurs que tu cueillis,
Et qu'il a vu sur l'eau, couchée en ses longs voiles,
La blanche Ophélia flotter, comme un grand lys.

o

OFELIA
(traducción propia del original)

I
En la onda calma y negra donde duermen las estrellas, 
la blanca Ofelia flota como un gran lirio, 
flota muy lentamente, tendida en sus largos velos... 
-Se escuchan en los lejanos bosques los cuernos de caza.

Hace ya miles de años que la triste Ofelia 
pasa, fantasma blanco, por el gran río negro; 
más de mil años ya que su dulce locura 
murmura su balada a la brisa de la noche.

El viento acaricia sus senos y despliega en corola 
sus grandes velos mecidos tiernamente por las aguas;
los sauces temblorosos lloran sobre sus hombros, 
y sobre su frente soñadora se inclinan los juncos.

Los rizados nenúfares suspiran a su lado;
ella despierta a veces, en un aliso que duerme,
algún nido, del que se escapa un pequeño temblor de ala:
- Un canto misterioso cae de los astros dorados.


II
¡Oh pálida Ofelia! ¡Bella como la nieve!
¡Muerta cuando niña y llevada por el río!
¡Es que los vientos que caen de los montes de Noruega
te habían susurrado acerca de la cruel libertad;
es que un soplo, retorciendo tu gran cabellera, 
llevaba a tu espíritu soñador extraños sonidos,
que tu corazón escuchaba el canto de la Naturaleza
en los lamentos del árbol y el suspiro de las noches;
es que la voz de los vastos mares, inmenso estertor,
quebraba tu pecho de niña, demasiado humano y demasiado dulce;
¡Es que una mañana de abril, un guapo caballero pálido, 
un pobre loco, se sentó mudo a tus pies!
¡Cielo! ¡Amor! ¡Libertad! ¡Qué sueño, oh pobre loca!
¡Te fundías en él, como la nieve en el fuego;
Tus grandes visiones estrangulaban tu palabra
- Y el terrible infinito espantó tu ojo azul!


III
- Y el poeta dice que en la noche estrellada
vienes a buscar las flores que tú recolectaste;
Y que él ha visto sobre el agua, tendida en sus largos velos,
A la blanca Ofelia flotar, como un gran lirio.


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ICONOGRAFÍA
(Muerte de Ophelia)


Ophelia - Alexandre Cabanel
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Ophelia - Thomas Dodd
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Ophelia - Harold Copping (1863-1932)
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Ophelia - Léopold Burthe
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Ophélie - Eugène Delacroix (1)
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Ophélie - Eugène Delacroix (2)
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Ophelia- Composición fotográfica (sobre la obra de G. E. Millais)
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Ophelia - Frances McDonald
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Ophelia naïf - Anónimo
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Ophelia - John Austen
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Ophelia - Annie Stegg
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Ophelia - Veronica Casas
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Ophelia - Odile Redon
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Ophelia (2) - Odile Redon
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Ophelia (3) - Odile Redon
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Ophelie - Georges-Jules-Victor Clairin
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Ophelia - Constant Montald
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Ophelia - Lucien-Levy Dhurmer
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Ophelia - André Masson
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Ophelia - Paul Albert Steck

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