sábado, 20 de abril de 2013

El creador - GALERÍA: Dante Gabriel Rossetti





El Creador
.....Dos eran las fuentes que le proporcionaban los estímulos necesarios para alimentar su imaginación: el mundo alrededor, que padecía y disfrutaba a partes iguales; y los mundos literarios, que absorbía con atento detenimiento y entusiasta delectación. Acostumbrado, mediante un imperceptible y gradual proceso evolutivo, a sentir la realidad en cierta medida amortiguada, tal como le ocurre a un espectador que ha de contemplar la obra desde lo alto del gallinero del teatro, no es aventurado afirmar que eran más numerosos y más intensos los estímulos recibidos de esos mundos literarios, en los que su alma parecía experimentar con mayor afinidad su propia sensibilidad, que los procedentes de las experiencias del día a día. De todas formas, sus respuestas provenían de ambas fuentes, tal cual un río alimenta su caudal tanto de someros afluentes que en él concurren como del agua caída de pródigos cielos. Su imaginación por tanto, podría decirse, se encontraba más a gusto en el reino del acaso, de la probabilidad remota o de lo fantástico que de lo ordinario, de lo posible o de lo real. No parecía sino que su cuerpo fuera un mero apéndice de su intelecto, un apéndice que, no obstante, en ocasiones le proporcionaba buenos ratos, sensaciones placenteras y, sobre todo, cumplía con su doble función de antena y registro de todo aquello que pudiera ser susceptible de convertirse en alimento de su verdadero yo: un alma especialmente imaginativa.

.....Un ser tal, qué duda cabe, tiende a considerar a sus semejantes dotados de una conciencia similar a la propia, y ello debido a un efecto natural, una especie de aberración visual muy común a los individuos de la especie humana que siempre ha concebido el mundo, la existencia y la vida en función de sus propias características y necesidades. Ombligo del mundo, el ser humano creó dioses a su imagen y semejanza (mediante el astuto ardid de cambiar causas y efectos), hizo girar a los cielos en torno suyo y se autoproclamó Rey de la Creación, alguien a quien todos los demás seres, convertidos en súbditos, debían rendir pleitesía. Pues bien, nuestro protagonista, a quien llamaré "el creador", era de este tipo de ser humano, un tipo muy típico, pero a la vez dotado de un rasgo distintivo, que no era otro que el de considerarse a sí mismo como una excepción entre los de su especie; y no me refiero con ello a un tipo de egoísmo vanidoso, o una especie de engreimiento satisfecho de sí mismo, sino que el creador se creía verdadera y esencialmente una excepción a la, tan amenudo, anodina regla que según él constituía el 99, 99% del género humano.

.....Bien sé que se me replicará que eso les suele suceder a todos los seres imaginativos, seres que habitualmente viven en una suerte de burbuja crítica --cuando no auténticamente existencial-- que les lleva a imaginar sus propios mundos en función de la distancia que ineludiblemente desean establecer con lo convencional, ese espacio común a evitar y que, según ellos, está encarnado por ese vivir insensible, ciego y sordomudo del mundo alrededor. Quizá por ello los estímulos creativos procedentes de ese mundo en el alma del creador eran menores, no pudiendo eludir, de todas formas, transformar la naturaleza de los que recibía hasta hacerla irreconocible, tornando la realidad de la cual surgían en algo abierto a la fantasía, a lo maravilloso, a un espacio inquietante propio de lo ultra mundano. Todo intento de nuestro creador por reflejar la realidad tal cual, acababa indefectiblemente por distorsionarse como el reflejo de un espejo de feria. Por más esfuerzos que realizaba por mantenerse dentro de los lógicos cauces de la realidad, algo en él iba extravasándose, como si fluyera por terreno pantanoso, hasta derramarse en un escenario irreal, alejado diametralmente del punto de partida. Esto, que en un primer momento llegó a considerarlo como una especie de maldición o de ineptitud para reflejar el realismo, acabaría por asumirlo como su estilo particular, algo muy propio, su marchamo, su etiqueta de garantía. Al final no le importó que sus textos adolecieran todos de una insistente tendencia a deslizarse siempre por la misma vertiente. Lo consideró como una imagen de marca. ¿No se reconocían los textos de Lovecraft por lo mismo? ¿O los de Raymond Chandler? ¿O los de Asimov? Nuestro creador, pues, se etiquetó a sí mismo como una personalidad con carácter, y ese carácter le orientaba constantemente hacia el lado irreal de la realidad. Era su aportación a la creatividad, a la historia de la literatura (pues estaba convencido que ya formaba parte de ella, aunque no más fuera que en una de sus addendas).

.....Tras salvar las primeras reticencias autocríticas, con el tiempo --y una buscada soledad defensiva-- fue ganando seguridad y confianza hasta que acabó por creerse su propia excepcionalidad; nadie le hubiera disuadido de lo contrario. En resumidas cuentas, el papel que acabaría por representar en su misma vida fue haciendo de él, realmente, una excepción al común (si es que eso que llamamos el común puede definirse, más allá de la suma de individualidades). Cuidaba lo que comía, lo que bebía, lo que respiraba, por supuesto lo que leía o la música que escuchaba, el arte que consumía a grandes sorbos o pequeños mordiscos, hasta la atención que prestaban sus ojos: no miraba cualquier cosa desapercibidamente, sino que elegía aquello hacia lo que mirar, e ineludiblemente debía ser algo que enriqueciera esa su imaginación ávida de sensaciones, impresiones e imágenes, a ser posible, nuevas, originales y sugestivas. Se podría decir que era la suya una existencia plena y exhaustivamente consciente. Sin ser vulgarmente curioso, buscaba, si no afanosamente, sí de forma incansable el encuentro con el asombro, y éste podía aparecer en cualquier lugar, en cualquier momento, incluso en el ámbito abstracto de su intelecto, suscitado por una lectura, por una melodía, por el eco de una sonrisa o una mirada, o la resonancia de un recuerdo fermentado por la imperceptible acción anaeróbica de los años y la más perceptible labor enzimática de la experiencia. La verdad es que el asombro llegaba a él con más facilidad desde lo aparentemente intrascendente, de lo minúsculo, del detalle nimio; allí donde no parecía haber nada, él realizaba el feliz hallazgo, como si su imaginación tuviera el poder de descorrer velos que para los otros permanecían corridos. Desde muy joven, casi un niño, le sorprendió esta primera constatación de su excepcionalidad: su capacidad para ver lo que nadie más veía. Las grandes catástrofes, las fechas señaladas en rojo en el calendario de los hitos históricos, los escenarios más extravagantes, apenas sí tenían en él el efecto de una ligera consideración que no llegaba a curiosidad. Para asombrarse con lo obvio ya estaban los demás, acostumbraba a pensar.

.....Durante la adolescencia, su insalvable y comprensible zozobra vino de la mano de una profunda duda que estuvo a punto de volverlo loco, y ésta fue que llegó a creerse una especie de ser monstruoso, con sentidos y cerebro mutantes, un golem creado por una mente perversa destinado a sufrir exclusión. Superó aquellos dos o tres años de deriva desarbolada cuando se dio cuenta que su alma se aquietaba al poner en negro sobre blanco todas aquellas inquietudes, cuando descubrió que podía trasladar todos aquellos mundos imaginarios y exclusivos, que poblaban --y producía-- su imaginación, sobre la blanca nada del papel o la pantalla, haciéndole sentir, de este modo, como un ente creador o una especie de insospechado demiurgo. Así, constató que a medida que de él fluía su excepcionalidad encantada para diluirse en el océano de la existencia, se liberaba de esa sensación de ahogo que tanto lo atenazara en la adolescencia. La preferible compañía de los inmortales --como a él le gustaba calificar a sus escritores favoritos, o casuales-- le daba el suficiente calor como para irse alejando cada vez más de sus congéneres. La soledad no le infligía, como es común, dentelladas de frialdad, sino que era en ella donde se calentaba al amor de hogueras sempiternas.
De esta forma fue forjando su personalidad excepcional a partir de un núcleo de singularidad, tal como sucede a los frutos en los que la semilla se rodea de jugosa pulpa que posteriormente habrá de servir de útil alimento. Tan es así que, llegado el momento al cual pertenece este relato, difícil sería determinar qué parte de excepcionalidad debía el creador a su ser, a su carácter más esencial, y qué a las capas con que éste fue recubriéndose a medida que maduraba --qué su semilla, y qué su envoltorio. Era un fruto del árbol de la vida, mas un fruto surgido de una rama improbable crecida directamente de su raíz. Quizá por ello, por ese carácter radical, su imaginación encontraba los mayores estímulos en la oscuridad nutricia de su intelecto. Incluso sus sueños tenían para él una significación más determinante que sus experiencias de vigilia. No pocas veces sus decisiones en la vida --en la realidad-- eran producto de acontecimientos oníricos que él interpretaba apelando a una labor introspectiva de auto análisis. No es de extrañar, llegados a este punto, reconocer que el inconsciente tuviese, a su juicio, mayor importancia vital que esa consciencia sometida a realidad tan poco estimulante como la que se experimenta al atender las servidumbres de lo necesario.

.....En el cultivo de este inconsciente basaba sus más firmes esperanzas. De él provendría el talento que correspondía a tan exclusiva excepcionalidad como la que él ostentaba. Hasta ahora, ese talento, no hizo sino brillar aquí y allá, como granitos de oro en una veta de marga arcillosa, pero el creador sabía que en su interior el filón aguardaba. Sólo había que llegar hasta su  profundo emplazamiento mediante una constante y esforzada labor de zapa. Un día, estaba seguro, lo pondría al descubierto, y entonces su brillo, su valor, sería reconocido indubitadamente por todos. No, no es que le preocupase de forma especial, ni tan siquiera de una manera perentoria, la fama, la celebridad, los honores y todas esas cosas que son propias de alguien que vive por y para la sociedad en la cual está inmerso, o bien de alguien en quien el engreimiento formara parte de una especie de necesidad social que ha de ser satisfecha. Nada de eso. Como ya he apuntado, el buscado alejamiento de sus semejantes era cada vez mayor, incongruente hubiera sido buscar el reconocimiento. Se trataba más bien de brillar con una nueva luz, una nueva luz que, ésta sí, merecería alumbrar a cuantos alcanzara su radio de acción. ¡Quién sabe si no le esperaba un destino glorioso entre los inmortales de llama sempiterna! Ese era su objetivo inconfesado e inconfesable, un objetivo que se intentaba negar a sí mismo, pues estaba teñido de culpabilidad.

.....Lo cierto es que poco a poco su existencia se fue remititendo a los confines de un mundo propio. Un mundo en que las vidas y las obras de sus inmortales convivían con su alucinante imaginación, y de cuya confluencia surgía un informe caudal imaginativo que transformaba, bañándolo, el mundo alrededor. Tan es así que llegó a considerarse una especie de impostor: la vida oficial la sentía como una impostura. Le costaba cada vez más esfuerzo tomarse nada en serio. La gravedad ante las cosas necesarias de la vida, tan característica del mundo convencional, en él, simplemente, no existía. Para su consideración la lucha por la vida no era tal, sino un dejarse ir en la corriente existencial, intentando, eso sí, sortear los remolinos y obstáculos que aquí y allá surgían ocasionalmente. Pero lo tomaba más como un juego que como una actitud seria ante el problema de la vida. Llegó a no establecer diferencia alguna entre su mundo interior y el de alrededor. Asimiló cuanto le rodeaba como un escenario más de su propio universo; un escenario al que, no obstante, estaba obligado a salir periódicamente --incluso a su pesar.

.....Así pasaron los años. Profundizó y profundizó en su imaginación, en su corazón, en su alma, pero el ansiado filón no aparecía. A pesar de todo, y de manera sorprendente, su satisfacción no dejó de ir en aumento a medida que rebuscaba en su interior siguiendo la pista a los ocasionales hallazgos auríferos con los que se topaba de vez en vez. Inasequible al desaliento, sastre de su propio devenir, logró confeccionar un mundo a su medida, un mundo que, para un observador ajeno provisto de una inteligencia bien dotada para el discernimiento y la crítica, podía ser etiquetado como "un atrabiliario y heterogéneo universo de pedante mediocridad voluntariosa"; quizá si el juicio fuera dictado por alguien más benévolo, añadiría una estimable, mas defraduada, aspiración, no exenta de ingenuidad, por la elegancia y el buen gusto; en ambos casos, no obstante, el veredicto hubiera sido implacable: el talento, en aquella obra fragmentaria y dispersa, apenas asomaba desvaidamente; y el genio, por supuesto, estaba totalmente ausente. Mas eso, al creador no le hubiera importado, porque al final de su vida, cuando ya estaba claro que su afán minero resultaría inútil, quizá no habría resultado más satisfecho hallando el venero del talento perseguido, que al comprobar que había acabado por vivir conforme a su voluntad, a su íntimo sentir, en armonía, pese a todas las dudas, consigo mismo; y ésta, ésta, sería la valiosa veta que sí descubriría; uan veta suya, propia, genuina. Los adjetivos, las consideraciones, la opinión de los demás, era lo de menos; importaba la existencia que uno fuera capaz de llevar, de afrontar, de aportar, de enarbolar. Y él, en eso, sí podía considerarse un privilegiado: habría logrado ser el creador de su mismo destino.

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GALERÍA

Dante Gabriel Rossetti
1828-82

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The Childhood of Mary Virgin, 1848-49
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Ecce Acilla Domini, 1849-50
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Giotto Painting the Portrait of Dante, 1852
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The First Anniversary of the Death of Beatrice, 1853
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The Found, 1854
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The Meeting of Dante and Beatrice in Paradise, 1853-54
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Arthur's Tomb, 1855
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Beatrice, Meeting Dante at a Wedding Feast, Denies him her Salutation, 1855
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Dante's Vision of Rachel and Leah, 1855
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Paolo and Francesca da Rimini, 1855 (v 1)
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Paolo and Francesca da Rimini, 1855 (v 2)
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A Christmas Carol, 1857
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Mary Magdalene, 1857
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Saint Catherine, 1857
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The Blue Closet, 1857
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The Tune of the Seven Towers, 1857
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The Wedding of Saint George and Princess Sabra, 1857
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The Wedding of Saint George and Princess Sabra, 1857
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Before the Battle, 1857
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The Golden Water, 1857
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The Salutation of Beatrice, 1859
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Dantis Amor, 1860
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Fair Rosamund, 1861
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Girl at a Lattice, 1862
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Portrait of Marie Leathart, 1862
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Helen of Troy, 1863
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Joan of Arc Kisses the Sword of Liberation, 1863
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My Lady Greensleeves, 1863
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Aurelia (Fazio's Mistress), 1863-73
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Beata Beatrix, 1864-70
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How Sir Galahad, Sir Bors and Sir Percival Were Fed with the Sanc Grael But Sir Percival's Sister Died By the Way, 1864
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How They Met Themselves, 1864
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Morning Music, 1864
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Roman de la Rose, 1864
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The First Madness of Ophelia, 1864
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The Gate of Memory, 1864
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Woman Combing Her Hair, 1864
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Venus Verticordia, 1864-68
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Woman Combing Her Hair, 1865
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The Twig, 1865
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The Blue Bower, 1865
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The Beloved (The Bride)1865-66
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Sibylla Palmifera, 1865-70
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Regina Cordium, 1866
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Monna Vanna, 1866
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King Rene's HoneyMoon, 1867
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Monna Rosa, 1867
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Joli Coeur, 1867
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The Loving Cup, 1867 (v 1)
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The Loving Cup, 1867 (v 2)
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Tristam and Isolde Drinking the Love Potion, 1868
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Fanny Comfort, 1868
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Jane Morris (The Blue Silk Dress), 1868
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Blue Silk Dress (Jane Morris), 1868
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Dante's Dream, 1869-72
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Dante's Dream, On the Day of the Death of Beatrice, 1880
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Dante's Dream, On the Day of the Death of Beatrice (predella, lef Panel), 1880 
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Dante's Dream, On the Day of the Death of Beatrice (predella, right Panel), 1880
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Lady Lilith, 1868
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Reverie, 1868
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Pandora, 1869
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Penelope, 1869
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The Lady of the Flame, 1870
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Pandora, 1870
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Mariana, 1870
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Water Willow, 1871
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The Bower Meadow, 1871-72 (v 1)
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The Bower Meadow, 1850-72 (v 2)
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The Bower Meadow, 1872
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The Bower Meadow (study of dancing girls), 1872
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Veronica Veronese, 1872
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Veronica Veronese, 1872
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La Ghirlandata, 1873
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La Ghirlandata (study), 1873
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La Ghirlandata, 1871-74
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The Tune of the Seven Towers, 1857

Dante Gabriel Rossetti - Salutation_of_Beatrice, 1880-81
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Ligeia Siren (study), 1873
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Ligeia Siren, 1873
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The Boat of Love, 1874
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Sancta Lilias, 1874
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Proserpine, 1874
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Proserpine, 1874
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Roman Widow, 1874
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Marigolds (The Bower Maiden, Fleur-de-Marie), 1874
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The Damsel of the Sanct Grael or Holy Grail, 1874
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The Damsel of the Sanct Grael or Holy Grail, 1874
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The Damsel of the Sanct Grael or Holy Grail (detail), 1874
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The Beautiful Hand, 1874
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A Sea Spell, 1877
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Christmas Carol, 1870's
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Aspecta Medusa, 1877
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Mary Magalene, 1877
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Astarte Syriaca, 1877
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Astarte Syriaca, 1877
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A Vision of Fiametta, 1878
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A Vision of Fiametta, 1878
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Study for a Vision of Fiametta
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The Blessed Damoezel, 1875-78 (v 1)
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The Blessed Damozel, 1879 (v 2)
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The Daydream (studies), 1878
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The Daydream, 1880
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The Daydream, 1880
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Aurelia, 1879
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Aurelia, 1879
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Pandora, 1879
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The Woman of Window, 1879
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Beata Beatrix, 1877
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Beata Beatrix, 1880
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Beata Beatrix, 1880
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Beatrice, 1879
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Blanzifiore, 1880
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The Pia of Tolomei, 1868-80
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The Pia of Tolomei, 1868-80
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Kissed Mouth, 1881 (v 1)
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Kissed Mouth, 1881 (v 2)
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Mnemosyne, 1875-81
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Joan of Arc, 1882
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The Woman of Window
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Hanging the  Mistletoe
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Jane Burden, Mrs William Morris, 1870 & 1893
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