martes, 15 de junio de 2010

Del Nacimiento de Venus: tres perspectivas

Hoy te me has amanecido,
más que brisa, llama viva
ardiendo en mi corazón.

Brasa, Brisa, que encendida
inflama mi pecho: herido
por tu rayo abrasador.

1. Adolphe Bouguereau.
Academicista y sensual. Exquisito, elegante, realmente idealista. La belleza de los cuerpos exaltada al olimpo de la naturalidad; nada de cuerpos estilizados, nada de delgadeces espirituales: la rotundidad de los cuerpos en estado pletórico.
Blancos, níveos, los de ellas; broncíneos, oscuros y armónicamente musculados, los de ellos.Festival para los ojos: Venus aparecida, de pie sobre la venera, entre miradas anonadas, complacidas y casi, casi, envidiosas ante el nacimiento de la diosa del Amor y, por ende, del colmo de la Belleza.
Los cupidillos, con ese matiz semi-transparente de su carne que resalta su naturaleza divina/fantástica, forman una curva, un cuarto creciente detrás de la diosa; siempre enzarzados en juegos y cabriolas, en arrumacos y cucamonas, siempre danzando e invitando a la danza y a la alegría con su levedad flotante. Son, algo así como los duendes de la fiesta, la clac imprescindible para toda celebración de los dioses.
Dos centauros, a los lados, acompañados de sus náyades, ofrecen contrapunto, con la tonalidad oscura de su piel, a la luminosidad de la carne femenina; ellas, las náyades, observan con admiración -no exenta de
cierto atisbo de envidia- a quien será la diosa suprema y regidora de sus lances amorosos. El gesto de ternura recíproco entre estos seres fantásticos (manos entrelazadas, abrazo delicado) incidiría en el carácter que la nueva diosa viene a imprimir.
A los pies de Venus el tritón haciendo sonar la caracola y les cupidons entrañables (reparar en la coleta cimera del que está jugando con el delfín, y en la carita expresivísima de candor y embeleso insuperables del "guía" que delicadamente se aprieta las manos contra el pecho, mientras sujetan las finísimas riendas del cetáceo).
Venus en majestad, Venus como prototipo de mujer: bella, geométricamente categórica, voluptuosa y seductora; Paris la elegirá (¿cabía alguna duda?) en el juicio que daría lugar a la Guerra de Troya: el Amor y la Muerte siempre coqueteando... Pero, esa, es otra historia.
Conjunto admirable y sugerente, cargado de esa elegancia y sensualidad que poseyó quien sería uno de los mejores intérpretes del cuerpo humano en la pintura.


2. Alexandre Cabanel.
Academicista, como Bouguereau, nos presenta una venus no menos sensual, antes al contrario, la hace nacer como emergiendo de un sueño, en un escorzo de una voluptuosidad sublime (volupté, a la française, más refinada y sutil).
Como únicos testigos, un grupo de cupidillos/angelotes ensalzando el prodigio surgido de las aguas, como soñado por ellas. No hay distracciones: la Belleza de Venus captando, ella sola, toda la atención.
¡Y vaya si la capta! Más que captarla la captura -como una dionea o una nepenthes- para engullir seguidamente a su presa -la mirada entregada al solaz de la belleza- e hipnotizarla en un festín de carne blanca y sugerencias espumosas. Aquí, Venus tendida, es más explícitamente sensual: despertando de un profundo sueño, o desperezando toda su abismal belleza, nos invita a besar esos párpados entreabiertos, a acariciar esos brazos lánguidos, a admirar las curvas justas y esplendorosas de sus caderas, la tersura del ombligo, la turgencia de los senos generosos (mais pas beaucoup). El cabello rojo abundaría en el carácter eminentemente sensual e indolentemente voluptuoso de esta Venus onírica.




3. Sandro Botticelli.
"El Nacimiento" por antonomasia. Venus barroca de lineas suaves, onírica, sugerente, sin la sensualidad de las anteriores pero con mayor profundidad de campo. El conjunto induce a la ensoñación, el rostro de Venus, también: rostro perfecto en su armonía, serenidad y expresión; mas... ¡Ay! de la serenidad teñida de ensoñación de un rostro sugerente de mujer: puede ser más embriagadora aún que las formas rotundas y las sugerencias carnales, pues esta belleza conmueve, también, los cimientos del alma.
Figuras que aun detentan un aire hierático, más plano que las anteriores en su perspectiva, en los volúmenes, en su sensualidad, en suma. Es, quizás, debido a este condicionamiento técnico que aún no es dueño de la tridimensionalidad anatómica de la pintura por venir, lo que le da a esta obra esa carga de espiritualidad y de trascendencia de lo material. Es un desnudo. sí, pero lo que atrapa de este desnudo es el rostro de Venus: esa rara simbiosis de serenidad y atracción; rostro que haría perder la razón a más de un espíritu sensible: belleza intensa, compleja y misteriosa que nos habla -esta sí-, con su sereno gesto, de un jubiloso abismo tras la mirada, un abismo al que uno se arrojaría gustoso.