jueves, 25 de abril de 2013

Ondina (II). El Origen de la Diosa - GALERÍA: John William Godward





II
El Origen de la Diosa
.....No dependen los dioses de los templos que les erigen los mortales para existir, pero sí para mantener viva su llama entre ellos. Los dioses son previos a sus mansiones terrenas. Como dioses que son están ahí desde siempre --desde el origen de todo--, instalados en la memoria de los hombres, incluso en esa arcana memoria que aún no se recuerda a sí misma. Cuando son invocados por los hombres, los dioses aparecen en el mundo (en el de los hombres, pues los dioses tienen el suyo propio; un mundo inaccesible para aquéllos y que trasciende todos los mundos posibles), se hacen presentes como lo haría un paisaje cuando la niebla se levanta. Los templos que los hombres erigen para venerar la presencia de los dioses y recabar su protección, les son  más útiles a los hombres mismos que a los mismos dioses: son la garantía de su fe, pues el hombre necesita liturgias para desterrar de sí las dudas, para convencerse y sugestionarse de que su creencia es fundada. Los dioses atienden este interés, y se muestran agradecidos con los hombres por descorrer el velo que los oculta. No sólo respetan sino que reconocen los cultos con que se los agasaja, y fruto de este reconocimiento son los favores que otorgan a sus adoradores; así mismo castigan a los impíos, pues los dioses, salvo excepciones, tienden a ser justos, y lo que en unos reconocen y premian --su pietismo y veneración-- en los otros censuran y castigan --su desprecio e impiedad.
.....Cuando un templo se erige, cuando un dios se invoca, cuando se inicia su veneración, el dios desciende y habita en ese templo como si fuera su casa, pero eso no significa que su presencia se remita a los límites de su recinto santuario; es sólo que ahí seguro que se lo encontrará, pues un templo, un santuario, es la materialización de la idea de un dios, la materialización de su existencia entre los hombres, la condensación de su espíritu divino y eterno entre los muros sublimados de un recinto sagrado. Un templo, un santuario es el homenaje que el hombre hace a su propio ansia de inmortalidad, ansia que personifica en un dios, que lo precede, que ya está ahí, pero desconocido, invisible, inexistente si nadie da cuenta de su existencia --pues lo que no se expresa, lo que no se rescata de la noche del no-ser o del olvido, es como si no existiera.

.....Un templo es como un inmenso confesionario donde el hombre redime su angustia; en él se religa con lo divino que presiente y necesita. Entre sus muros, entre sus columnas --bosque sagrado--, bajo sus arcadas, cúpulas y bóvedas que conforman un cielo raso privado, limitado, preciso, abarcable, proporcional y tranquilizador, el hombre siente accesibles sus dioses, sujeta y concreta su naturaleza misteriosa y desmesurada --pues el hombre, al invocar a los dioses, pone en juego fuerzas insospechadas que, surgiendo de lo natural, no lo agotan. En ellos, los intermediarios, los llamados sacerdotes, realizan las liturgias pertinentes que harán posible que el espíritu de los dioses a ellos consagrados se derrame sobre los fieles, les infunda la confianza de la que carecen y les libere del miedo que los angustia.
.....Centros de poder, los templos y santuarios, perviven mientras les son útiles a los hombres. Cuando otros dioses son invocados para resolver lo que los anteriores ya no son capaces de resolver, los antiguos templos deberán ser purificados: bien mediante nuevas liturgias y símbolos que substituyan a los previos, bien mediante el fuego que los convierta en humo. Así el hombre realiza su tránsito por el filo de la navaja que es su relación con lo innominado. Los dioses cambian, pues, sin cambiar, ya que lo cambiante es el ser humano que los crea, y los cambia por interés. Los dioses no tienen otro remedio que plegarse a la voluntad de quien los invoca, pues deben su existencia en el mundo de los hombres a éstos mismos que con su invocación los permiten hacerse patentes. Es por eso que los dioses se parecen tanto a los hombres que los imaginan, que los necesitan: están evocados a su imagen y semejanza, según los dictados de su necesidad. Todo hombre acaba por tener el cielo y el infierno que merece, el destino que se gana, el fin en el cual se pierde.

*

.....El Serapeo de Alejandría fue erigido por Prolomeo I Soter. Con él el fiel y leal general del divino Alejandro, con quien compartiera educación académica bajo la tutela de Aristóteles en Pella, quiso realizar un fabuloso sincretismo: unir en lo espiritual las dos grandes civilizaciones mediterráneas del momento, la egipcia y la helena. Con este noble e inteligente gesto el entrañable Compañero del insigne macedonio quería demostrar que un mar no separaba a las dos civilizaciones, sino que las unía.  Ptolomeo, asesorado tanto por hierofantes eleusinos como por sacerdotes egipcios, decidió fundir en uno las características de tres dioses: Osiris y Apis, por un lado; y Zeus, por otro. Ambas cosmogonías, con sus teodiceas correspondientes, se solaparían de forma natural. En uno y otro sistema, en uno y otro panteón, existían dioses factibles de ser asimilados, intercambiados, subsumidos. Los dioses zoomorfos egipcios cabían, sino en la élite divina griega, sí entre sus dioses subalternos; por su parte, los egipcios no encontraron ninguna dificultad en asimilar la preeminencia representativa de los dioses antropomorfos helenos --mas con capacidad de transfiguración. Así Serapis, el sincrético y recién creado dios supremo, mantendría la apariencia helénica de Zeus, pero también de Hades, al llevar sobre la cabeza el modius o cesta/medidor de grano (emblema del inframundo), y, además, sería ungido con los atributos del funerario y resurrecto Osiris y el carácter solar (apolíneo, por tanto) y fértil del buey Apis. Por otro lado, Isis, la gran diosa madre del panteón egipcio, se asimilaría a las análogas Deméter y Ceres griegas, en un primer momento, para brillar con luz propia más allá del Imperio Egipcio. Feliz y poderoso sincretismo que sería asumido y potenciado por el Imperio Romano.

.....Construcción modesta en un primer momento, la pujanza y el éxito de la advocación representada por Serapis y su sincrético cortejo divino, tanto en Egipto como en todo el orbe mediterráneo, hizo que el recinto sagrado --el Serapeo-- fuera progresivamente ampliado por los gobernantes ptolemaicos (Ptolomeo III le adosaría la Biblioteca-hija), salvando luchas intestinas y ansias de conquista, hasta la llegada del Imperio Romano. Bajo el gobierno del emperador Claudio (entre el 41 y el 54 d.C) recibiría un renovado impulso que lo acabaría convirtiendo en gran santuario. Poco a poco se añadirían templos dedicados a Anubis y a Isis, una necrópolis dedicada a los animales sagrados, dos obeliscos consagrados al faraón Seti I, gran pacificador y defensor del ortodoxo panteón sagrado egipcio frente al heterodoxo Akhenatón --adorador de Amón--, y una gran columna dedicada a Serapis. Tras la revuelta de los judíos, ocurrida bajo el imperio de Trajano (98-117 dC), el templo fue destruido. Con Adriano se reconstruiría hasta alcanzar su previo esplendor, añadiendo una gran escultura del toro Apis. Finalmente, la fatalidad, que tiene un apetito indiscriminado, bajo la apariencia de la pujante e insaciable religión monoteísta nacida a la sombra del Gólgota, invocada por Teofilo, patriarca cristiano de Alejandría, se cebaría con este recinto del paganismo milenario hasta metabolizarlo y convertirlo en templo, ahora cristiano, dedicado a San Juan Bautista. Los dioses paganos, Serapis entre ellos, se retiraron al inframundo --que no al olvido--; les había llegado el relevo a fuego y dentelladas de intolerancia. Mas los dioses son inmortales; pese a la locura de los hombres, lo son. Una vez evocados por su memoria, en ella permanecerán, si soterrados, esperando la más tibia oportunidad para volver a ver la luz, para ser luz, irradiándose en una nueva época, quizá ya otros, pero siendo los mismos.


.....Cuando Sofía contactó con la Sociedad de Estudios Alejandrinos, un grupo de estudiosos conformado tanto por académicos como por simples interesados en la historia de esta ciudad legendaria, nada le hacía suponer lo qué realmente habría de encontrar en ella. Nada se lo hacía suponer, pero algo en su interior, algo que ya parecía moverse con autonomía en su vientre, le impulsó a dar el paso e iniciar el acercamiento. ¿Intuición? Pudiera ser; pero se trataba de una intuición imperiosa, algo más parecido a una premonición, a un presentimiento, que a una afinidad o interés cultural. Sofía buscaba. Y en la búsqueda se veía impelida a contemplar su destino desde y con la fuerza que había hecho posible su estado de buena esperanza. Sabía que llegado el momento, todo cobraría una dimensión definida, adquiriría una realidad cierta, se harían visibles, por fin, los designios de las divinidades invocadas aquella fecunda noche, y, con ellos, la naturaleza de la misión encomendada. De momento sólo podía hacer caso a esa entrañable intuición que parecía guiarla con seguridad en la dirección adecuada.
.....Allí estaba ella, integrada en un variopinto grupo de investigación, mientras aguardaba el momento del alumbramiento. Con cada paso que daba en la dirección correcta, la que dictaba esa intuición imperiosa, parecíale sentir el alborozo del ser que llevaba en sus entrañas, alborozo que a su vez la colmaba de un íntimo y pleno regocijo. Aquel run-run difuso, desasosegante, que sintiera con fuerza recién llegada a la Perla del Mareotis, la sin par Alejandría en Egipto, desde el momento en que holló los restos del antiguo Serapeo y se adhirió a aquella singular asociación, acabaría por transformarse en una especie de rítmico eco, de suave y repetido testigo sonoro que se solapaba con los latidos del corazón del nonato, hasta identificarse con ellos.
.....Las labores de la Sociedad consistían en pesquisas arqueológicas en torno de lo que fuera el Serapeo de Alejandría y la acrópolis adyacente, en investigación de textos dispersos por varias bibliotecas de todo el mundo (pero sobre todo inglesas, alemanas, francesas y estadounidenses), el registro de los hallazgos encontrados y asambleas periódicas en las que se daba cuenta de los avances y se acordaban en común los objetivos subsiguientes. Pero detrás de esta apariencia de normalidad académica había algo más. Algo que Sofía no tardaría en descubrir.

.....Los dioses son inmortales... y un día habrán de volver. Quizá estén entre nosotros de continuo, siendo testigos mudos e imperceptibles del devenir de la Civilización. Quizá intervengan sotovoce en situaciones críticas enderezando lo que de otra manera se torcería hasta provocar una catástrofe, o, quién sabe, puede que esa actuación no sea benéfica, sino que, a modo de venganza, sean en realidad los protagonistas últimos de ciertos cambios de timón en la historia de la humanidad que no hayan supuesto para ella sino desolación y destrucción. Todo puede ser. El empecinamiento con que la mala suerte se ha cebado en ocasiones con los seres humanos, bien fuere en forma de inquinas bélicas, de desastres naturales, de plagas y epidemias devastadoras, de conquistas que destruyeron hombres y culturas,... toda esta sinrazón que acompaña al hombre adquiere tales proporciones que no parece cosa de la simple actuación humana. Nada más fácil y lógico que ver en ello la vengadora mano de los dioses, quizá actuando desde la misma memoria en la que fueron recluidos. Puede ser. Todo puede ser en este mundo de apariencias vanas y realidades encubiertas.


.....La Sociedad de Estudios Alejandrinos ocultaba, en realidad, otro tipo de actuaciones ajenas al mero ámbito de la investigación. Nada de magia negra, ni sangrientos ritos. Pero sí de recuperación de la memoria. Una memoria donde habitan, ya lo he reiterado, los dioses. Unos dioses que, en este caso, representaban a culturas que confluyeron para formar un único caudal de saber como la historia de la humanidad no ha conocido nunca. La milenaria cultura egipcia, portadora del saber procedente de las estrellas, y la cultura griega que profundizaría en la conciencia humana hasta sus últimos recovecos. En una, las claves de la eternidad; en la otra, las de la inmanencia. En la gran cultura del Nilo, el nacimiento de la ciencia; en la intensa cultura del Egeo, el origen de la filosofía. Grandes consecuencias traería para el Saber esta trenza cultural. Entre ellas, descubrimientos increíbles en la fabulosa e ignota frontera que delimita --une o separa-- lo real y lo irreal, lo eterno y lo inmanente, el ser y el no-ser, el infinito y el instante. La ciencia en feliz coyunda con la ontología, el método experimental con el misticismo. Todo ese esplendor de prodigioso sincretismo entre la doble naturaleza del hombre se dio en aquella confluencia.
.....Confluencia que tuvo en el Gran Alejandro a su víctima propiciatoria, a su heraldo, a su mesías. Ptolomeo, no sé si a sabiendas o simplemente por la inercia generada por aquel genio, no pudo realizarle un mejor ni más apropiado homenaje a su memoria. Alejandro makedon, como un Moisés ecuménico, condujo a su pueblo al borde de la Tierra Prometida (la unidad de los pueblos conocidos), mas él se quedó allí, sin penetrar en ella. A algunos les parecerá una aberración tal analogía, pero, en realidad, la aberración es no verlo así. El mundo cambió tras la intervención --divina-- de este hombre que moriría a los 33 años (como aquél otro, que trescientos años después llevaría a cabo una labor de semejante influencia); un hombre que en 12 años le dio la vuelta a un mundo occidental ya obsoleto. Su influencia aún es indudable hoy en día: el primer intento de unión de Oriente y Occidente. Su éxito fue indudable; el helenismo, un hecho incontrovetible de fusión cultural.

.....Imbuida de una atmósfera secreta y misteriosa, la actuación de la Sociedad en el ámbito de esa recuperación de la memoria sepultada colocó a Sofía en el núcleo de su búsqueda. He de precisar que ella fue reconocida de inmediato por quienes detentaban el saber. En todo se la consideró como una especie de enviada, de diosa de la fertilidad encarnada. Aquellos hierofantes modernos sintieron el aura de divinidad que portaba aquella mujer, tan segura de sí misma como sólo alguien imbuido del hálito de lo divino pueda serlo. Escucharon en su latir existencial la resonancia de los dioses arcanos: de Isis, de Deméter, de Afrodita, pero también la extática voz de Dionisos, el lúbrico e insistente acorde de Priapo, la radiación aúrea de Apolo,... pero, sobre todo, el resonar de la gloria de Serapis, propiciador de la vida detrás de la muerte, creador de inesperados prodigios, sembrador de fértiles desiertos, posibilitador de lo imposible. Sí, sintieron a Sofía como portadora de un renacimiento, ella misma fecundada por los dioses inmortales, y, quién sabe, sino diosa ella misma, mujer contaminada de deidad.
.....El nacimiento se produjo una noche de Luna Nueva. Las estrellas como únicos testigos del firmamento. Mas no fueron las únicas presencias invitadas. Como aquellos astros que presiden la armonía del universo, alrededor del parto, invisibles como la luz de la luna, los hierofantes percibieron una acumulación de energía inaudita. Quizá estuviesen todos locos (hasta yo mismo, que esto relato), sugestionados por su labor investigadora, por su celo y su amor a una tradición perdida, pero todos fueron testigos del prodigio, de aquella invisible y múltiple presencia asistente al alumbramiento.

.....Fue una niña. Una niña hermosa, mediterránea, con un extraño destello glauco en la mirada, y un no menos extraño brillo plateado en su piel. Pero las extrañezas no acababan ahí: las membranas interdigitales de sus exiguos deditos parecían extenderse más allá de lo normal, y la incipiente y rala borra que ya mostraba su elíptico cráneo semejaba un lecho de algas filamentosas; su llanto más parecía el plañir de una sirena que el sollozo de un humano, pues más sonaba como gorgoteo producido en el interior de una caracola que como gimoteo procedente de una garganta. Estos signos extraordinarios avalaban la seguridad de encontrarse ante un ser excepcional que, con apariencia humana, parecía poseer una naturaleza no exclusivamente humana. El singular aspecto de la hija y un deso irreprimible de la madre (algo semejante a un antojo gestacional), les llevaría a darle el nombre de Ondina.
.....Crecería Ondina rápidamente, tan rápidamente como sólo un ser fabuloso puede hacerlo. Y nadie se extrañó de ello, pues todos estaban convencidos de que se encontraban ante una diosa. Al crecer perdería gran parte de las peculiaridades con las que nació: las membranas interdigitales se resumirían hasta reducirse a su conformación natural --humana--; la piel, si más blanca de lo esperado en alguien de su estirpe meridional, perdería los destellos plateados, y en su lugar adquiriría un sutil e increíblemente bello rubor auroral; los cabellos, casi negros, si graciosamente ondulados, eran cabellos naturales que en nada recordaban las algas filiformes; pero los ojos, aquellos ojos grandes y hermosos, ligeramente oblícuos, seguían refulgiendo como esmeraldas desde su verde inmensidad, eran ojos incontestablemente oceánicos.
.....En apenas un año del cómputo terrestre, Ondina ya era toda una mujercita adolescente; semejaba una, en extremo, atractiva belleza emergida directamente del Egeo y arribada a las blancas arenas de una playa de las Cícladas. Hija de Tetis y Dionisos, la honraban los amigos investigadores de Sofía.
.....Un día, empero, Ondina le dijo a su madre que debía emprender un viaje. Se trataba de un viaje ineludible. Sofía, apenada porque ya veía --o intuía-- el desenlace, el fin de la misión encomendada, el por qué de toda aquella prodigiosa aventura, no pudo sino asentir. No obstante la acompañaría hasta donde le estuviera permitido. Se trataba de remontar el Nilo hasta sus fuentes, allí donde se hunde su acaso en el corazón de la selva, allí donde todo comenzó: la probabilidad, la vida, la humanidad... el germen, en una palabra, del mundo. Allí tenía una cita; una cita ansiada y largamente esperada.

(Continuará)



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GALERÍA

John William Godward
1861-1922

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Lycinna, 1918
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A Classical Beauty, 1918
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Girl in a Dress Peach
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Reverie
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Far Away Thoughts, 1892
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Sabinella
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Cassotis, 1914
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A Classical Beauty
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A classical Beauty in Profil
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A Classical Beauty, 1892
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Megilla, 1921
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Ophelia, 1889
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Atalanta, 1908
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A Grecian Lovely, 1909
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The Priestess
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Ophelia
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A Lady
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Girl with red Rose, 1902
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A Clasical Beauty
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Mischief and Repose, 1895
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Girl in Yellow Drapery, 1901
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Bethroted, 1892
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Betrothed, 1892
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Dolce Far Niente
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Dolce Far Niente, 1904
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Liegende, 1893
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Endymion, 1893
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Noon Day rest, 1910
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A Cool Retreat, 1910
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The Muse Erato and Her Lyre
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Amaryllis, 1903
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With Violets vreathed and Robe of Saffron Hue, 1902
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Summer Flowers, 1903
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A Tryst
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The Time of Roses, 1916
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The Fruit Vendor, 1917
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The Signal, 1918
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Leisure Hours, 1905
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Absence makes the Hearth Grow Fonder, 1912
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Ismenia, 1908
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A Classic Lady, 1908
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Lanthe, 1889  ///  His Birthday Gift, 1889
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An Idle Hour, 1890  ///  The Flowers of Venus, 1890
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At the Garden Shrine in Pompeii
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Autumn, 1900
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Tender Thoughts, 1917
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A Roman Matron, 1905
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Nerissa, 1906
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Grecian Idyll, 1907
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Phyleis, 1908
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By the Wayside, 1912
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The Belvedere, 1912
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A Pompeian Girl, 1916
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The Jewel Casket, 1900
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A Grecian Girl, 1908
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The Favourite, 1901
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A Quiet Pet
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By the Blue Ionian Sea, 1914
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Song without Words
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The Signal
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Reverie, 1912
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The Love Letter, 1913
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Sappho, 1911
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The Thoughtful One, 1913
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Pompeian Girl, 1889
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He Loves me, He loves me Not
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On the Balcony, 1911
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The Time of Roses, 1916
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Under the Blossom that Hangs on the Bough, 1917
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A Souvenir, 1920
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In Realms of Fancy, 1911
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A Congenial Task, 1915
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Tranquility, 1914
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Ancient Pastimes, 1916
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Peacock Fan, 1912
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A Lily Pond, 1917
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Contemplation, 1922
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Ionian dancing Girl, 1902
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The Tambourine Girl, 1906
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Drusilla, 1906
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A Offering to Venus, 1912
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The New Perfume, 1914
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Athenais, 1908
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A Fair Reflection
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Girl with Mirror
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The Priestess, 1895
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Idle Moments, 1895
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At the Thermae, 1909
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Venus binding Her Hair
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In the Tepidarium, 
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Campaspe (study and version final)
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Campaspe (study)
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A Priestess, 1893
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A Pompeian Bath, 1890
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Venus in the Bath, 1901 
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The Delphic Oracle, 1899 
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